31/12/09

Matar no es humano

Pena: Castigo impuesto conforme a la ley por los jueces o tribunales a los responsables de un delito o falta.
Asesinar: Matar a alguien con premeditación, alevosía.
Premeditación: Acción de pensar reflexivamente algo antes de ejecutarlo.

Hoy voy a hablar sobre la pena de muerte. Este castigo implica un asesinato (porque se está matando con premeditación) por parte del Estado. Cada vez son más los países totalmente abolicionistas. Sin embargo, existen todavía 59 naciones que mantienen la pena capital. Según datos recopilados por Amnistía Internacional, entre Enero y Diciembre de 2008, al menos 2.390 personas fueron ejecutadas en 25 países. Se ejecutó un promedio de 7 personas por día en todo el mundo. Al menos 8.864 personas fueron condenadas a muerte en un total de 52 países. Por último, el 93 % de todas las ejecuciones se llevaron a cabo sólo en 5 países (Arabia Saudita, China, Estados Unidos, Irán y Pakistán).


Nos hemos acostumbrado a prender el televisor y a encontrarnos con la noticia de un robo que termina en homicidio. Y es una práctica tan común como improductiva, la del periodista que va en busca del testimonio de familiares y amigos de las víctimas, ni bien acontecido el hecho. El momento posterior a la muerte de un ser querido es profundamente doloroso, pero también debe ser probablemente, uno de los más irracionales de la vida adulta. Nos vemos envueltos en un sentimiento de impotencia por haber perdido de forma irreparable e injusta, que suele acarrear en algunos casos un infructuoso deseo de venganza. Por esta razón, es responsabilidad de los que tienen y se encuentran en condiciones de actuar racionalmente, impedir que se reproduzcan masivamente este tipo de mensajes. Hay un pasaje de nuestra infancia, en la que constantemente estamos incorporando conocimiento. Hoy en día, cualquiera tiene acceso a ver un noticiero. Y los más chicos se alimentan de lo que miran y escuchan por televisión. Por eso, es también nuestra responsabilidad (en este caso de quien decide los contenidos que se emiten al aire) evitar y ayudar a que los más jóvenes no aprendan del mal ejemplo.

El artículo 2266 del Catecismo de la Iglesia Católica dice: “La preservación del bien común de la sociedad exige colocar al agresor en estado de no poder causar perjuicio. Por este motivo la enseñanza tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento del derecho y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte. Por motivos análogos quienes poseen la autoridad tienen el derecho de rechazar por medio de las armas a los agresores de la sociedad que tienen a su cargo”.

Para la Iglesia, quienes poseen la autoridad tienen derecho a matar para preservar el bien común. Desde los tiempos de la horca, cuando la gente se agolpaba en las plazas a ver como colgaban a los condenados, a un presente en el que las ejecuciones son más prolijas y privadas, la pena de muerte ha estado siempre vigente y hay mucha gente que está convencida de que eso está bien. En definitiva, lo más doloroso es que la historia de la humanidad pareciera darles la razón.

Basándonos en el accionar del hombre a lo largo del tiempo, es válido determinar que el asesinato es, y ha sido siempre, un método útil para resolver o dar por finalizado cualquier asunto difícil de solucionar por la vía pacífica. No se como educarte, no puedo obligarte a que pienses como yo, entonces te mato y fin del cuento.


La Declaración Universal de Derechos Humanos, del año 1948, dice en su Artículo 3: Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona. Para los que creemos que esto es posible. Para los que soñamos con un mundo en el que los seres humanos vivamos en paz, debemos preocuparnos por ponerle fin a este tipo de atrocidades. Y una forma de hacerlo, es no permaneciendo imparciales. Aunque la reacción sea simplemente llamar a un amigo y decirle: “estoy en contra de la pena de muerte”. Si todos lo hacemos, sobretodo hablando con los más chicos, ya estaremos generando un cambio. Porque la educación que recibimos en casa, es tan importante como la que nos dan en la escuela.

Vivimos pensando en resolver nuestros problemas cotidianos, lo que muchas veces no nos deja tiempo para hacer la pausa y pensar en este tipo de cuestiones de mayor magnitud. Nunca es demasiado tarde hasta que lo es. La muerte es tristeza y dolor, así como también impotencia y saber que no hay retorno. Cuando se mata, se ha decretado el desenlace. Sin miramientos ni segundas oportunidades. La muerte es el fin de la historia y ningún ser humano tiene el derecho de decidir cuándo nos debe llegar ese momento.

23/11/09

Disfrutar del sufrimiento

Fanatismo: Tenaz preocupación, apasionamiento del fanático.

De la definición de la palabra fanatismo podemos extraer, llamativamente, el término "preocupación". Un hincha de fútbol vive con real desvelo todo lo que atañe a su club. Y al hablar de preocupación, estoy directamente definiendo cómo es el sentimiento de un hincha. Cuando uno quiere apasionadamente, es imprescindible que exista paralelamente un dejo de preocupación, por desear que todo salga bien, lo que conlleva una inevitable dosis de sufrimiento. Desde este lugar, podemos acercarnos a entender de una forma más lógica el desahogo que significa un grito de gol, la felicidad que produce una victoria o la locura con la que se festeja un título.

Existe un día en la vida en el que nos hacemos hincha de un equipo. Si uno creció en una familia futbolera, es posible que los primeros contactos con el mundo de la redonda hayan llegado incluso antes que la primera palabra. Y si nació en Argentina, es muy probable que ya hayan elegido por uno de que club deberá ser hincha. Con el paso de los años, puede que salgamos de otro equipo o inclusive que elijamos otro deporte como favorito. Pero llega un determinado momento en la vida de nosotros, los futboleros, en el que nos recibimos de hinchas. Es difícil explicar bien cómo o cuándo sucede. Pero sucede. Uno deja de ser ese chico que tenía las puertas del placard llenas de pósters para tomar real conciencia de lo que significa ser hincha de fútbol, desde el momento en que su alegría o su tristeza se ven directamente influenciadas por el resultado de un partido. Es un proceso mayormente inconciente, pero que deja una marca indeleble. Tiene que ver con una etapa de madurez, en la que uno consolida un sentimiento de pertenencia muy profundo. Un hincha nunca cambiará de club y vivirá preso de un amor al que es muy complicado ponerle un límite. Los que nunca lo vivieron, están destinados a ser eternos ignorantes en materia de pasión futbolera.

Ser hincha de un equipo de fútbol supone un compromiso tácito que no demanda esfuerzo alguno. Nosotros, los seres humanos, no elegimos querer o no a alguien. Simplemente lo sentimos. Por esta razón, no podemos obligar a otro a sentir de determinada manera. Igualmente, es lógico y comprensible el comportamiento de un padre que hace todo lo posible para que su hijo se haga hincha de su mismo club. Pero que esto suceda, depende en cierta medida del hijo y en gran parte del destino. Lo que puede hacer el padre, en todo caso, es hacerse amigo del destino. En el caprichoso momento en que uno descubre su fanatismo, tiene mucho que ver el fútbol mismo. El universo que representa un solo partido puede ser determinante en una elección que es para toda la vida. El padre puede fomentar ese sentimiento, llevando a su hijo a ver a su club. Este es otro factor que hace al fútbol, un deporte hermoso.

Vivimos en un país en el que prácticamente nos obligan a optar por un club. Inclusive los que más detestan a éste deporte tienen un equipo del que se dicen simpatizantes ante un circunstancial interrogatorio. Pero dentro del gran porcentaje de población que se dice hincha, existe un grupo más reducido que realmente lo es.

Están los que se divierten viendo los partidos por televisión. Están los que se ponen contentos cuando escuchan que su equipo ganó. Y también están los que cada tanto se dan el gusto de ir a ver algún partido a la cancha y de sentirse hinchas por un rato. Pero además de todos ellos, también estamos nosotros: los hinchas. Los que vamos a la cancha a todos lados o simplemente seguimos los partidos pegados a la radio. Los que no sentimos vergüenza al llorar de tristeza en una tribuna y somos capaces de abrazarnos con media popular en cada grito de gol. Los que sufrimos cada partido como si fuera el más importante y nuestro humor semanal se ve directamente influenciado por el resultado del mismo. Los que no podemos disfrutar plenamente cuando juega nuestro equipo y, sin embargo, esperamos ansiosos que llegue el domingo para poder sufrir durante 90 minutos, para poder disfrutar de ese sufrimiento. Nosotros, los hinchas, los que no entendemos lo que es vivir sin el fútbol.

Ser hincha es sinónimo de irracionalidad. La pasión no entiende de razones. Es pura y exclusivamente un modo de sentir. El fútbol es un deporte que practican 22 jugadores adentro de un campo de juego y, al mismo tiempo, cientos de miles afuera del mismo. No tiene lógica pensar que alguien que no está participando activamente del partido, es capaz de sentirse en deuda con su equipo. Sin embargo esto sucede porque, en definitiva, lo que siente el hincha no tiene lógica.

La línea de cal que delimita el terreno de juego es, para un hincha, la misma que divide la felicidad de la tristeza. Resulta imposible expresar con palabras este sentimiento. Hoy me propuse intentar explicarlo y entenderlo de una forma más racional si se quiere. Para que aquellos que no lo comparten se puedan acercar a comprender lo que nos pasa. Y para que los hinchas de fútbol puedan revivir en el repaso de lo que están leyendo, algún momento inolvidable, como tantos que nos regala este hermoso juego.

Pero también para realizar un llamado de atención, porque cuidado: no debemos malinterpretar este sentimiento. Ayer se jugó, en Rosario, el clásico entre Newell’s y Central. Durante el partido, un hincha tiró un cuchillo al campo de juego, con claras intenciones de lastimar al arquero Peratta, cosa que afortunadamente no sucedió. La respuesta fue sólo una amenaza de suspensión por parte del árbitro. Quizá ese hincha sienta un gran amor por su equipo (o no), pero eso no justificaría semejante acto de inconciencia. Estamos acostumbrados a que sucedan estas cosas, no sorprenden, lo que ratifica una vez más la nefasta frase del presidente de la AFA, Julio Grondona: "todo pasa".

Si somos hinchas que queremos seguir viendo jugar a nuestro equipo, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Los dirigentes y los responsables de la seguridad, son los que deben hacer algo para resguardar, precisamente, la seguridad de nosotros los espectadores. Y nosotros, los hinchas, tenemos que empezar por condenar el accionar de los violentos. Desde hace aproximadamente un año, no voy a la cancha a ver el clásico San Lorenzo-Huracán, porque la mayoría de los cánticos hacen referencia a un hincha muerto en el pasado, en un enfrentamiento entre las barras. Esta no es la solución, ya que si dejamos de ir a la cancha, en definitiva seguirán ganando ellos. Yo quiero al fútbol y me duele ver que lo están matando. Por eso hoy me propuse reivindicar a los que, desde las gradas, hacen grande a este deporte. A los que sienten apasionadamente, a los que se preocupan, sufren y se emocionan. En definitiva, al verdadero hincha.

Para el cierre quise buscar un sinónimo de la palabra hincha, tantas veces repetida en este artículo, pero no pude encontrar ninguno. No existe otro vocablo que describa fielmente esta forma de sentir. De la misma manera que no existe, desde mi visión, un sentimiento semejante. Por eso prefiero pecar de redundante, pero dejar en claro lo que siento. Como hincha, sueño con un deporte que se viva con la misma pasión que hoy día, pero en paz. Porque es posible un fútbol más sano, en el que a nosotros, los hinchas, nos dejen sufrir tranquilos.

11/11/09

Prohibido opinar diferente

Dos amigos coinciden en una tribuna finalizado un partido de fútbol. Discuten, exponen opiniones desencontradas, charlan acerca de lo acontecido en dicho encuentro. Termina el intercambio de ideas, se suben al mismo auto y vuelven juntos a sus hogares respectivos, sin resquemor alguno. ¿Qué extraño suceso hizo que dos argentinos, luego de una discusión en la que nunca se pusieron de acuerdo, no terminasen peleados? Si a usted le resulta extraña la pregunta que acaba de leer es porque probablemente haya descuidado un término de vital importancia en dicho enunciado: “argentinos”. El objetivo de mi exagerado razonamiento, es hacer hincapié en una característica profundamente arraigada de nuestra sociedad: la intolerancia hacia una opinión disidente.

Discutir, el arte de intercambiar ideas y opiniones, nos obliga a ejercitar la mente. Uno se ve constantemente en la necesidad de argumentar para poder demostrar que lo que está expresando es lo correcto. Es un ejercicio definitivamente enriquecedor. Estoy convencido que muchas ideas y razonamientos surgen de charlas en las que nuestro interlocutor piensa en algún modo distinto a nosotros, lo que nos obliga a analizar y repensar lo que estamos diciendo. Cuando uno quiere hacerse entender y no lo logra, busca por todos los medios posibles, agota todas las opciones hasta sentirse satisfecho, ya sea porque el otro entendió o porque uno hizo todo lo que estaba a su alcance para que eso suceda. Pero cuando actuamos de forma intolerante, estamos bloqueando la capacidad de pensar distinto. Por el sólo hecho de estar en contra de lo que el otro opina, somos capaces de defender argumentos que ni siquiera nos representan. Ser intolerantes es perder la capacidad de escuchar, nos hace menos humanos, nos reduce. Es el autismo de la razón.

Todos tenemos actitudes intolerantes: en la calle, en el trabajo, en nuestra vida cotidiana se nos presentan diversas situaciones en las que dejamos de pensar al otro como par. Esta forma de ser genera violencia, que puede ser física y también verbal. Y produce un desgaste, que puede terminar siendo mentalmente agotador. Uno se vuelve impaciente, tiende a enojarse por cualquier cosa y termina confrontando, casi siempre sin sentido.

Por eso hoy les propongo hacernos cargo, cada uno desde su lugar. Uno tiende a pensar que todos los defectos son de los demás y a olvidarse de que, como ser humano, es también falible. Creo que es necesario ejercitar nuestra paciencia, pero sabiendo que no es una tarea sencilla. Vivimos en una ciudad de Buenos Aires en la que reina el caos, en donde la intolerancia es moneda corriente y se multiplica en cada esquina. Esto nos pone en la obligación de hacer un esfuerzo si queremos que algo cambie.

La vida del político es básicamente confrontar e intercambiar ideas con sus pares. Sin embargo, uno tiene la sensación de que nuestros dirigentes no están dispuestos a aceptar que el otro puede tener razón, inclusive creyendo que es así. Esto hace que sea prácticamente imposible lograr un crecimiento. Es por ello que, sin temor a ser redundante, vuelvo a hacer hincapié en un tema ya fetiche en mis artículos: la educación. Es indispensable enseñarles a los más chicos que es posible convivir en armonía. No sólo importa que aprendan geografía, historia o el teorema de Pitágoras. También es fundamental que nunca dejen de creer en el diálogo, en el intercambio de opiniones, y que aprendan desde pequeños a exponer sus ideas con claridad y compromiso. Sólo así podremos soñar con una clase dirigente que sea capaz de luchar y defender sus ideales con inteligencia e hidalguía.

Vivimos en una sociedad que no acepta convivir con quienes piensan diferente y que muchas veces lo hace sólo desde el prejuicio, ya que nunca se dio un momento para preguntarse por qué el otro piensa lo que piensa. Creo que todos disfrutamos al compartir una mesa con amigos, polemizando sobre los temas más triviales y somos capaces de dejar la vida en cada discusión. Por eso no entiendo cómo es posible que no podamos sentarnos a dialogar e intentar ponernos de acuerdo, acerca de los temas que hacen a nuestro futuro como país y, por ende, a nuestro futuro como habitantes de este suelo. Hoy empiezo por aceptar que muchas veces he pecado de intolerante, logrando generalmente sólo perjudicarme.

Debemos preocuparnos por vivir un poco más despacio, de tomarnos el tiempo necesario para ser más pensantes. En una realidad regida por la ansiedad, que nos envuelve en su espiral vertiginoso y nos lleva a actuar constantemente de forma irracional, es muy sencillo volvernos intolerantes. Actuamos por instinto, más como animales que como seres humanos que somos. Y en definitiva, en esta ecuación, salimos siempre perdiendo.

Intolerancia: Falta de respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.

31/10/09

¿Cuántos Messi hay?

Me preocupé cuando lo escuché a Diego decir que quería hablar con Messi. Lionel no necesita que le hablen afuera de la cancha. La Pulga necesita divertirse jugando con la camiseta de la Selección, igual que como cuando juega en el Barcelona. No hay dos Messi. No existe tal cosa como “el Messi del Barcelona” o “el Messi de la Selección”. Lionel es uno solo y resulta que le gusta jugar al fútbol. Cuando sale a la cancha se deja llevar por el juego en el sentido más lúdico de la palabra. No necesita que lo hagan sentir responsable, sino que lo dejen ser él mismo.

Hay jugadores que rinden por arriba de su capacidad cuando se sienten importantes, cuando los cargan de responsabilidades y les suben la vara con la que miden su rendimiento. Hay jugadores que muestran su mejor versión en instancias finales, cuando las papas queman. Para ver la mejor versión de Messi no hace falta hablarle, ni darle la 10, ni decirle que es el mejor del mundo. Para que rinda al cien por cien hace falta hacerlo sentir cómodo adentro de la cancha. Hace falta rodearlo bien, hacerlo sentir parte de un equipo y no el encargado de ganar el partido. Cuando el rendimiento colectivo pierde lo colectivo, Lionel se ve obligado a ser el salvador, a tener que gambetear a cuatro, tirar el centro e ir a cabecearlo. Y ahí es cuando se pierde, cuando la situación lo sobrepasa y su incomodidad hace que deje de sentirse útil para el equipo. Entonces se aísla, inconcientemente se va del partido, comienza a entrar cada vez menos en juego y, cuando lo hace, busca siempre la individual y pierde más de lo que gana.

En contradicción con lo que muchos creen, Messi es un jugador que necesita del equipo. Es individualista por naturaleza y su gambeta en velocidad es indescifrable. Pero para explotar su individualismo necesita ser bien asistido. Necesita estar bien acompañado. Necesita mezclarse entre el resto, hacerse pasar por un rato por un jugador más, para poder luego aparecer por sorpresa y demostrar que es un verdadero fuoriclase. Es notable como cuando tiene cerca un jugador con el que se siente cómodo, con el que siente que puede congeniar adentro de la cancha, enseguida lo busca. Lío necesita encontrar en Verón a su Xavi o en Aimar a su Iniesta.

Se le exige mucho más que al resto, porque se sabe que tiene mucho más para dar. Los que nunca lo vieron jugar en España dudan de sus condiciones o se preguntan si alguna vez rindió en la Selección. Inclusive he llegado a escuchar que es una mentira o han llegado a decir que no es argentino, sino catalán. Lionel sabe que no está rindiendo con la albiceleste y se siente en deuda. Por eso no grita los goles, porque no se siente parte del equipo. Pero esto no sucede porque sus compañeros no lo ayuden o porque se sienta excluido. Esto le pasa porque no se siente útil, sabe que no les está dando todo lo que su potencial le permite.

La Pulga no es enganche, es un jugador vertical que cuando agarra la pelota busca inmediatamente el camino más directo al arco. No se destaca por su visión de juego, ni tampoco por ser un gran asistidor y aún así puede meter una bola de gol, ya que la sensibilidad de su pie izquierdo se lo permite. Es un delantero con gol y, sin embargo, en los últimos partidos jugando para la Selección Argentina casi no pateó al arco. Messi está siendo desperdiciado. Tenemos al mejor jugador del planeta, pero no lo sabemos aprovechar.

Si el logra olvidarse de que tiene que demostrar, cada vez que toca el balón, que es el mejor del mundo. Si logra dejarse llevar y sumergirse en el juego, ahí podremos verlo en su mejor versión. Inclusive, es probable que alcance un nivel de rendimiento superlativo y logre que nadie se permita siquiera dudar, que es actualmente el mejor. Para que lo haga, lo más importante no es hablarle. Está bien preguntarle qué es lo que necesita para sentirse cómodo, pero existe la posibilidad de que él no sea conciente del motivo. La solución pasa por el equipo. Cuando la Selección logre un funcionamiento como tal, ahí podremos disfrutar del mejor Messi. Del único Messi.

8/10/09

Bienvenido Matías

Existen algunos que todavía sienten que pueden hacer algo para combatir a todo lo malo que significa el fútbol como negocio pura y exclusivamente. Y para los que, ingenuamente, seguimos creyendo en recuperar lo sano que tiene este hermoso juego, escuchar a un jugador que defiende los mismos valores con los que quien escribe busca desempeñarse en cada aspecto de su vida, es sin duda reconfortante. Yo me permito soñar, por qué no, con un fútbol más allá del negocio. Por eso hoy digo: bienvenido otra vez, Pelado.

En la actualidad, los chicos que están comenzando sus carreras como futbolistas, firman su primer contrato con edad de novena división y tienen un representante, inclusive antes de entender realmente cuál es la función que éste debe cumplir. Una mañana, luego de su regreso a River, Almeyda se sorprendió al ver aparecer a uno de los más jóvenes del plantel con auto nuevo. Al indagar, se enteró de que era un regalo de su representante. Molesto con esta situación se preguntó: ¿por qué, si lo quiere tanto, en lugar de un auto no le regala un departamento?

Esta manera de pensar, está históricamente relacionada con la de antiguos directores técnicos, como por ejemplo Timoteo Griguol, que no les permitía a sus dirigidos invertir en un cero kilómetro sin antes asegurarse el techo propio. Este rol casi paternal que tenían ciertos entrenadores, brindaba un gran aporte en la formación de muchos futbolistas. Hoy este deporte está cada vez más lejos de aquellas épocas y los chicos se ven obligados a hacerse grandes cada vez más jóvenes. Es así como terminan yéndose a jugar al exterior a muy temprana edad y muchas veces sin la madurez necesaria para afrontar semejante desafío.

Almeyda dejó el fútbol porque se había asqueado, estaba cansado de ver como el negocio se comía al deporte y, con edad y físico para seguir jugando, decidió volverse a su casa a disfrutar de su familia. Luego de un par de años de inactividad, sintió que el jugador que tenía adentro le estaba pidiendo volver. Pasaron el Showbol y el Torneo Super 8, con estrellas del pasado, y apareció un ofrecimiento para volver a jugar oficialmente con la camiseta que lo vio nacer. Y Matías no dudo. El mismo que había largado cuatro años atrás para preservar su salud mental estaba de vuelta, convencido de que podía serle útil a su club y a este deporte desde adentro de la cancha. Durante el período que estuvo sin competir se dedicó, entre otras cosas, a aconsejar a los futbolistas más jóvenes. Hoy, con 35 años, sabe que su físico le da para jugar durante un tiempo más y que cuando deje definitivamente la actividad, seguirá estando cerca del fútbol. Seguirá intentando aportar lo suyo, porque se dio cuenta de que la única forma de defender lo que él siente que está bien, es involucrándose. Porque, al fin y al cabo, de eso se trata la vida, de jugarse por lo que uno cree que es lo correcto.

Hoy en día, el mundo del balón se encuentra atrapado en las garras de un gigantesco negocio que lo absorbe, corrompe y utiliza para beneficio de quienes ostentan el poder. Esta realidad, no hace más que perjudicar inmensamente al juego, al deporte en su sentido más puro y sano. Es así como, en el fútbol argentino, la mayoría de los clubes se encuentran en situaciones críticas desde el punto de vista económico. Los dirigentes se ven constantemente obligados a vender rápido a sus jóvenes figuras
para poder afrontar medianamente las deudas y este círculo vicioso lo único que logra es debilitar cada vez más a las instituciones y, a su vez, fortalecer a los grandes inversores.

En medio de este presente nefasto desde lo deportivo, nos encontramos los espectadores, simples amantes del juego que no nos sentimos completos si no podemos ver jugar a nuestro equipo. Y también está un tal Matías Jesús Almeyda, el Pelado, un futbolista sano que busca combatir a todos aquellos que, tratando de hacer su negocio, están matando al fútbol. Desde su lugar dentro del verde rectángulo, no sólo demuestra que todavía le da el físico para rendir en la alta competencia, sino que además brinda un gran aporte en la formación de los más chicos.

21/9/09

Aprovechar el negocio

Un país que vivió las atrocidades de un apartheid que lo dividió en dos, como si el diferente color de piel hiciese incompatible a las personas; un país que todavía está aprendiendo a vivir en una sociedad de todos, dentro de menos un año estará recibiendo al mundial de fútbol.

La Sudáfrica negra ya disfruta de lo que será, sin duda, un mes de fiesta, a pesar de la enorme responsabilidad que significa organizar la copa del mundo. Sin embargo, no todas son buenas: a mediados de julio, un paro de los obreros de la construcción ponía en riesgo la terminación de las obras y hace un par de semanas, hubo una huelga de taxistas que, celosos con el nuevo sistemas de autobuses rápidos recientemente implementado en Johannesburgo, terminó con los micros baleados y sus conductores amenazados de muerte.



Sudáfrica trabaja desde hace tiempo para recibir el primer mundial en suelo africano y, que todo esté en condiciones a tiempo, requiere de un esfuerzo mayor de toda la sociedad.

El 11 de Febrero de 1990 era liberado, luego de 27 años de prisión y a los 71 años de edad, Nelson Mandela. El apartheid (la palabra significa ‘segregación’) fue un acto de racismo que durante más de 40 años mantuvo al país dividido de acuerdo a la clasificación racial de cada individuo. Mandela, luego de su liberación, llevó al apartheid a su fin y el 27 de Abril de 1994, en las primeras elecciones generales en décadas, fue elegido el primer presidente negro en la historia de Sudáfrica. Desde su nuevo cargo, puso en marcha una política de reconciliación nacional y a un año de su asunción organizó la copa del mundo de rugby.

Un deporte que fue históricamente uno de los símbolos de los afrikaner (así se los llama a los sudafricanos de raza blanca y descendientes de holandeses), durante el mundial, logró como había previsto Mandela, unir a negros y blancos bajo una misma causa. La copa del mundo ganada por los Springbok en 1995 es uno de los hitos en la historia de la reconciliación nacional.

Durante décadas, los sudafricanos vivían en ciudades diferentes, de acuerdo a su clasificación racial (basada en el color de piel) y también practicaban deportes distintos: los blancos amaban al rugby, deporte en el que son potencia mundial, mientras los negros preferían el fútbol.

Hoy todo un país se prepara para un evento similar al que vivieran 14 años atrás, pero de una magnitud mucho mayor. Durante un mundial de fútbol, no sólo los fanáticos de ese deporte se hacen presentes, el mundo entero observa lo que sucede durante un mes en el que se respira fútbol. Ciudadanos de todo el planeta invadirán un país que hace menos de 20 años estaba regido por el racismo y en el que el odio de la raza negra, que vivía bajo la opresión y la esclavitud, era de un grado difícil de imaginar por quienes nunca vivimos una situación semejante.

Pero hoy existen chicos en Sudáfrica que nacieron y crecieron en un país nuevo, en un contexto muy diferente al de un par de décadas atrás, chicos que, como los nacidos después del ’83 en Argentina, no convivieron con un régimen nefasto en la historia de su nación. Para estos chicos, y para todos los chicos, este deporte que mueve cifras millonarias alrededor del globo, el fútbol, es simplemente un juego.



Adentro de un campo de juego somos todos iguales. Negros y blancos, ricos y pobres corren detrás de un balón sin hacerse problema por el origen racial o la clase social de sus compañeros de equipo. La única manera de crecer que tiene una sociedad es por medio de la educación. Y es ahí en donde el deporte, en este caso el fútbol, puede brindar un gran aporte. El odio interracial sigue vigente en muchos lugares del planeta. La única manera de combatir al gran negocio que es la guerra, es educando a los más chicos. Ellos serán los que tomen las decisiones en el futuro. Hay que utilizar todas las herramientas que estén a nuestro alcance para dicho propósito. El fútbol puede hacer un aporte fundamental y no debemos desaprovecharlo.

31/8/09

¿De qué lado estás?

Multitud, disconformidad, tensión, enfrentamiento. Para cualquiera que vive en la ciudad de Buenos Aires, estas son palabras que no sorprenden. La imagen es elocuente: un tipo tirado en el piso, acurrucado, intentando cubrirse de los golpes. A su alrededor otros cuatro tipos le pegan patadas. Unos metros atrás de los agresores, un fotógrafo y un camarógrafo registran el momento. Yo observo lo que sucede por televisión, desde la comodidad de mi casa, y decido poner pausa.

Durante nuestra vida debemos tomar decisiones constantemente. La mayoría son decisiones menores (mate o café) y existen determinadas ocasiones, en las que la elección requiere cierto nivel de análisis previo. Para ello, la herramienta que más utilizamos es la experiencia. Y, basándonos en la experiencia, muchas veces decidimos de forma inconsciente, por ejemplo: sin hacer ningún análisis, yo se que el café con leche me gusta con tres cucharadas de azúcar.

Sinceramente no concibo el ver a un fotógrafo que se desespera por obtener la imagen precisa, el golpe en el momento del impacto, y que no reacciona intentando defender a ese mismo hombre al que está fotografiando. Y ustedes me dirán: su trabajo es sacar fotos y no resguardar la seguridad de sus conciudadanos. A lo que yo respondo: antes de ser fotógrafo, ese hombre con una cámara de fotos en la mano, es un ser humano, igual que el que está siendo golpeado, igual que vos y yo. Y como seres humanos, tenemos poder de decisión.

Para mi no existe ver como cuatro tipos le pegan a otro y no hacer nada. Y menos acercarse para sacar una foto y dejar que le sigan pegando. Quizás alguno de esos que golpeaban, a la noche se avergüencen al verse por televisión. O quizás no. No voy a juzgarlos a ellos. Hoy me propongo cuestionar un accionar que es común en todos nosotros, como parte de una sociedad.

Es entendible no responder al ver como a alguien le roban a punta de pistola delante de nuestros ojos, porque probablemente tiene que ver con poner en riesgo la vida. Pero ahora me detengo ante la imagen que me devuelve el televisor: hace minutos se leyó la primera sentencia en el juicio por Cromañón y los integrantes del grupo Callejeros fueron absueltos. Los familiares de los chicos muertos esa noche están furiosos y lo demuestran ante las cámaras. La zona de tribunales se ve envuelta por el caos. En medio de la muchedumbre enfurecida está el hijo de Omar Chabán. Y es a él a quien le están pegando.

Es la no-reacción del fotógrafo y el cámara lo que me hizo ruido. Esa imagen fue el disparador que me llevó a sentarme a escribir. Creo que es la versión malentendida del rol que uno cumple en la sociedad lo que nos lleva a quedarnos inmóviles ante determinadas situaciones. Yo fotógrafo estoy acá para sacar fotos, y nada más. El resultado es la inacción, como si en determinadas circunstancias se bloqueara nuestra capacidad de análisis. Seguramente ese fotógrafo volvió a su casa luego de una jornada laboral más, se pegó una ducha y se hizo algo de comer, sin cuestionarse en absoluto su accionar de horas antes, sin un dejo de remordimiento por haber visto como golpeaban a aquel hombre y no haber hecho nada para ayudarlo.

Yo me pregunto cuán normal es esto. O mejor dicho, cuán bien está que esto nos resulte normal. Y llego a la conclusión de que no está nada bien, de que estamos fallando en algo si una imagen así no nos genera nada. Es por eso que decidí ponerle pausa a la realidad. Porque de eso se trata este espacio, en el que no sólo voy a escribir comentarios deportivos.

Comencé hablando de tomar decisiones, y creo que lo preocupante en este caso es el hecho de que en ningún momento nos permitimos dudar. En ningún momento nos damos la oportunidad de decidir. El fotógrafo no elije entre ayudar al hombre o sacar la foto. Existe aquí un alto grado de alienación, determinadas situaciones se nos vuelven normales y ni siquiera nos preguntamos si está bien o mal. Pero nunca es tarde para despertar, para demostrarnos a nosotros mismos que somos personas pensantes y que todavía conservamos nuestra capacidad de análisis.

No pretendo condenar al fotógrafo, que después de todo es una muestra de lo que somos todos nosotros como individuos dentro de esta sociedad. Hoy mi objetivo es despertar ese sentimiento dormido, que día a día no nos deja reaccionar ante situaciones en las que estamos en desacuerdo. Porque todos tenemos la posibilidad de elegir. Porque todos podemos poner pausa y decidir de qué lado queremos estar.

15/8/09

Y acá en los tablones

En pleno escándalo post ruptura de contrato entre la AFA y TSC (Televisión Satelital Codificada), en este presente en el que no sabemos en qué canal vamos a poder ver nuestro fútbol casero, aprovecho para proponer la vuelta a las canchas. En tiempos en los que el negocio está más presente que el juego, creo que es un buen momento para reivindicar la pasión.

El fútbol argentino ha sido siempre resaltado por la efervescencia con que se vive cada encuentro desde las tribunas. Es normal escuchar a jugadores que emigraron a jugar en el exterior, decir que extrañan nuestra manera de sentir el fútbol.

Está claro que en este presente mundial multimediático, un deporte tan popular como es el fútbol no puede estar ajeno al gran negocio de la televisión. Hoy nos es posible ver partidos de las ligas más diversas y la oferta es tal que no importa a que hora prendemos el televisor, siempre hay un encuentro para ver. Para el espectador futbolero, es un contexto que roza el ideal. Pero esta posibilidad de ver prácticamente todo lo que pasa, ha alejado a muchos de los estadios. Sin olvidarnos del alto grado de violencia con el que convivimos, podemos plantear un escenario perfecto: fútbol seguro desde el sillón de casa.

En una tribuna se mezclan los sentimientos más diversos y es posible pasar de la tristeza a la alegría en cuestión de segundos. En una tribuna se derraman lágrimas de dolor, pero también de emoción. En un grito de gol se desata la locura y uno se abraza con amigos, pero también con desconocidos a los que nunca volverá a ver ni abrazar. Yo creo que hincha es aquel que domingo a domingo vive los partidos en la cancha. Ese capaz de bancarse horas de cola para conseguir una entrada y que sufre inmensamente si se queda sin la suya. Porque la cargada que más duele es la que gritan miles de tipos desde la otra punta del estadio. Y la más disfrutable es la que cantás vos a la par de tu hinchada. Porque para el hincha no existe momento más sublime, que el festejo de un gol sobre la hora contra clásico rival.

Por eso hoy me siento a escribir sobre los que no entendemos a este deporte sin la tribuna. Sobre los que se sienten incompletos cuando gritan un gol sentados en la frialdad del comedor, sin la chance de abrazarse con nadie, sin sentir la euforia del grito colectivo, sin el inmediato cántico que cada hinchada tiene posterior al festejo de gol. A pesar de que hoy todo debe pasar por la pantalla del televisor para ser real, todavía estamos los que creemos en la familia futbolera. Los que disfrutamos cada fin de semana encontrándonos en ese lugar elegido de la tribuna, ahí donde siempre estamos los mismos. Familias del fútbol, que no se reúnen para navidad ni tampoco en los cumpleaños, pero que sin embargo se extrañan cuando hay que ir de visitante o alguno se pierde un partido porque estaba enfermo.

Quizás algún día entendamos que la televisación de los partidos debe ser un servicio. Y cuando digo “entendamos” estoy hablando de nosotros, los simples espectadores, y también de ellos, los encargados de tomar las decisiones. Porque a pesar de que el fútbol es un negocio que mueve millones, no existiría sin los miles de tipos que cada fin de semana siguen a su equipo. Hoy nos dicen desde el Gobierno que quieren un fútbol para todos pero, lamentablemente, es difícil creerles. Mientras tanto, los Kirchner continúan en su lucha contra el Grupo Clarín y la gente espera ansiosa por su deporte más querido. Ojalá que este momento de cambios que estamos viviendo, nos ayude a entender que el gran negocio del fútbol, en el que la televisión juega un papel preponderante, todavía nos da lugar a los que disfrutamos viviendo los partidos desde la tribuna. Porque no existe un fútbol sin hinchas. Porque nosotros, los hinchas, también somos el fútbol.

7/7/09

Fútbol ansioso

Carlos Bilardo dijo hace tiempo: “El partido perfecto sale 0 a 0. A un gran remate lo evita una gran atajada“. Vale aclarar que no coincido con esta afirmación. Si existe algo así como el partido perfecto, para mi sería un encuentro con muchos goles. Los arqueros tendrían grandes atajadas, pero los atacantes lograrían convertir con precisos remates físicamente inalcanzables para los guardametas. Pero dejemos por un rato la ficción, porque hoy quiero hablar sobre el nivel de ansiedad que reina en nuestro fútbol.

Vivimos en un país en el que el común de la gente no sabe perder. A casi nada. Y sobretodo si hablamos del deporte que más nos representa: el fútbol. Estamos de acuerdo en que a nadie le gusta irse derrotado. Y que cuando entramos a una cancha, inclusive en el más amistoso de los amistosos, hacemos todo lo posible para conseguir la victoria. Pero también tenemos claro que en un partido existen tres posibilidades: ganar, empatar o perder. Podemos relacionar lo ansioso de nuestro fútbol, con la incapacidad de aceptar la derrota como resultado posible.

Los argentinos no sabemos perder. ¿De qué hablamos cuándo decimos no saber perder? Un ejemplo claro es aquel partido que debe ser suspendido porque los simpatizantes del equipo que va perdiendo se trepan al alambrado hasta romperlo. Esta metodología ha sido adoptada como la forma más directa y sencilla que tiene una hinchada de dar por finalizado un cotejo. Definitivamente vamos por mal camino cuando le damos a los barras semejante potestad. Pero esa no es la única muestra de que los argentinos no sabemos perder.

Es cierto que nuestro fútbol está plagado de urgencias. Y las urgencias, exigen resultados inmediatos. Un plantel considerado rico, en cuanto a la calidad de sus integrantes, tiene que pelear el campeonato desde el comienzo y está obligado a hacer una buena campaña, por no decir, a salir campeón. Estos planteles son los denominados candidatos al título. Puede ser por venir de una buena campaña o por haberse reforzado en gran número y con jugadores de renombre. Dichos equipos deberán ubicarse en los puestos de vanguardia desde el comienzo. Si, por ejemplo, en la quinta fecha no están arriba en la tabla, es normal que el técnico comience a ser discutido. Hablo de ansiedad cuando un equipo ya cambió de entrenador antes de llegar a la mitad del torneo.

El fútbol es un deporte hermoso porque, entre otras cosas, tener mejores jugadores que el rival, no garantiza una victoria. Esta premisa básica lo hace impredecible. Cualquiera puede ganarle a cualquiera. O visto inversamente, cualquiera puede perder con cualquiera. Suena muy simple, pero hay veces que es difícil de entender. Hoy en día, el hincha promedio es reticente a aceptar que el equipo contrario puede jugar mejor. Si un conjunto formado mayormente por figuras de cierto nivel, pierde contra otro considerado de antemano más débil, es normal que reciba insultos. Hemos olvidado por completo, que un equipo puede jugar mejor que otro independientemente de los nombres propios. Partiendo de esa premisa, Godoy Cruz no podría jugar mejor que River. Esto no es así. No debemos olvidarnos que el fútbol es un deporte de conjunto, en el que las individualidades no son siempre determinantes. Messi no juega igual en todos lados. Esto está relacionado directamente con los jugadores que lo acompañan dentro del campo de juego. No podemos exigirle que sea el mismo que deslumbra en España, sin tener en cuenta la forma de jugar de nuestra Selección. Barcelona ha logrado un funcionamiento colectivo que potencia el rendimiento de sus jugadores. En ese contexto, Lionel Messi se destaca por sobre el resto.

Ser incapaz de aceptar que el otro puede jugar mejor es definitivamente no saber perder. Partiendo de esta premisa, se hace muy complicado aprender de la derrota. Un técnico inteligente es aquel que puede cambiar el rumbo de un plantel que arrancó mal. Para eso, es necesario tener paciencia y tiempo de trabajo. Son dos atributos difíciles de encontrar en nuestro fútbol. La ansiedad le ha ganado la batalla al tiempo. Y sin tiempo, la posibilidad de ver grandes equipos está supeditada, en mayor medida, al azar.


Desde este medio propongo dejar de aceptar como normal que un equipo cambie de técnico en la sexta fecha y que ante un par de malos resultados sea lógico que la hinchada cante "a ver si ponen huevos, que no juegan con nadie". No coincido en que un equipo que pierde el campeonato en la última fecha fracasó, sólo por el hecho de haber perdido. Propongo seguir viviendo los partidos con pasión, pero tomándonos el tiempo necesario para analizarlos con paciencia. Aunque suene utópico, quiero un fútbol más pensante. En el que los grandes equipos de fútbol, estén por encima de sus individualidades.

12/6/09

Fútbol, una cosa de locos

La primera razón que se atribuye al mal juego de la Selección es que no hay tiempo para trabajar. Voy a permitirme no coincidir. Yo creo que la causa principal es la falta de una idea de juego. Y esto es absoluta responsabilidad del director técnico. Desde mi punto de vista, el loco Bielsa es la prueba de que, sabiendo lo que uno busca, y a través del convencimiento, se puede lograr que la Selección de fútbol tenga un estilo de juego propio. “El esquema que yo armo es con un par de wines bien abiertos, un centrodelantero, un volante de creación, un “5” tradicional y una defensa con un solo jugador más que la delantera rival”.

Su carrera como director técnico comenzó en las inferiores de su querido Newell’s Old Boys. Dejó el fútbol tempranamente, con tan solo 23 años, por creer que no tenía las condiciones necesarias para rendir en la alta competencia, a pesar de haber jugado en primera. Al poco tiempo fue a hablar con Griffa, director general del fútbol amateur del club rosarino, y le planteó sus ganas de trabajar. Marcelo se hizo de abajo, participó en la formación de muchos de los jugadores que luego llevó a primera división y con los que ganó su primer título como técnico.

Le dicen loco porque es un personaje distinto en el ambiente del fútbol. Su manera de hablar lo hace por momentos indescifrable. “La oferta de la recepción debe ser vertical”, le dijo una vez a Ortega en medio del partido. Es un estudioso obsesivo de su profesión. Pero por sobre todas las cosas es un obsesivo del ataque. Hizo el profesorado de educación física con el único interés de aprender técnicas que le permitiesen extraer el máximo rendimiento físico de sus jugadores. Siente que si no logra hacer rendir a un futbolista al máximo de su capacidad está fracasando como entrenador. Por su forma de ser, es incapaz de disfrutar de la actividad que eligió como forma de vida. “Fui feliz cuando disfruté del amateurismo, cuando crecí enamorado de mi trabajo. Tengo un sentimiento profundo por el fútbol, por el origen del juego, por el picado y por el baldío. Desprecio todo lo añadido, todo lo que le fueron agregando para convertirlo extrañamente en deseado”. Siempre apela al espíritu amateur de sus dirigidos. No entiende el deporte como negocio. Vive lejos de las cámaras, es tímido y reservado. No quiere que se metan en su intimidad y, por esa razón, nunca invade la de los demás.

Marcelo Bielsa estuvo a cargo del Seleccionado mayor de fútbol durante 6 años. En ese período hubo muchos que lo apoyaban y otros tantos que estaban en contra. Pero hay algo que todos reconocían: la Selección tenía un estilo de juego bien marcado. Fue un equipo que buscó ser protagonista, siempre. “Me atrae la victoria y me doy cuenta de que el camino que más me acerca a ella es el protagonismo. Jamás pensaría un partido sin jugar en el campo rival”, son palabras de Bielsa. Durante ese período, Argentina fue un equipo que presionaba en todos los sectores de la cancha, un equipo solidario en el que todos corrían para recuperar el balón y que tenía un objetivo primordial: atacar. Estás fueron características de la Selección que clasificó al mundial cuatro fechas antes de finalizar la eliminatoria, que quedó eliminada en primera ronda y que ganó invicta la primera medalla de oro en fútbol de la historia.

El 11 de Junio de 2002, hace 7 años, el loco vivía uno de los momentos más tristes en su carrera como entrenador: la Selección argentina quedaba eliminada del mundial en primera ronda, luego de empatar 1 a 1 con Suecia y finalizar tercera en su grupo. Antes de viajar a Japón, Bielsa declaró: “el medio ya decidió que no salir campeón será un fracaso. Nosotros quedamos sujetos a esa opinión, que doy por válida”. Cuarenta días después, con el dolor por la eliminación del mundial todavía latente, el presidente de la AFA, Julio Grondona, sorprendió a todos al renovarle el contrato. Fue la primera vez en 23 años de mandato que le dio una segunda oportunidad a un técnico que no había salido campeón del mundo. Era el reconocimiento a un gran equipo, que tuvo su pico de rendimiento en las eliminatorias y que llegó como uno de los máximos favoritos a Corea-Japón, pero que no estuvo a la altura del nivel mostrado meses atrás y volvió a casa con las manos vacías.

La historia como técnico del Seleccionado duró finalmente dos años más. En los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, condujo al grupo de jugadores Sub 23 que ganó la primera medalla de oro en la historia de nuestro fútbol. El equipo fue un fiel exponente de lo que le gusta al entrenador, con presión en toda la cancha y una gran vocación ofensiva. Ganó los seis partidos que jugó y repitió formación en todos. Convirtió 17 goles y no le hicieron ninguno. “Ganar los Juegos Olímpicos me dio mucha felicidad, pero no en el sentido en que el periodismo me lo pregunta. Me dio felicidad por lo deportivo, no por vanidad. Sí porque hay una porción del pueblo argentino que se alegra cuando el fútbol gana”. El 14 de Septiembre, dos semanas después de colgarse la medalla de oro, renunció a su cargo. Ya no se sentía con la energía necesaria para dedicarse a una tarea que le exige estar al cien por cien.

Tres años más tarde, y luego de desechar ofertas varias para volver a dirigir, aceptó la propuesta de ser el director técnico de Chile. Cuando en conferencia de prensa le preguntaron qué hizo en ese tiempo, respondió: “Le contesto con una redundancia: no trabajé. En realidad, lo que hice corresponde a mi ámbito privado, no creo que interese”. El Bielsa que todos conocíamos estaba de vuelta. Su nuevo desafío pasaba por hacer jugar como potencia a una Selección que no lo es, y así buscar el pasaje al mundial de Sudáfrica. A falta de cuatro fechas para finalizar la eliminatoria, se ubica segundo en la tabla de posiciones y está logrando su objetivo.

Es difícil determinar cuál es el fútbol que le gusta a la gente. Pero de algo no tengo dudas, a todos nos gusta que nuestro equipo gane. Para alcanzar la victoria existen distintos métodos. Yo quiero que la Selección sea protagonista en todas las canchas. Los equipos de Bielsa tienen ese objetivo y para lograrlo priorizan siempre el ataque. Ese es el fútbol del loco, ese es el fútbol que me gusta a mí.

1/6/09

Rafa es humano

Rafael Nadal perdió un partido en Roland Garros. La noticia recorrió el mundo ante el asombro de todos. El domingo 31 de Mayo de 2009 quedará para siempre en la historia del tenis. El sueco Robin Soderling derrotó en 3 horas y media de juego al Nº 1 del mundo y tetracampeón en París, por 6-2, 6-7 (2), 6-4 y 7-6 (2). Rafa se despide del segundo Grand Slam del año en octavos de final, dejando atrás un record de 31 victorias consecutivas.

Hace un par de semanas, en la final del Masters de Madrid se enfrentaron Roger Federer y Rafael Nadal. Después de cinco finales perdidas en forma consecutiva contra el Nº 1 del mundo, el suizo logró la segunda victoria contra el de Mallorca, jugando en polvo de ladrillo. El historial entre ambos sigue siendo holgado a favor de Rafa (13-7), pero esta derrota era desde mi punto de vista un buen incentivo de cara a lo que venía. ¿Buen incentivo para Nadal? No precisamente.


“Son los otros los que me creen imbatible y desilusiona un poco descubrir que cuando ganas un torneo la gente lo considera normal. Para mi cada vez es un sueño, la cuarta vez más que la primera”, dijo Rafael luego de ganar Roma, uno de sus 5 títulos este año. El tenista español estaba desilusionado porque sentía que en su país no valoraban sus logros tanto como él. El público se había acostumbrado a ver ganar a Nadal y los títulos del de Manacor ya eran algo normal.

“En París, veremos quién llega a la final. Eso de entrada. Hablamos mucho de París y aún queda. Federer tiene potencial para ganar en París y para ganar en cualquier sitio. Es uno de los favoritos allí, pero el torneo empieza por la primera ronda no por la final. Ojalá jugara la final con él en París. Si me das un papel lo firmo ya”, declaraba Nadal luego de la derrota en Madrid.

Por primera vez en su carrera, Rafa no va a pisar el polvo de ladrillo de la Philippe Chartrier el segundo domingo y el público francés podrá ver coronarse a un nuevo campeón, algo que no sucede desde que Gastón Gaudio levantó el trofeo en 2004.

“Las derrotas no engrandecen nada por desgracia, pero también uno se da cuenta de la dificultad de lo que he hecho hasta hoy. Ayuda a valorar todo lo que he hecho anteriormente”, declaró Nadal en la conferencia de prensa post partido. La derrota ante Soderling ha vuelto vulnerable al, hasta ayer, imbatible tenista español. Rafa no cedía un set en Rolanga desde la final de 2007. El partido de ayer fue un cachetazo en la cara para unos cuantos. Nadie, ni el más fanático hincha de Soderling, esperaba una victoria del sueco.

“En el calentamiento, me había sentido bastante bien pero en el partido no. Me he parado en seco y hay que aceptar la derrota, lo mismo que se han aceptado las victorias, con la cabeza abierta para aprender. Hay que aprender perdiendo y trabajar en lo que he fallado y afrontar mejor los siguientes torneos”, expresó Rafael sobre el final y a modo de reflexión. Lo que viene, en su calendario tenístico, es nada menos que Wimbledon, tercer torneo grande del año y que Nadal ganó por primera vez en 2008, luego de una épica final contra Roger Federer. “Ahora, mi preparación es para la piscina de mi casa. Dadme tres días más para pensar en mi puesta a punto para Wimbledon”, dijo antes de partir en vuelo charter rumbo a Mallorca, en donde festejará su cumpleaños por primera vez en cinco años.

El español de 22 años y líder del ranking ATP desde Agosto del año pasado, acumuló la sexta derrota en 154 partidos jugados sobre tierra batida. En un par de semanas, los ojos del mundo tenis se posarán sobre el húmedo césped de Londres. El mejor jugador de tenis de la actualidad irá en busca de su segundo trofeo en fila. Puede ganar o perder como cualquiera, porque Rafa es humano.

28/5/09

Guía breve para entender a los violentos

Hincha: Partidario entusiasta de un equipo deportivo.
Violento: Que está fuera de su natural estado, situación o modo.
Xenofobia: Odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros.
Fanático: Preocupado o entusiasmado ciegamente por algo.

Propongo por este medio cambiar el enfoque e intentar, aunque sea por un momento, entender a quienes hacen de la violencia en los estadios de fútbol, su negocio.

Partiendo de las primeras dos definiciones podríamos decir que un hincha violento, es aquel partidario entusiasta de un equipo deportivo que está fuera de su estado natural.

En el fútbol argentino el nivel de violencia crece semana a semana y, a pesar de los diversos intentos por erradicarla, parece no haber una solución realmente efectiva a la vista. Está sobreentendido que es un problema cultural que afecta a todos los ámbitos de la sociedad y que, durante los partidos de fútbol, se manifiesta en los estadios y sus alrededores.


En nuestro país existe un elevado nivel de xenofobia, aceptado por la gran mayoría de la sociedad. ¿Por qué digo aceptado? Presten atención, lo siguiente sucedió el pasado fin de semana en una cancha de nuestro fútbol. Una familia entera disfrutaba del partido entre San Lorenzo y Boca desde la platea local. En un momento, papá hincha, mamá hincha y nene hincha comenzaron a cantar a la par del resto: “en el barrio de la Boca viven todos bolivianos, que cagan en la vereda y se limpian con la mano”.

Este es el, muchas veces mal entendido, folklore del fútbol. Y es también, una forma de comprender por qué una persona es capaz de engendrar un odio tan grande, al punto de ser capaz de desearle la muerte a un hincha del equipo contrario.

La falta de educación no es en este caso la mejor justificación. O quizá deberíamos preguntarnos qué entendemos por educación. En una tribuna se pueden encontrar referentes de todas las clases sociales. Y podemos ver a un distinguido universitario vociferando a la par de la hinchada. El mismo nene, que más arriba escuchamos cantando junto a sus padres, crecerá convencido de que está bien que la hinchada de Defensores de Belgrano le tire jabones a los jugadores de Atlanta, en clara alusión a su descendencia judía.

De la definición de fanático quiero extraer solamente una palabra: ciegamente. Si, una vez finalizado el partido, nos dirigimos a la salida del estadio y le preguntamos a la gente, qué opina sobre los cánticos xenófobos que le propinó su hinchada a la parcialidad rival, la mayoría desaprobaría semejante conducta. Sin embargo, es muy probable que los mismos que, finalizado el encuentro, lo desaprueban, fueran parte de la gran mayoría que minutos antes gritaba enfervorizadamente. Esto se debe a que el hincha argentino se ve enceguecido por el accionar de la mayoría, y actúa, en muchas ocasiones, sin pensar.

Se suele escuchar que las barras están bancadas por los dirigentes, y existen casos, como los actualmente investigados por la justicia borrachos del tablón, cuyos líderes son socios del club y cobran un sueldo todos los meses. Pero este grupo de delincuentes conocidos como barrabravas, que se aprovechan de la violencia reinante en los estadios para hacer su negocio, también recibe en muchas ocasiones, el aval del resto de los hinchas que, consciente o inconscientemente, aprueban desde los cánticos el accionar mafioso de los violentos.

Esta fue una breve muestra de lo que vivimos, domingo a domingo, quienes asistimos a ver fútbol en nuestro país. Para terminar, les dejo la última definición extraída del diccionario de la Real Academia Española:

Barrabravas: Grupo de individuos fanáticos de un equipo de fútbol que suelen actuar con violencia.