31/12/10

El corazón hecho pelota

“Quiero emborrachar mi corazón, para apagar un loco amor, que más que amor es un sufrir...” Enrique Cadícamo

El fútbol es un deporte desagradecido, porque muchas veces olvida y no reconoce los esfuerzos realizados. El fútbol es un deporte injusto, porque no distribuye las recompensas de forma equitativa. El fútbol es un deporte caprichoso, porque se nutre constantemente del azar para determinar vencedores y vencidos. El fútbol es un deporte contradictorio, ya que, a pesar de todas las razones negativas que he enumerado, es un juego maravilloso, capaz de mantener en vilo a millones de personas durante los noventa minutos que dura un partido.

Llegamos a fin de año y es normal realizar un balance. He escuchando a muchos decir que este 2010 que se termina no ha sido un buen año. En lo personal no puedo decir lo mismo, para mí este final de década será sencillamente inolvidable. Para aquellos que acostumbran leer los artículos de este blog, la razón fundamental es fácilmente deducible: mi viaje a Sudáfrica. Mi primera vez en el continente negro fue con premio doble, no sólo cumplí el sueño de conocer la tierra del enorme Nelson Mandela, sino que lo hice durante el Mundial de Fútbol. Desde ya que la fecha del viaje no fue azarosa y la razón fundacional fue ir a ver a la Selección Argentina. Pisé por primera vez Johannesburgo el lunes 14 de Junio y el sueño se hizo realidad pocos días después, el jueves 17, cuando Argentina enfrentó a Corea del Sur por la segunda fecha de la fase de grupos. A partir de ahí comenzó un período de ensueño que nos vio festejando dos veces en el Soccer City (versus Corea del Sur y México, este último por los Octavos de final) y otra más en la pequeña ciudad de Polokwane (el rival de turno fue Grecia), el día anterior a cumplir mis 28 años. Después de dejar en el camino a los aztecas y de lograr el pase a los Cuartos de final, el grupo de argentinos del que fui parte se movilizó hasta la mágica Cape Town, a la espera del encuentro con Alemania. Para mí el Mundial duró veinte inolvidables días en tierra sudafricana y dejó una huella imborrable.

Nostalgia: Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.

El fútbol es un deporte que se juega con el corazón, adentro y afuera del campo de juego. Eso significa que uno siente muy intensamente y lo hace, tanto cuando se gana como cuando se pierde. Ya he hablado en algún artículo anterior sobre el dolor desgarrador que nos dejó la eliminación del Mundial. Si entendemos por nostalgia a la tristeza que se origina en un recuerdo que fue muy grato, lo que siento yo en estos últimos días del año tiene mucho que ver con ese tipo de sensaciones. A medida que pasan los meses y Sudáfrica 2010 se va alejando en el tiempo, repaso los grandes momentos vividos con una enorme alegría, pero sabiendo que el sabor de boca que queda tiene siempre un gusto agridulce. Y es en este punto en el que quiero hacer hincapié. He intentando compartir con amigos y familiares este sentimiento que me envuelve en el presente y he descubierto que me cuesta mucho ponerle palabras para explicar lo que me pasa, sobre todo cuando el interlocutor de turno es ajeno a mi manera de sentir el fútbol.

Siempre se dice, y con razón, que para los argentinos es muy diferente la forma en que nos sentimos hinchas de nuestro club en relación a cómo somos cuando nos ponemos la celeste y blanca. Es cierto que el nivel de pertenencia que uno puede lograr con su equipo, difícilmente pueda igualarlo con respecto al seleccionado. A mi me pasa, de hecho. Pero al mismo tiempo, es realmente indescriptible lo que sentimos los hinchas cuando lo que se pone en juego es la Copa del Mundo. El fanático de fútbol ha diseñado un calendario diferente, el cual está dividido en períodos de cuatro años de duración. Y cuando llega ese mes en que se juega el Mundial, los corazones de millones y millones de argentinos se detienen virtualmente y se sustraen a lo que está sucediendo en el país sede de turno.

Este 2010 será inolvidable para mí porque he cumplido el sueño de ver un Mundial en vivo y en directo, he dicho presente en la tribuna mientras jugaba Argentina y he vivido una experiencia que me cambió la vida para siempre. Puedo decir, sin miedo a ruborizarme, que para un futbolero como yo vivir un Mundial es lo máximo. No me canso de ver los videos con los festejos post partido con miles de argentinos cantando y saltando en estadios semivacíos que soportan en sus estructuras de cemento la fuerza incontenible de la pasión. Sentado sólo en mi habitación me río, canto de nuevo las canciones y termino siempre emocionado, llorando por lo que pudo haber sido y no fue. Y es ahí, en el preciso instante en que la nostalgia golpea a la puerta, cuando logro descifrar de qué se trata todo esto. Es en ese momento en que veo las camisetas albicelestes agitándose producto del festejo desatado, cuando hago un viaje mental en tiempo y espacio y me traslado virtualmente a Brasil (al próximo Mundial), adonde me imagino saltando, gritando y festejando otra vez.

Tengo muy en claro que haré todo lo que esté a mi alcance para volver a decir presente en cada país en que la Argentina vaya en busca del gran sueño. Hoy puedo decir que entiendo a quienes me decían que iban al Mundial a buscar lo que les habían quitado tiempo atrás, más precisamente en Alemania. Hoy soy parte de ese grupo de perseguidores de sueños – que en realidad es uno solo – que dirá presente en Brasil, en Rusia, en Qatar y en donde toque jugar. Tengo guardado en mi valija un cúmulo de ilusiones, que hoy tienen forma de nostalgia y que, una vez más, me hacen sentir infinitamente vivo. Haber estado en Sudáfrica fue maravilloso, pero me ha abierto una herida cuyo antídoto sólo se fabrica cada cuatro años.

30/11/10

La insana costumbre

“Amor que puede ser eterno y puede ser fugaz. Amor que quiere libertarse para volver a amar”. Pablo Neruda

Acostumbrarse (casi siempre) resulta negativo. Si se trata de una relación amorosa, el hecho de lo rutinario termina desgastándola. Y en un sentido más general, puede significar que descuidemos lo fundamental de algunos conceptos. Si rutina es un antónimo de interés, el hábito genera un desinterés que puede resultar peligroso. Con la repetición, la mente tiende a aburguesarse y eso puede desembocar en que entre en desuso el vital ejercicio de pensar.

Libertad: 1. Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.
2. Estado o condición de quien no es esclavo.
3. Estado de quien no está preso.
4. Falta de sujeción y subordinación.

La condición de ‘libres’ es, para la mayoría de la gente, considerada como normal. Este pequeño detalle puede suscitar un gran descuido. Se suele decir que uno valora algunas cosas cuando se las sacan. Hace menos de treinta años, la libertad era un valor tan preciado como escaso en nuestro país. A lo largo de la historia de la humanidad se han librado innumerables batallas en pos de alcanzar este derecho elemental. Por eso creo que es de vital importancia que pugnemos siempre por mantener viva la llama de la memoria, reivindicando la lucha de todos aquellos que dieron su vida por esta causa. Che Guevara: “Nuestro sacrificio es consciente, es el pago por la libertad que estamos construyendo”.

Para nosotros el ejercicio es más sencillo y sólo nos demanda poner en práctica alguna de estas acciones: razonar, imaginar, reflexionar, considerar, discurrir, idear, opinar, examinar. Porque ser libre es ser independiente, es ser autónomo, es ser soberano, es ser autárquico. Siempre ponderando el respeto al prójimo, sea quien fuere y piense como se le de la gana. De eso se trata ser libres: de otorgar libertades a los demás y de hacer valer las propias. Cada uno de nosotros debe encargarse de ejercer su derecho, individualmente y aunque ello demande un esfuerzo.

Cultura: 1. Cultivo (acción y efecto de cultivar).
2. Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.

Yo entiendo a la cultura como un sinónimo de libertad. Y si hacemos foco en el hecho de que cultura es cultivar, podemos llegar a la conclusión de que la libertad más genuina no nos viene dada – no está implícita – sino que es trabajo nuestro desarrollar esa cualidad. Pregono por que todos actúen con “falta de sujeción y subordinación”, con responsabilidad, pero luchando siempre por vivir en armonía con sus ideas y valores. No hace falta estar encarcelado físicamente para prescindir de la condición de libre. Debemos aprender a ser soberanos – aquel que ejerce o posee la autoridad suprema e independiente – de nosotros mismos.

Costumbre: Hábito, modo habitual de obrar o proceder establecido por tradición o por la repetición de los mismos actos y que puede llegar a adquirir fuerza de precepto.

Comencé este artículo hablando del acostumbramiento y del riesgo que conlleva. La costumbre – en su sentido de repetición – presupone una rutina, lo que deviene en un indefectible empobrecimiento intelectual. El hábito nos despoja de la necesidad de pensar en el momento de decidir. El análisis que requiere el pensamiento crítico nos obliga a realizar un ejercicio sano, a la vez que fundamental. Y como dijimos que la libertad es una construcción, la decisión debe ser voluntaria. Para que lo tradicional sea poner en funcionamiento nuestra mente y así erradicar para siempre la más peligrosa de las esclavitudes: la del intelecto.

Voluntad: Libre albedrío o libre determinación.

Si la cultura son los conocimientos que nos permiten tener un juicio crítico, entonces estamos ante una doble tarea: primero debemos aprehender esos conocimientos – por lo que se vuelve fundamental el papel de la educación – y segundo debemos encargarnos de poner en práctica esos elementos para obtener algún tipo de conclusión acerca del tema en cuestión. Reivindico el hecho de criticar en el sentido, no desde el reproche, sino del análisis que se debe llevar a cabo para alcanzar la crítica en si. Porque a su vez, cuando la conclusión obtenida difiere, por más mínimo que sea, con la opinión o precepto inicial, eso significará implícitamente un enriquecimiento. La crítica es una herramienta fundamental para poder llevar a cabo un intercambio de ideas. Y es a través de ese intercambio y de la profundización en el análisis, que nos será posible cultivar (y así cultivarnos). El fruto de este ejercicio es – inevitablemente – cultura.

31/10/10

Vergüenza S.A.

En menos de una semana la hinchada de Independiente fue protagonista de dos episodios bochornosos. En el partido que le significó el pase a la siguiente ronda de la Copa Sudamericana, un piedrazo proveniente de la tribuna local impactó en la cabeza del arquero de Defensor Sporting (Uruguay) minutos antes del comienzo del segundo tiempo. Algunos días más tarde, esta vez por el Torneo Apertura, el rival de turno era Boca y el recibimiento para los xeneizes fue (por lo menos) vergonzante: lluvia de ‘bolas’ de fraile y ‘paragüitas’ de chocolate. La violencia y la xenofobia una vez más dijeron presente en un estadio de fútbol.

Algún desprevenido podría pensar que se trata de un mal que aqueja sólo a los hinchas del Rojo, pero estaría más que equivocado. Basta con un par de ejemplos para despejar suspicacias: 1) hinchas de Racing le ‘rayaron’ el auto a Lluy luego de la derrota en el clásico de Avellaneda, 2) barras de San Lorenzo ‘apretaron’ a los jugadores minutos después de haber caído con Huracán.

El fútbol argentino desborda de situaciones de este tipo y lo que más me preocupa es que, no sólo no se observan síntomas de mejora, sino que la situación tiende a empeorar cada vez más. ¿Por qué estoy pintando un panorama tan negro? Porque nadie parece estar dispuesto a tomar las medidas necesarias para terminar con esta locura. El primer responsable de que el partido por la Copa no se haya seguido jugando luego del piedrazo era el árbitro. En segundo lugar están los jugadores de Defensor, que no son los responsables, pero que podrían haber demostrado su coraje retirándose del campo de juego. En los otros ejemplos citados, el partido Independiente-Boca debía ser suspendido antes de su inicio por causa de la actitud xenófoba de los locales, mientras que tanto los planteles como los dirigentes de Racing y San Lorenzo son los encargados de denunciar a los agresores de turno. La palabra que mejor define la conducta de los protagonistas es: connivencia.

“Estamos comprometidos a aplicar las más severas sanciones”, declaró Julio Comparada, presidente de Independiente en relación al piedrazo que recibió el arquero de Defensor, en el partido por la Sudamericana. Dante Prato, presidente del conjunto uruguayo, declaró después del partido: "Seneme (el árbitro) le dijo a Silva que no iba a suspender el partido y que, a lo sumo, lo único que permitiría era el cambio de jugador por el arquero suplente, y que consideraba a la agresión como un hecho aislado”. ¿Cuántas piedras deben caer para que deje de ser un hecho aislado? El arquero aceptó seguir disputando el partido. “El arquero dijo que seguía porque no era un cagón”, contó luego del encuentro Antonio Mohamed, DT del Rojo. Pero no hubo hidalguía en la decisión del guardameta de continuar, la verdadera valentía hubiese sido retirarse de la cancha. Los hinchas locales – los mismos que lo habían agredido – lo aplaudieron al verlo regresar tras ser atendido, en una muestra más de hipocresía.

“Más allá de la falta de respeto hacia otras colectividades, no daña a nadie, es parte del folclore del fútbol”, declaró el vicepresidente de Boca, José Beraldi, en relación a la agresión xenófoba que recibieron sus hinchas en el clásico contra Independiente. ¿Más allá de la falta de respeto? Estas actitudes son la explicación más clara de por qué siguen ocurriendo este tipo de hechos. Sino presten atención a la respuesta del juez, Diego Abal, al cuestionamiento de la DFA (Dirección de Formación Arbitral) acerca de por qué no suspendió el partido: “Dijo que no entendió el mensaje de las ‘bolas’ y los ‘paragüitas’, y que tampoco comprendió los cantos”. Por si hacía falta algún tipo de aclaración ante tan obvia agresión, esto fue lo que se escuchó en los altoparlantes del Libertadores de América, de parte de la voz del estadio: “¿Tienen más bolitas para tirar? ¡Ya están cansando! Por favor, si pretenden que el partido se suspenda, directamente no vengan”. El viceministro de Deportes de Bolivia, Miguel Rimba, advirtió lo siguiente: “Haremos un reclamo oficial a través de la Cancillería y la Embajada en Argentina”. Y luego agregó: “Es reprochable desde todo punto de vista, pero sabemos que se trata de algunos grupos, que no hay que generalizar”. Lamentablemente, creo que lo correcto a esta altura sí es generalizar, quizá esa sea la única manera de que las cosas empiecen a cambiar. Además, los cánticos discriminatorios se escuchan desde todos los sectores del estadio, da lo mismo si es popular, platea o palcos.

Leandro Romagnoli, uno de los futbolistas de San Lorenzo involucrados en la ‘charla’ con los barras, se excusó después del apriete: “Como éramos candidatos a ganar, quisieron saber qué había pasado. No vinieron a apretar ni a pegarle a nadie”. Sin embargo, y demostrando el nivel de gravedad de la situación, luego declaró: “Lamentablemente hay que acostumbrarse a este tipo de cosas por cómo es el fútbol”. Cristian Tula, defensor del conjunto azulgrana, sumó preocupación a través sus palabras: “Esto hay que revertirlo, porque si no va a ser peor”.

Los jugadores de Racing Club, en respuesta a la agresión sufrida por Lluy entresemana, no saludaron a su gente una vez finalizado el partido frente a Argentinos, lo que generó mucho malestar en la parcialidad académica. Un par de días después, estas fueron las palabras de Claudio Yacob, capitán del equipo, en conferencia de prensa: “Fue un error que todos los hinchas pagaran por unos pocos. No fue lo correcto. Pedimos perdón porque generalizamos. La gente de Racing se merece nuestro respeto”. La responsabilidad de los protagonistas no es pedir disculpas, sino denunciar los hechos de violencia. Más allá de que el mensaje de Yacob no es netamente repudiable, pienso que con sus palabras sólo logra que el hecho se olvide y de esa manera contribuye a que este tipo de situaciones se sigan repitiendo.

Por último, quiero hacer especial hincapié en el papel que interpretan los dirigentes en esta triste realidad: barras de Independiente fueron empleados por el club para custodiar los accesos al estadio en los partidos contra Defensor Sporting y Boca Juniors. Así declaraba al respecto Cristian Mattera, secretario del equipo de Avellaneda: “Es muy perverso todo el sistema, tenemos que concluir que preferimos tolerar una especie de delito frente a otro, es una situación bizarra”. Sin palabras.

Los jugadores se bancan cualquier cosa: que los insulten, que los aprieten, que les tiren piedras. Los árbitros se hacen los ciegos, los sordos, pisotean el reglamento con tal de que el show pueda continuar. Los dirigentes se ensucian las manos contribuyendo con el accionar de las barrabravas. Los hinchas se suman a la estupidez generalizada y discriminan escudados en el supuesto folclore del fútbol. La vergüenza dice presente semana a semana en los estadios argentinos. Es hora de que alguien demuestre que tiene huevos – como se dice en la yerga – y actúe en consecuencia. Antes de que sea demasiado tarde, antes de que terminen por matar al fútbol.

Connivencia: Disimulo o tolerancia en el superior acerca de las transgresiones que cometen sus subordinados contra las reglas o las leyes bajo las cuales viven.

26/9/10

Primavera cero

He aquí tres momentos de uno de esos días en los que la realidad hace todo lo posible por abrumarnos:

- El miércoles 22 de Septiembre amaneció nublado en Buenos Aires y con una sensación térmica que no se condice con la temperatura que marca el termómetro. Las tapas de los diarios tienen – como es costumbre – denominadores comunes, uno de los cuales es tan triste como representativo: los heridos y detenidos que dejó el ‘Día de la Primavera’. Busco en el archivo y las ediciones de años anteriores me pintan un panorama similar: junto con los festejos siempre están los incidentes. La diferencia que he podido advertir en esta ocasión, es que el nivel de violencia parece haberse incrementado.

- Cae la tarde y yo salgo del cine de ver una película en la que se demuestra que un ciudadano argentino ha sido inculpado injustamente por la policía y luego la justicia lo ha condenado (con igual nivel de injusticia) a prisión por un crimen que no se pudo probar que cometió. El hecho tuvo lugar en Pompeya. Minutos después de la tragedia en la que murieron 3 personas, la gente pedía ante las cámaras de la televisión que el (supuesto) delincuente no fuera llevado al hospital, pedían literalmente que lo dejaran morir ahí. ¿Y la presunción de inocencia? Bien, gracias. Otra vez la violencia como protagonista.

- Entrada la noche, mientras miro televisión y hago zapping, me encuentro con la noticia de que un chico de 18 años – que estuvo desaparecido durante doce horas – fue encontrado con signos de haber recibido una feroz golpiza, a causa de la cual, horas más tarde y ya en el hospital, falleció. El hecho tuvo lugar en la localidad de Mercedes, el joven había salido a festejar la llegada de la primavera junto a sus amigos. Más y más violencia. No es necesario realizar una búsqueda pormenorizada, el denominador común es siempre el mismo, las noticias con hechos violentos se reproducen incansablemente. Entonces me siento frente a la computadora y decido ponerle pausa a la realidad.

Violento:

1. Que está fuera de su natural estado, situación o modo.
2. Que se ejecuta contra el modo regular o fuera de razón y justicia.

Las definiciones no me dejan satisfecho. Exceso, furia, agresión, ferocidad, arrebato, ensañamiento, coacción, vehemencia, acometividad. Todos sinónimos de la palabra violencia que me permiten ilustrar con mayor precisión lo que intento expresar. Para mí violencia es no respetar los derechos del otro, es no bancarnos las opiniones disidentes o menospreciarlas, es sentirse oprimido, es un chico que no tiene para comer, es la imposibilidad de acceder a una educación digna. Existen muchas formas de violencia, la realidad lamentablemente nos invade con ejemplos al respecto. Basta con poner el noticiero o abrir cualquier periódico para encontrarnos con un sinfín de ‘situaciones violentas’, en las que no necesariamente se debe ver involucrado un maltrato desde el punto de vista físico. Es fácil ver entonces, y en el mejor de los casos, la mitad del vaso vacío.

En eso me acuerdo de una nota que leí el otro día sobre los jóvenes que tomaron el Normal 10 de Belgrano. Mientras en el Gobierno intentaban desacreditarlos diciendo que su lucha se había politizado, ellos se pasaban las horas de asamblea en asamblea, apelando siempre al voto para cualquier toma de decisión. Me reconforta saber que, en medio de esta sociedad en la que rige el “sálvese quien pueda”, todavía existen pibes que tienen ganas de pelear por lo que ellos creen vale la pena.

Voy a apelar a mi memoria para trasladarme mentalmente al lunes 19 de Julio de 2010. Después de navegar por alrededor de treinta minutos llego a Robben Island, la isla que alberga la prisión en la que Nelson Mandela pasó gran parte de sus 27 años tras la rejas. Recorro el lugar y la historia se hace presente. Un viejo prisionero – hoy convertido en guía – cuenta anécdotas de lo que fue la vida en la cárcel y una sensación de injusticia me invade. Caminar por esos pasillos es escalofriante, a la vez que revelador. Haber estado ahí me sirvió para tomar real dimensión de lo trascendente del logro de Mandela. Él tuvo la grandeza suficiente para entender que la venganza no era el camino correcto. Salió de prisión con el objetivo de unificar a una sociedad partida al medio. Lo logró gracias a su infinito don de escuchar y perdonar. Entendió que la paciencia debía ser su tesoro más preciado. Decidió empezar de cero, sin olvidar el pasado, pero dándole protagonismo al futuro.

Todas las virtudes destacadas en el párrafo anterior se contraponen fervientemente con las distintas acepciones de la palabra violencia. No pretendo que todos seamos como Mandela, pero es imprescindible recurrir a este tipo de ejemplos para que el presente no nos gane la pulseada. Apelando a la pureza de los más jóvenes, como los chicos del Normal 10, que luchan aferrados a sus convicciones. Para poder soñar con una noche de verano, en que las utopías empiecen a confundirse con la realidad.

27/8/10

Esto es Sudáfrica

En la tercera fila de asientos de una camioneta que desborda de pasajeros y valijas, me refugio en mi música e intento disfrutar del viaje mientras miro por la ventana. Pero me cuesta, se me hace muy difícil. En eso agarro mi cuaderno y anoto: “pobreza, mucha pobreza, por todos lados pobreza”. Viajamos por el interior del Cabo Oriental, con destino a Durban. El sol africano nos invade y, a pesar de que estamos en invierno, nos obliga a abrir las ventanas. Afuera el paisaje me hace sentir incómodo, siento que yo también soy un poco responsable. Al recorrer las grandes ciudades de Sudáfrica, la desigualdad es una constante, el contraste entre clases sociales se hace evidente en cada esquina. Pero acá ya casi no se pueden notar las diferencias, todo se asemeja, la carencia se vuelve un denominador común. Me dan ganas de bajarme del auto, de ponerle pausa al viaje y de mezclarme entre ellos, pero no me animo. ¿Quiénes son ellos? Los que conviven día tras día con la necesidad. Gente como vos y yo, que no tuvo las mismas posibilidades y que no conoce otra forma de vida más que la de luchar diariamente por sobrevivir. Y eso es lo que duele. Siento que no es justo y me invade la impotencia. Definitivamente no estoy en condiciones de disfrutar.

El Mundial de fútbol mostró una cara de Sudáfrica que no representa realmente la situación general del país. Es lógico que haya sido así, pero la imponencia de esos estadios – la mayoría de ellos construidos especialmente para la ocasión – contrasta cruelmente con la calidad de vida de gran parte de la población. No soy un hipócrita: yo fui a disfrutar del evento deportivo del año y no reniego de ello. Pero cuando uno pone las prioridades en la balanza se da cuenta de que evidentemente hay algo que estamos haciendo mal. Y ese “algo” no es menor. Se gastan fortunas en meras trivialidades (al entrar en la comparación el juego de la pelota se vuelve sencillamente trivial) cuando ahí afuera hay chicos que se mueren de hambre. Y por más que suene a cliché estoy hablando de la más pura realidad. Y al hacer referencia a los chicos estoy buscando retratarla con la mayor crudeza posible. Porque creo que el mayor error que podríamos cometer al hablar de la pobreza es no ser definitorios. Para empezar a pensar en soluciones primero debemos tener conciencia de la magnitud de lo que se intenta componer. Y aquí no hay lugar para medias tintas ni remedios pasajeros.

Hoy estoy de vuelta en Buenos Aires y me tomo un tiempo para pensar en lo vivido, me dejo llevar por los recuerdos. El viaje que hace algunas semanas era presente hoy se ha vuelto un cúmulo de imágenes y sensaciones. Como es normal, con el paso del tiempo los recuerdos tienden a borronearse y le van dejando su lugar a las experiencias. Sin embargo, creo que jamás voy a olvidar esas expresiones en la cara de la gente: con sus ojos destilando resignación y agotamiento, pero que si por casualidad se encontraban con los tuyos en un cruce de miradas muy probablemente te devolvían una sonrisa.

Volviendo a la ruta, los kilómetros se sucedían y el paisaje seguía siendo el mismo. En mi cuaderno escribí: “viajar me hace sentir libre, a la vez que chiquitito”. Ahora agrego: e inútil. Así me sentía en ese momento y así me sigo sintiendo. Después de todo, la historia me respalda: puedo escribir mil páginas sobre el tema sin que nada cambie. Pero no pienso en rendirme, si es necesario escribiré mil más, las que hagan falta. La lucha por terminar con la pobreza debe ser incansable. Y ese sentimiento de impotencia me tiene que servir como combustible.

Una vez más quiero hacer hincapié en lo fundamental de la educación. Debe ser el objetivo principal de todo gobierno que todos tengan acceso a ella. Y como es imposible empezar de cero, resulta inevitable que exista una ayuda para que los más pobres también puedan estudiar. Pero creo que sólo con la asistencia del Estado no es suficiente. El cambio debe ser radical, la sociedad toda debe ser partícipe: tenemos que empezar a considerar a todos como iguales, como pares, sin prejuzgar. Nunca dejará de haber pobres si insistimos en darles la espalda. Es una tarea difícil y debemos estar dispuestos a hacer el esfuerzo. Reconozco que me cuesta llevar a la práctica lo que predico, pero no me queda otra que dejar de lado la vergüenza y aceptarlo: yo también estoy lleno de prejuicios. Sólo así estaré en condiciones de formar parte del cambio.

Los granitos terminaron de caer en el reloj de arena que indica que mi té ya está listo. Miro por la ventana del bar y todo es ciudad, todo es cemento. Añoro aquellas horas en la ruta en las que la incomodidad me hacía sentir mejor.

31/7/10

Recuerdos de una derrota

El fútbol es un deporte que genera pasiones a lo largo y ancho del globo. Hay quienes prefieren disfrutar del espectáculo, cerveza en mano, desde la comodidad del sillón del living. Y también estamos nosotros, los que nos anotamos en la taquilla de cada encuentro, los co-protagonistas de todo partido, los simples espectadores, que no entendemos a este hermoso deporte sin la tribuna.

Este artículo se origina una noche de sábado, en la bellísima ciudad de Cape Town, post eliminación argentina del memorable Mundial de Sudáfrica. La tristeza y el vacío me invaden. Siento una desesperante sensación de final (con mayúsculas), del más triste e indeseado final. Quedarse afuera de una Copa del Mundo es uno de los momentos más difíciles en la vida del futbolero. Vivirlo en la cancha es sencillamente desgarrador. Pienso, revuelvo en el fondo de mi memoria buscando la forma más precisa de contar cómo es este dolor. Inevitablemente las lágrimas empiezan a caer. Con algo de masoquismo quizá, me traslado al instante en que mi ilusión tocó fondo. Acostado en la cama, en un cuarto frío y oscuro de un departamento frente a la costa, me incorporo de repente, agarro lo primero que tengo a mano y escribo lo siguiente: “lo bueno de perder en la cancha”.

Habiendo sufrido una de las derrotas más dura de mi vida futbolística (sólo comparable con lo que me significó quedar afuera en 2002), hoy les puedo asegurar que para mi lo mejor es siempre vivirlo desde adentro. Hay dolores que es necesario experimentarlos en el lapso más corto posible, aunque eso signifique multiplicar ese sentimiento mil veces. Me ha tocado ver perder a la Selección en diferentes ámbitos y circunstancias, casi todas ellas a miles de kilómetros de donde se sucedían los hechos. En todos los casos la agonía tiende a alargarse, todo a nuestro alrededor se tiñe de gris y la tristeza parece ir in crescendo con el paso del tiempo.

Según mi punto de vista, se trata de distintas clases de dolor. Ver los partidos por la tele me hace sentir que estoy en deuda de alguna manera. En esta última oportunidad, me ha tocado vivirlo in situ, ser testigo presencial del capítulo más doloroso. Y la experiencia es completamente diferente, casi que inversamente proporcional en algún sentido. Cuando termino de ver un encuentro en la tribuna me siento satisfecho, con la tranquilidad de que he dado todo lo que estaba a mi alcance. La crudeza del dolor que se vive desde adentro es, desde ya, mucho mayor. La sensación es de un inmenso vacío. Es como si a partir de ese momento fuese imposible seguir sintiendo dolor, o seguir sintiendo nada, como si te arrancaran de adentro la capacidad de sentir.

Con la derrota consumada, lo que viene a continuación es irremediablemente mejor (o menos peor como mínimo). Cuando uno toca fondo ya no puede seguir bajando, por lo que lo inevitable es empezar a subir, muy lentamente. Los minutos posteriores a la eliminación fueron terribles. Sentí que me había quedado sin fuerzas. Cuando el árbitro pitó el final simplemente me hundí en la butaca y así me quedé, inmóvil, por un buen rato. Ya no había vuelta atrás, el resultado más temido se había transformado en la más cruda realidad. Transcurrieron los minutos y mi cabeza empezó a trabajar en el ítem “aceptación”. El grupo de argentinos con el que compartí este viaje parecía haber perdido el espíritu. Todo lo que se escuchaba eran diferentes estrategias y posibilidades, siempre en plan de dejar el país lo antes posible, de regresar a casa. A mi me quedaba todavía un mes, y debo confesarles que también barajé la posibilidad de volverme.

Pero regresando a lo que originó este artículo, el hecho de haber dicho presente comenzó a dejar ver su lado positivo. Con el pasar de las horas pude recomponerme anímicamente y volví a focalizarme en lo que venía. Con la compañía de los que se bancaron quedarse (entendiendo perfectamente a los que eligieron partir) empezamos a organizar lo que quedaba: ya no había que preocuparse por las entradas que faltaban ni que planear el viaje a la siguiente sede. El Mundial era historia y nosotros todavía ahí.

Decidimos abandonar Cape Town y emprender un viaje por la costa. Las horas en la ruta transcurrieron entre música y anécdotas, con los siempre inevitables momentos de angustia por pensar en lo que pudo haber sido y jamás será. Las lágrimas dijeron presente más de una vez, como la prueba de que el dolor seguía y seguirá ahí. Para los que no entienden el fútbol de la misma manera que yo aquí va una pequeña aclaración: nunca dejaré de llorar y angustiarme al recordar ese partido. La ilusión era inmensa y lo que vivió el grupo (del que me enorgullezco en haber formado parte) fue inolvidable. Eso hace que en definitiva el balance sea positivo, nadie nos podrá quitar jamás lo que vivimos en Sudáfrica.

Hoy estoy disfrutando de los últimos momentos del viaje, en menos de 24 horas voy a estar de vuelta en Buenos Aires. Las vivencias acumuladas han dejado marcas indelebles. Mi primer Mundial ha sido maravilloso en muchos sentidos. E incluyo entre las grandes experiencias la de la eliminación contra Alemania. Las lágrimas, la angustia, el dolor, son todas confirmaciones de que estamos vivos. Y a mi el fútbol me hace sentir vivo. Lo que pase durante los 90 minutos de juego puede significar la alegría más grande o la tristeza más profunda. No tengo dudas, estamos hablando del deporte más hermoso del mundo.

21/7/10

Potrero africano

Si no fuera porque tiene arcos, a cualquier turista pasajero se le podría pasar desapercibido. Volviendo de un breve recorrido costero por la hermosa Hout Bay, en el lugar menos pensado, lo descubrí: un potrero. Me fue inevitable estacionar el auto, agarrar la cámara de fotos y arrimarme al costado de la cancha. La escenografía era bien diferente de lo que venía viendo durante la mañana, acá ya no había turistas paseando en bicicleta, sólo unos cuantos hombres con ganas de ver rodar la N° 5 y veintidós protagonistas – la mitad con camiseta amarilla y roja, la otra mitad con camiseta azul –. Haciendo honor a la tradición futbolística del país, todos de raza negra, tanto jugadores como espectadores. Y también estaba yo claro, con mi indisimulable cara de extranjero. No hizo falta más que sacar la cámara para que alguien se acercase, tímidamente, con ganas de saber quien era este intruso sudamericano.



El hombre tendría unos 50 años aproximadamente, estaba vestido con ropa deportiva y le colgaba una bufanda del Manchester United del cuello. Lo primero que me dijo fue que se jugaban dos tiempos de 15 minutos cada uno. Yo pregunté si se trataba de alguna especie de liga local, a lo que respondió que sí y que se jugaba sábados y domingos. Luego indagué sobre la edad de los jugadores (parecían bastante jóvenes en general) y me dijo que tenían entre 16 y 20 años. Seguimos mirando el partido y, mientras tanto, mi oportuno informante me seguía aportando datos: resultó ser que él es el dueño de uno de los equipos (los de amarillo y rojo) y que el chiquitito con el N° 3 en la espalda que juega por la banda derecha es jugador del Ajax Cape Town (equipo de la Primera División local) aparentemente. Ya se estaba disputando el segundo tiempo y los de azul se habían puesto 2-0 arriba en el marcador, por lo que el hombre de la bufanda se sintió en la obligación de aclararme que algunos de sus jugadores no estaban presentes porque debían trabajar.

Con respecto a la calidad del encuentro y las características de sus protagonistas, debo reconocer que el partido fue típicamente africano: jugadores con buena técnica y (muy) escasa disciplina táctica. Desde ya que no puedo pasar por alto el imposible estado del terreno: la cancha no sólo era íntegramente de tierra y sin líneas que la delimiten, sino que además poseía innumerables desniveles con el agregado de un par de charcos de considerable tamaño.

Escribo estas líneas, cerveza de por medio, en la comodidad de la barra de un barcito de la zona de Green Point, con el estadio de Cape Town delante mío y no puedo dejar de recordar el desprolijo potrero que descubrí más temprano. Los que comparten mi amor por este hermoso deporte entenderán muy bien de lo que estoy hablando, no hacen falta imponentes construcciones ni rutilantes figuras para disfrutar de un partido de fútbol. Hace tan sólo unos meses tuve la oportunidad de ver Real Madrid-Barcelona en HD (Alta Definición), lo que fue mi primera experiencia con esta nueva tecnología. Un rato más tarde ese mismo día, estaba sentado frente al televisor observando un encuentro del Torneo Clausura Argentino y debo reconocer que la primera impresión fue un tanto decepcionante, la diferencia en cuanto a calidad de imagen era elocuente. Pero fue cuestión de segundos, los que mi visión necesitó para aclimatarse, y ya me había olvidado de las carencias a nivel imagen y estaba metido de lleno en el juego.

La nación del arcoiris ha demostrado estar a la altura de las circunstancias a nivel organización, lo que es motivo de orgullo para todos sus habitantes. Desde ya que con altas y bajas: no se cumplieron a rajatabla todos los protocolos pero, sin embargo, la alegría y la buena predisposición de los locales hizo de ésta una Copa del Mundo inolvidable. Hoy faltan cuatro años para que las luces se posen sobre la inmensidad de las canchas brasileras. La llama del Mundial está en plena etapa de extinción y la vida en Sudáfrica va recobrando su ritmo cotidiano. Mientras tanto, en ese potrero perdido al costado del camino que conduce a Cape Point (el extremo sudeste del continente), la pelota corre más viva que nunca.

12/7/10

Primer análisis de situación

Habiendo finalizado la Copa del mundo, el grupo de argentinos del que formo parte comienza a desmantelarse definitivamente: hoy partieron rumbo a Mendoza dos integrantes más y en pocos días estaré encarando la etapa final de mi aventura sudafricana en absoluta soledad. Esta mañana, mientras regresaba de pasar un fin de semana en el campo junto a una familia local, aprovechaba el viaje para repasar mentalmente algunas situaciones que me han llamado la atención durante el tiempo que llevo aquí.

Cuando uno pregunta por el nivel de inseguridad existente, las respuestas que recibe son similares a las que podría esbozar cualquier habitante argentino ante la misma pregunta: te pueden matar para robarte 20 Rands (sería el equivalente aproximado a 10 Pesos).

El martes 10 de Mayo de 1994, Nelson Mandela asumió como el primer presidente negro de la historia de Sudáfrica. Hace sólo veinte años que estas tierras dejaron de ser la casa del Apartheid. Es inevitable que, habiendo transcurrido tan poco tiempo, todavía se puedan ver las secuelas de más de cuatro décadas de segregación. Con un 80% de la población de ascendencia negra, el primer impacto es netamente visual, uno debe buscar bastante si pretende encontrar un hombre blanco. Como en (casi) todo, con el pasar de los días te vas acostumbrando y dejas de sentirte un completo extraño por tener un color de piel diferente al de la mayoría.

Hace instantes mencionaba que se pueden palpar aún las secuelas del Apartheid, pues bien, una de ellas se hace muy notoria cuando uno va a comer o a bailar a algún lugar de moda: los/as camareros/as son usualmente de piel blanca – como la mayoría de los que frecuentan estos sitios –, pero los encargados de recoger platos y vasos son siempre de piel negra. Hasta parece que lo hubieran pensado adrede: es como si fuese una sombra la que se encarga de devolverle el orden a tu mesa. Son momentos en los que mis sentimientos adquieren un sabor agridulce: al mismo tiempo que me río y disfruto con amigos, no puedo dejar de ver esa otra realidad que me rodea y que genera – paradójicamente – oscuridad en medio de tanta luz.

Por otro lado, como también hice mención anteriormente, he pasado mi último fin de semana en el campo (uno de los tantos que rodean a la ciudad de Durban con sus extensas plantaciones de caña de azúcar), ya que uno de mis compañeros de viaje conocía desde hace tiempo a una chica de estas tierras que nos invitó a pasar un par de días junto a sus padres, en la casa que ellos habitan en las afueras de esta hermosa ciudad costera. A raíz de ello, hemos tenido la posibilidad de compartir hermosos momentos y de experimentar cómo es la vida hoy día de una auténtica familia sudafricana. Entre las numerosas charlas intercambiando datos acerca de las costumbres, tanto suyas como nuestras, he logrado recavar cierta información respecto de como se siente un habitante de piel blanca en relación al resto de la población. Yo tenía el dato de que era un poco así, pero he podido confirmar – por lo menos para esta familia – que hoy se da una especie de "discriminación al revés": los blancos se sienten excluidos por los negros.

Sin embargo, a pesar de lo negativas que puedan sonar las vivencias que he intentado retratar, logro ver luz al final del túnel. Por un lado está el reconocimiento de un inmenso amor por su país de parte de los blancos al admitir con dolor su sentimiento de exclusión. Y por el otro está la inagotable alegría de la población negra, que te envuelve en cada momento y en cada situación: es de lo más habitual verlos bailar y sonreír, no interesa si están trabajando o paseando en familia.

Según mi modo de ver las cosas, es lógica la situación desde el punto de vista racial y deberá pasar mucho tiempo (y muchas generaciones) para que esta herida cierre: el daño producido por los cuarenta años de Apartheid es, sin duda, demasiado profundo. Por su parte, la pobreza, la falta de educación y, el consiguiente desprecio por la propia vida son los causantes de la (no menos lógica) inseguridad. Y aquí es donde deja de importar por completo el color de piel, al mismo tiempo que se vuelve imperiosa una taxativa respuesta a nivel político.

1/7/10

Cape Town, cuando África se viste de gala

Si te nombran África, es probable que en lo primero que pienses sea en safaris y leones. Si te hablan de Sudáfrica, quizá la primera imagen que se te viene a la cabeza es la figura de Mandela. Hoy los invito a conocer una ciudad distinta. ¿Distinta a qué? Distinta al resto.


En el extremo sudoeste del continente negro se encuentra la hermosa ciudad de Cape Town, un lugar que te enamora desde el minuto cero. Combinando armoniosamente la playa y la montaña, te ofrece un amplio menú de opciones para conocer y recorrer. Pero atención, porque no deja de ser Sudáfrica, por más que por momentos uno pueda olvidarse y llegue a creer que se teletransportó a algún rincón de Europa. Eso significa que la pobreza sigue ahí, a la vuelta de la esquina o en la puerta del hotel. Eso significa que este es un país de contrastes, y que Cape Town no es la excepción.

Hoy, volviendo de un recorrido por la zona de los viñedos, mientras viajábamos por la autopista camino a la costa, retrataba mentalmente cada paisaje y pensaba en que este lugar merece ser contado. Inmediatamente me inundó el interrogante de cómo hacerlo, de cómo poner en palabras una ciudad. Y se me ocurrió una manera, les voy a contar Cape Town a través de momentos.

Me levanto de la cama y en el living del departamento suena una canción de U2, alguien me dice que es cábala y sonará todas las mañanas. Me abrigo, porque a pesar de que no hace frío, es invierno y tampoco está para andar en remera y bermudas. Salgo de mi pieza con ganas de desayunar y veo por la ventana las olas que chocan contra las piedras en la costa mientras el sol en la cara me obliga a fruncir el ceño. Me acerco a la ventana y respiro el aire de mar, no hay nada como el aire de mar.

Me bajo del auto recién estacionado al borde del precipicio, el viento de la montaña me obliga a ponerme la campera. Camino cuesta arriba hasta la base del teleférico que, en minutos, me depositará en la cumbre de Table Mountain. El lugar está lleno de turistas, es difícil precisar cuantos países están representados por, más no sea, un integrante. Ya estoy arriba, los oídos se me tapan por la presión producto de la altura, levanto la vista y puedo ver toda la ciudad: ahí está la playa, la misma que queda cruzando la calle del departamento; ahí está el estadio, el mismo que voy a conocer el sábado; ahí está el puerto, ahí abajo nomás.

Salgo al deck del restaurant de la bodega, adelante mío todo es verde y viñedos. El sol del mediodía me invita a sacarme el sweater mientras disfruto del paisaje. Participo de mi primera degustación, en Sudáfrica y sentado a una mesa repleta de argentinos. Ahora bajo algunos escalones hasta la bodega en sí misma, todo es barricas llenas de vino, y un fuerte olor a madera y uva que te rodea, te embriaga. Un rato más tarde, otra vez al sol, degusto distintos tipos de queso en otra bodega de la zona y así comienza lo que será un suculento almuerzo.

Camino por la costanera y bajo a la playa. Piso la arena blanca con cuidado, como tratando de evitar lo inevitable, que los infinitos granitos se me metan en las zapatillas. Cerca mío, un grupo de argentinos improvisan un picado. Disfruto un rato del sólo hecho de estar en la playa y vuelvo a la costanera. Camino por una calle decorada con palmeras, del lado de enfrente se suceden los bares y/o restaurantes. Me mezclo entre turistas que sacan fotos y locales que les quieren vender a los turistas, la tarde disfruta de sus últimos momentos de sol.


Escribo estas líneas mientras a mis espaldas la luz del día se empieza a despedir. No hace ni frío ni calor, en el departamento reina el silencio, los que están duermen. Me saco las zapatillas para estar más cómodo, pienso en hacerme un mate pero por no dejar de escribir me quedo con las ganas. Me paro, me acerco a la ventana y me quedo mirando el mar unos segundos, se me dibuja una sonrisa. Afuera, mientras tanto, la noche se saluda con el atardecer y hace su presentación triunfal. Todavía es temprano, pero en Sudáfrica el sol ya se está yendo a dormir.

25/6/10

Escala Mundial

Después de una indispensable espera, el día tan añorado llegó y, antes de arribar a mi primer destino – Johannesburgo – la hora de escala que estuve en Ciudad del Cabo fue el preaviso de que este no será un viaje más. Decidí no hacer lo que la mayoría y me quedé esperando a que el avión siguiera su camino arriba del mismo. Mientras el resto aprovechaba para conocer las instalaciones del, según me han contado luego, moderno y bonito Cape Town International Airport, yo viví una experiencia de contrastes arriba de la aeronave. ¿Qué tipo de contrastes?

El vuelo que partió de Ezeiza a las 20:20 del domingo 13 de Junio llegará, once horas después, al O.R. Tambo International, para luego continuar un extenso periplo que lo desembocará en Kuala Lumpur. Por este motivo, era imperioso que las instalaciones del pájaro de metal fueran reacondicionadas para poder recibir a los nuevos pasajeros (para algunos el viaje terminaba aquí en Ciudad del Cabo y para otros tantos, recién comienza). Por tal motivo, subieron a bordo empleados de limpieza del aeropuerto, todos ellos de origen africano, algo que deduje por su incipiente piel negra. Yo, entretanto, aprovechaba para charlar con un chileno que viajó a ver a la selección trasandina, cuando a mi alrededor la escena era por lo menos particular. Mientras los locales empleados de limpieza recibían una notoria reprimenda de una mujer que, por el énfasis de sus indescifrables palabras, adivino sería alguna clase de supervisora; se desarrollaba el cambio de tripulación y los hasta aquí comisarios de abordo – todos de origen malayo, lo cual es bastante lógico volando en Malaysia Airlines – le dejaban su lugar a un conjunto de orientales azafatas. Lo que se dice, un verdadero crisol de razas.

Pasado el momento incómodo del regaño ajeno, yo seguía hablando de fútbol y otras yerbas con el compañero sudamericano. En eso, una empleada de limpieza – la misma que había sido la víctima principal del apercibimiento – se acercó por el pasillo del avión cambiando las fundas de los apoyacabezas y me pasó una para que yo cambiase la mía. Un par de filas más atrás se encontraba un comisario de abordo malayo. Él sonreía simpáticamente y aguardaba a que el avión vuelva a estar en condiciones para seguir viaje. Ella procuraba terminar a tiempo su tarea, dejando caer cada tanto alguna gota de sudor. Cuando se encontraron, el oriental le preguntó si estaba disfrutando la Copa del Mundo, a lo que ella respondió con una sonrisa. Al momento de hacer la pregunta, él no sabía que, minutos antes, a ella la estaban retando. Yo, que presencié la escena completa, llegué a la conclusión de que ella en ese momento, difícilmente estuviese disfrutando. Asimismo, me di cuenta de que todo lo que suceda entre el 11 de Junio y el mismo día del mes siguiente, estará relacionado con el evento deportivo que mira el planeta, todo será, en definitiva, “el Mundial”.

Pero volviendo al tema que precipitó este artículo, hoy quiero hacer hincapié en las relaciones interpersonales y el efecto que tienen en nosotros, ya sea conciente o inconciente. Basta con ir hasta el mercado de la otra cuadra, para entrar en contacto más no sea por un par de minutos, con otra cultura muy distinta a la nuestra: la oriental por ejemplo. Es decir, experimentamos en nuestro día a día lo que podríamos considerar un “intercambio cultural”. Dado el elevado nivel de apuro con que vivimos – sumado a nuestra innata dosis de ansiedad – no es usual que nos tomemos el tiempo para observar qué es lo que está pasando a nuestro alrededor. Y cuando por algún tipo de circunstancia esto sucede, hay muchas chances de sacar algo positivo de esa experiencia. Algo así me pasó durante mi vuelo a Sudáfrica, más precisamente en la hora de escala que el avión hizo en Ciudad del Cabo. Los empleados – tanto malayos como africanos – viven y trabajan con ese apuro al que hacía referencia más arriba. Mientras los que se encargan de la limpieza se esfuerzan por realizar sus tareas a tiempo, los de la aerolínea disfrutan de sus últimos minutos de ocio antes de volver al trabajo. Es en ese momento, cuando algunos de ellos interactúan y, por ende, experimentan ese intercambio cultural que, por la situación y las circunstancias en que se desarrolla, quizá no les signifique nada en ese momento. Yo que estoy empezando mis vacaciones, y por esa razón he desconectado momentáneamente el sistema, observo la situación desde afuera y llego a la conclusión de que inevitablemente esa interacción ha dejado una marca.

Creo que toda relación interpersonal, por más pequeña que sea, genera algo distinto. Y si uno tiene la capacidad de análisis suficiente – y destina algunos minutos de su tiempo para pensar –, ese “algo” puede terminar enriqueciéndonos. Creo que sólo es cuestión de estar más atentos. Esta vez los dejo a ustedes que decidan en qué puede haber sido positivo ese encuentro entre la empleada de limpieza africana y el comisario de abordo malayo. Yo, por mi parte, les confieso que me ha servido como reafirmación de que durante estas próximas semanas que voy a vivir en suelo africano, será importante mantenerme alerta para poder incorporar la mayor cantidad de vivencias respecto de una sociedad que de seguro tendrá costumbres y usos diferentes a los nuestros. He destinado un lugar importante en la mochila para traer conmigo una significativa dosis de curiosidad. Llego a Sudáfrica exultante y deseoso de conocer esta tierra y, más que todo, a la gente que la habita. Para mi este Mundial no serán solamente treinta días a puro de fútbol, la escala en Ciudad del Cabo me lo ha ratificado.

29/5/10

Los incorruptibles

Hace un par de domingos, sentado frente al televisor, un sentimiento mezcla de impotencia y bronca me envolvió. La imagen que me devolvía la pantalla era la de una tribuna de un estadio de fútbol en la que un hombre/hincha/violento caía sobre los escalones de cemento mientras recibía golpes y patadas de parte de (no menos de cinco) policías. La secuencia se desarrolló en la cancha de Huracán, en la popular local, minutos después de finalizado el partido que significó la consagración de Argentinos Juniors. Mientras los visitantes festejaban con locura la obtención del título, los hinchas locales no se bancaron ser los actores de reparto e intentaron romper el alambrado (de su propio estadio) para invadir el campo de juego. La policía respondió rápidamente intentando dispersar a los que generaban los desmanes. En pocos minutos las balas de goma surgieron efecto y la tribuna comenzó a vaciarse. Fue en ese momento, cuando la tensión iba en claro descenso, que pudimos observar la escena que les describía en el comienzo. Instantes después de la (innecesaria) golpiza se lo llevaron detenido, algo que podrían haber hecho en el momento preciso en que lograron atraparlo.

¿Por qué mi impotencia y mi bronca? Porque responder a la violencia con más violencia, sólo genera deseos de venganza que, en definitiva, significarán sin duda más violencia. Pegarle al hincha cuando este ya había caído al suelo estuvo claramente de más. Creo que el problema fundamental radica en que el accionar de los policías también es una manera de vengarse. ¿De quién se preguntan? De nadie en particular y de todos en general. Vivimos un presente regido por la intolerancia y la bronca. No nos bancamos (casi) nada y, en muchas ocasiones, respondemos de forma violenta. El fútbol es una muestra acotada pero muy precisa de lo que sucede en la sociedad toda. Es imprescindible que bajemos (todos) un par de cambios.

Muchas veces se habla de lo poco o lo mal que gana un policía, que día a día arriesga su vida en pos de brindar seguridad a sus conciudadanos. Hoy quiero hacer hincapié en otro aspecto que tiene que ver con su forma de desempeñarse, porque a pesar de todo ellos también son seres humanos, como vos y yo. En lugar de preocuparnos por su sueldo, ¿a alguien se le ocurrió pensar qué siente un policía argentino? ¿O acaso ellos no tienen derecho a tener bronca también? Pertenecen a una institución totalmente desprestigiada y su imagen está relacionada en muchas ocasiones con la corrupción antes que con la seguridad. Para los que no somos policías, es normal meterlos a todos en la misma bolsa y decir que “son coimeros y corruptos”. ¿Y quién paga esas coimas? Nosotros claro, los incorruptibles. Los que desde la comodidad de nuestro living nos indignamos al ver las escenas de violencia que invaden la pantalla.

Yo creo que el hombre no es violento de por sí, sino que potencia esta característica gracias al entorno en el que ha crecido. Es cierto que algunos tienen más predisposición a las reacciones violentas, como si hubiese algo de innato en ese comportamiento. Pero considero que es el amor (o la falta de) con que uno crece lo que más influye en el desarrollo de nuestra personalidad. Es imposible experimentar un avance si sólo se fomenta el odio, el resentimiento, la bronca, la intolerancia o el miedo. Todos estos sentimientos sólo generan más de lo mismo, se retroalimentan y se reproducen. No pretendo que el policía abrace al delincuente, pero se debe atacar la causa antes que buscar una solución para la consecuencia.

Comencé este artículo juzgando a los policías que golpeaban al hincha, para luego hacerme a un lado y ponerme en su lugar. No para justificarlos, pero si para entenderlos. Ninguno de nosotros es quien para juzgar el desempeño del resto. Cuando juega la Selección se habla de que somos 40 millones de técnicos, pues bien, cuando se trata de señalar los errores que cometen los demás pareciera que en Argentina viven 40 millones de jueces. Si el contexto es una charla futbolera vaya y pase, pero esto sucede en todos los ámbitos: hasta el ciudadano más apolítico se encarga de levantar el dedo para acusar y remarcar los errores de quienes nos representan. Estoy cansado de los que critican por deporte. Aplaudo al que intenta y se equivoca. Reivindico al que se la juega por la causa que considera justa, más allá del resultado que obtenga. Condeno a aquel que, sentado de brazos cruzados, se encarga de resaltar los fracasos del resto.

Tenemos los policías que nos merecemos. Tenemos los hinchas que nos merecemos. Pero cuidado, porque no todos ellos son corruptos y violentos. También los hay responsables y educados, pero tienen menos prensa y para muchos son minoría. Es importante que dejemos de perder tiempo señalando a los que se equivocan, y empecemos a ocuparnos en revalorizar a los que valen la pena. Como todo trabajo representa un esfuerzo y si queremos crecer debemos afrontarlo. Todos tenemos nuestro grado de responsabilidad como integrantes de esta sociedad. Somos seres falibles, hacernos cargo sería un buen comienzo.

25/4/10

Fuera de joda

Discriminar es un verbo delicado. Según el diccionario, el término puede tener dos acepciones: una implica una elección y la otra una degradación.

1. Seleccionar excluyendo.
2. Dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.

La palabra “discriminación”, sin embargo, tiene una utilización (si bien también se interrelaciona con los dos significados) de carácter mayormente negativo. Sabemos, por sentido común, que discriminar está mal. Ahora yo me pregunto (para luego intentar responderme): ¿por qué? La respuesta empieza muy simple y basta con citar un fragmento de la segunda definición: “dar trato de inferioridad”. Nadie se atrevería a discutir que este tipo de conducta para con el prójimo no debería existir. Sin embargo basta con prender la radio o el televisor para descubrir que un gran porcentaje de la gente discrimina (discriminamos), y lo hace asiduamente. El término “negro villero”, es tan violento como repetido. También es usual la segregación respecto de la nacionalidad o la religión. Aquí es donde aparecen comúnmente los estereotipos: los bolivianos son de tal manera, los judíos de tal otra, etc. Ya he hecho mención, en algún artículo anterior, acerca del alto grado de xenofobia que se observa en los estadios de fútbol. Es simplemente una muestra de lo que se vive día a día en nuestra sociedad, ya sea en el trabajo, en la escuela o en el supermercado. Son todos diferentes tipos de discriminación, son todos igual de despreciables.

En este punto me permito hacer una nueva pregunta: ¿si todos estamos de acuerdo en que no se debe discriminar, por qué este “maltrato” está cada día más vigente? Yo creo que sucede, principalmente, por una cuestión de educación. Pero cuidado, no por falta de educación, sino por mala educación. En las clases más altas, y supuestamente con mejor formación (o por lo menos con mayor acceso), se suelen observar nefastos maltratos. Asimismo podemos ver como, en las clases más bajas, los más discriminados también se ponen el traje de “discriminadores”. Lamentablemente, es un mal que nos involucra a todos. Duele reconocerlo, pero tenemos incorporada una impronta discriminatoria de la cual será muy difícil deshacerse.

Dar un trato de inferioridad está mal siempre, no interesa si se da en un contexto informal, sin ánimo de ofender o con motivo de broma. De hecho, es este último uno de los usos más comunes y, por el mismo motivo, una de las principales razones por la cual será muy complicado poner fin a dicho maltrato. Pareciera en ciertas ocasiones, que no es nada grave la degradación, siempre y cuando nos encarguemos rápidamente de aclarar que no se intentaba discriminar, sino que se trataba simplemente de “una joda”. Pues bien, hay determinadas situaciones con las que no se puede joder. Y en este contexto, somos los más grandes los que debemos educar con el ejemplo. ¿O podemos acaso pedirle a un chico que no discrimine, si constantemente ve como sus padres se ríen cuando el resto lo hace? Imposible.

Decidí escribir este artículo porque me descubrí siendo parte. Últimamente me cuesta mucho realizar una de las actividades que más disfruto: ir a la cancha. Para el hincha de fútbol no hay nada más lindo que ser parte de la multitud que grita y canta a viva voz. Pero hay algo que ya desde hace un tiempo, comenzó a hacerme ruido y son las letras de las canciones que se cantan en los estadios. Existe una defensa y reivindicación (tácita o explícita) de la violencia y la xenofobia, de la que fui parte hasta hace muy poco. Reconocerlo me avergüenza y me duele, pero es inevitable si pretendo ser parte del cambio. Hoy ya no puedo disfrutar íntegramente del placer que me significa ir a ver a mi equipo. Por eso estoy aquí sentado y escribiendo. Porque creo que esta es una de las tantas cosas que debemos cambiar en nuestra sociedad. Yo siento que es posible, siempre y cuando el compromiso sea colectivo.

Segregar, degradar, rebajar, humillar, son todos sinónimos del verbo discriminar. Es inaceptable permanecer ajenos. Nos volvería cómplices. Nos reduciría. Nos colocaría en el mismo nivel que las víctimas de la discriminación, con la salvedad de que nosotros somos los victimarios. Reconozco que erradicar este maltrato implica la realización de un esfuerzo, pero creo que no debemos permitirnos que eso sea un impedimento. Hay que dejarse de joder y apostar por la igualdad. No podemos darnos el lujo de seguir discriminando/excluyendo.

31/3/10

¿Un gran negocio?

Futbolísticamente, la frase hacer la pausa significa pisar la pelota y levantar la cabeza. Tiene que ver con un momento de reflexión en el que, en general, es el enganche del equipo el encargado de pensar en tiempos en los que el resto se dedica a correr. Bien, siguiendo con la analogía del control remoto, hoy les propongo poner Stop.

Si el Estado Argentino decide que es conveniente pagar 600 millones de pesos por temporada para poder transmitir los partidos de Primera División. Si en España los dos clubes más grandes (Real Madrid y Barcelona) se llevan 120 millones de euros por año en conceptos de derechos televisivos. Si entre el 1° de Agosto de 2007 y el 30 de Julio de 2008, en los clubes argentinos ingresaron alrededor de 183 millones de euros por transferencias (según informa el portal alemán transfermarkt.de, que compila las ventas de jugadores en todo el mundo). ¿Cómo es posible que sólo dos de los veinte clubes de Primera en Argentina tengan sus economías saneadas? ¿Cómo se explica que Real Madrid, uno de los clubes más poderosos del planeta, acumule una deuda de 683 millones de euros? ¿O acaso están equivocados los que dicen que el fútbol es un gran negocio?

Para encontrar respuestas y entender mejor los por qué, primero necesitamos un poco de información. En el mes de Julio del año pasado, la Asociación del Fútbol Argentino decidió suspender el inicio de los torneos de todas las categorías, hasta que las instituciones les pagasen los 40 millones de pesos que les debían a sus jugadores. Del ejercicio 2008/09, se desprende que los clubes de Primera División incrementaron sus pérdidas en 132 millones de pesos durante ese lapso, elevando el pasivo total a más de 997 millones. En el podio se encuentran: en primer lugar Boca (tiene el plantel más caro del país) con 135 millones, luego Independiente (acaba de reinaugurar su estadio) con 132 millones y los sigue de cerca River (casi el 90% de la deuda vence durante 2009/10) con 127 millones. Entre Junio y Diciembre de 2009, sólo cinco equipos - Lanús, Colón, Chacarita, Godoy Cruz y Racing - generaron ganancias. El resto siguió perdiendo capital.

Se sabe que el fútbol es un deporte que mueve cifras millonarias de dinero alrededor del globo. Los jugadores son cada vez más caros y en cada fin de temporada los diarios deportivos bien podrían contratar economistas para redactar sus artículos. Los grandes clubes de Europa acaparan (cada vez más peligrosamente desde el punto de vista del juego en sí) las figuras surgidas de las ligas más humildes. Exitosos empresarios desembolsan sumas exorbitantes de dinero para darse el gusto de ser dueños de un club. Y arriban con sus fortunas y la mira puesta en potenciar sus plantillas con la contratación de grandes estrellas. Si hacemos foco en nuestro país, podremos observar que los clubes se desprenden de sus jóvenes promesas casi antes de que lleguen a ser siquiera eso, promesas. Sus padres los dejan ir a muy temprana edad, con tal de cumplir el sueño de verlos jugar al lado de sus jugadores favoritos.

Otro bastión, que significa tal vez la mayor fuente de ingreso para las instituciones, es la televisión. En este mundo híper globalizado, en el que la información navega a través de las redes a una velocidad difícil de seguir, los derechos de televisación son un tesoro muy preciado. Sin ir más lejos, vale recordar el todavía latente duelo entre TSC y el Gobierno por los derechos de nuestro fútbol. En lo que terminó siendo un movimiento evidentemente más político que económico, el Estado se quedó con la posibilidad de explotar el “Fútbol para todos”. Hasta el momento la movida le significó un gasto más que un beneficio, debido a la falta de publicidad, pero eso quedará para otro análisis.

En España, por su parte, la situación tampoco es alentadora. Actualmente dos cadenas de televisión - Sogecable y Mediapro - se disputan los derechos de televisación en la llamada guerra del fútbol, cuyo último capítulo indica que la segunda deberá pagar una indemnización de 97 millones de euros debido a un incumplimiento del contrato firmado por ambas partes en 2006, además de ceder su porción de la torta. Mientras tanto el balón sigue rodando y a la ya mencionada deuda del Madrid, le podemos agregar que Valencia (tercero en cantidad de hinchas) debe más de 600 millones de euros, Atlético de Madrid acumula 300 y Deportivo La Coruña 120.

En Inglaterra, por citar otro ejemplo, el tema es también muy complejo: la deuda total de los clubes llega a los 3000 millones de libras (más de 3300 millones de euros), con Manchester United y Liverpool, los dos gigantes, como los principales deudores. Lamentablemente, el derroche es un mal que aqueja a este deporte a lo largo y ancho del planeta.

¿Está acaso en peligro el futuro de este hermoso juego? ¿Se puede seguir afirmando que el fútbol es un gran negocio con semejantes números en el haber? Si, sin duda que se puede. Lo que debemos preguntarnos es: ¿para quién? Para la televisión es claramente un buen negocio gracias a lo que se vende en publicidad, cómo se podrían entender sino las reiteradas disputas por los derechos. Y para los empresarios que compran/venden jugadores también sigue siendo un negocio rentable, basta con sólo mirar las sumas irrisorias que se pagan por ellos.


En nuestro país, Lanús parece ser el ejemplo a seguir, con un proyecto a largo plazo y una fuerte apuesta a sus divisiones inferiores, ha logrado tener un club saneado desde el punto de vista económico. Desde lo deportivo, también podemos citar los ejemplos de Vélez Sarsfield y Estudiantes de La Plata, con buenos réditos en el último tiempo. Sin embargo, no son más que un oasis en medio del desierto, la excepción que confirma la regla. Los malos manejos, el gasto desmedido y la absoluta carencia de un proyecto de aquí a más de seis meses, son las principales aristas de un modelo que ha consumido las economías de los clubes.

A pesar de todo y en medio de millones y millones de billetes, se encuentra el juego. El fútbol, ese deporte que nos deslumbra y apasiona desde las épocas del amateurismo, cuando no era más que eso: un juego. Con el tiempo, la bola de nieve no paró de crecer hasta convertirse en un negocio multimillonario. La Liga de Fútbol Profesional (España), mueve alrededor de 9000 millones de euros al año y nos ofrece en cada encuentro a los personajes más talentosos del planeta fútbol. De este lado del atlántico el espectáculo es cada vez más chato. Las diferencias entre ricos y pobres, en este aspecto, son cada vez más marcadas.

Si no se produce un cambio profundo y se continúa en este plan de despilfarrar hasta el dinero que no se tiene, los clubes seguirán incrementando sus deudas día tras día. Y es muy probable que los que terminemos pagando el precio más caro seamos los hinchas, que lo único que pedimos es que nos dejen seguir disfrutando de esta pasión. Mientras tanto, volvemos a apretar Play y que la pelota siga rodando, porque como decía Freddy, el show debe continuar.

24/3/10

NUNCA MÁS

Hoy me desperté escuchando por radio la historia de Francisco Madariaga Quintela, el nieto número 101 que recuperó su identidad tras 32 años, al encontrar a Abel, su padre biológico. Mientras escuchaba el relato, sentado solo en la cama, me puse a llorar. Eran lágrimas de alegría, de felicidad, y a la vez de bronca, de impotencia. “No tener identidad es como ser un fantasma”, dijo Francisco cuando le pidieron que les hablara a los que están en una situación como la que el vivió. Y luego agregó: “pero encontré una familia gigante, con amor y contención. Eso es lo que buscaba: para mí, es un regalo”. Escucharlos contar como es vivir juntos, sentir en sus palabras un inmenso sentimiento de alegría, no hace más que ratificar el dicho del hijo en el momento en que abrazó a su padre por primera vez: “No pudieron”.


Francisco también es hijo de Silvia Quintela, una médica y militante montonera que estaba embarazada de cuatro meses al momento de ser secuestrada, el 17 de Enero de 1977. Dio a luz en el centro de detención clandestino “El Campito”, en Campo de Mayo, antes de ser asesinada. Abel, el papá, debió exiliarse, primero en Suecia y luego en México. En 1983, con el regreso de la democracia se radicó nuevamente en Argentina y se incorporó a Abuelas de Plaza de Mayo. Luego de 27 años de trabajo, logró encontrar a su hijo. Lo primero que le pidió Francisco a su padre el día del encuentro, fue ver una foto de su mamá.


No puedo evitar pensar que estas historias de reencuentros, llenas de amor y alegría, son el recordatorio de que esas personas vivieron buena parte de su vida separados de sus familiares más cercanos. Y es la causa de este enorme mal, lo que me pone en la obligación de nunca dejar de reproducir este mensaje. Hoy hace 34 años comenzaba en Argentina, uno de los períodos más nefastos de nuestra historia. Durante más de 7 años los habitantes de este suelo vivieron envueltos en el miedo. Desde entonces, cargamos en nuestra espalada con más de treinta mil desaparecidos que perdieron su vida por hacer eso que tanto pregono desde este espacio: pensar.

“No estoy tranquilo mi amor, hoy es sábado a la noche y un amigo está en cana. Oh! Mi amor, desaparece el mundo...”, cantaba Charly desde su álbum Clics Modernos, publicado en 1983. “Los dinosaurios van a desaparecer”, pero es responsabilidad de todos nosotros que esta historia jamás se olvide. El dolor de los que ya no están, debe ser también nuestro dolor. Debemos preocuparnos por transmitirles a las próximas generaciones lo terrorífico que es vivir en Dictadura. Porque esa es la única forma de asegurarnos que un Nunca más es realmente posible. Propongo que el 24 de Marzo sea declarado día de duelo nacional. Es una obligación de todos nosotros, los argentinos, hacer memoria.

Para el final les dejo un poema de Mario Benedetti, intitulado: Desaparecidos.

Están en algún sitio / concertados
desconcertados / sordos,
buscándose / buscándonos
bloqueados por los signos y las dudas
contemplando las verjas de las plazas
los timbres de las puertas / las viejas azoteas
ordenando sus sueños, sus olvidos
quizá convalecientes de su muerte privada

nadie les ha explicado con certeza
si ya se fueron o si no
si son pancartas o temblores
sobrevivientes o responsos

ven pasar árboles y pájaros
e ignoran a qué sombra pertenecen

cuando empezaron a desaparecer
hace tres, cinco, siete ceremonias
a desaparecer como sin sangre
como sin rostro, y sin motivo
vieron por la ventana de su ausencia
lo que quedaba atrás / ese andamiaje
de abrazos cielo y humo

cuando empezaron a desaparecer
como el oasis en los espejismos
a desaparecer sin últimas palabras
tenían en sus manos los trocitos
de cosas que querían

están en algún sitio / nube o tumba
están en algún sitio / estoy seguro
allá en el sur del alma
es posible que hayan extraviado la brújula
y hoy, vaguen preguntando preguntando
dónde carajo queda el buen amor
porque vienen del odio.

http://www.abuelas.org.ar/
http://www.madres.org/
http://www.hijos.org.ar/

27/2/10

El país del revés

“Me dijeron que en el reino del revés nada el pájaro y vuela el pez, que los gatos no hacen miau y dicen yes, porque estudian mucho inglés…”

¿Quieren conocer el reino del revés? Entonces les propongo visitar Argentina, un país en el que suceden cosas fantásticas e increíbles. Un lugar que nunca dejará de sorprenderte. Quienes habitan estas tierras del sur del continente americano conviven a diario con historias extraordinarias. He aquí la de una Organización No Gubernamental, llamada “Hinchadas Unidas Argentinas”, que se creó el año pasado con el fin de “trabajar en contra de la violencia en el fútbol”, según palabras de su presidente Marcelo Mallo. Está ONG que en sus comienzos contaba a integrantes de sólo 11 barras de nuestro fútbol, congrega hoy a 69 hinchadas, tanto de Primera División como del Ascenso. La siguiente es una breve recopilación de la corta historia de HUA:

Capítulo 1: No nos discriminen. En Noviembre de 2009 se creó “Hinchadas Unidas Argentinas”, una ONG que reúne a integrantes de las barrabravas del Fútbol Argentino. “En honor a aquellos tantos desaparecidos en los hechos violentos del fútbol, hagamos algo”, fue uno de los rezos iniciales de Mallo. El viernes 27 presentaron el pedido formal al Estado para ser reconocidos como ONG, y declararon: “Si por algún motivo político o presión de la prensa no se nos otorga la personería, iremos al INADI porque sería discriminación. Nosotros cambiamos y queremos que en el fútbol haya paz”.

Capítulo 2: Hinchada Mundial. El martes 29 de Diciembre se inauguró la sede social de HUA en un Petit Hotel ubicado a pocas cuadras del Congreso. Durante la velada, Marcelo Mallo anunció que serán 500 los barras presentes en el próximo Mundial de Sudáfrica. “El Gobierno no repartirá viajes. ¡Eso es una falacia! Yo no ando con una chequera, ni los llevaré en el Tango 01...”, ironizó Mallo. Pero luego aclaró: “Los que quieran ir, van. Déjenme que los asesore. Hagamos rifas, festivales, busquemos un empresario. Es la impronta institucional y comercial de la ONG”.

Capítulo 3: Escalera a la Barra. El jueves 28 de Enero de 2010 viajó a Johannesburgo un pequeño grupo, integrado por Mallo, Bebote (líder la de barra de Independiente), dos barras de Lanús y Huracán, y Bernabé Botte (cineasta), con la intención de ultimar detalles de lo que será la estadía de los barras en la Copa del Mundo. A su vez, nació la idea de realizar un reality show para la televisión en el que se muestre que la “convivencia pacífica” entre los violentos es posible.

Capítulo 4: El que no salta es un pingüino. En Febrero, luego de la cuarta fecha del Torneo Clausura actual, el vínculo Hinchadas – Gobierno sufrió su primer revés. Al no aparecer el “dinero oficial” los barras decidieron sacar de sus banderas las insignias kirchneristas, lo que marcó un quiebre en esta relación de intereses. Desde Compromiso K les habían prometido 250 pasajes para Sudáfrica, pero ese apoyo finalmente no llegará. “Nos usaron. Trajimos a todos los del Ascenso porque aseguraron que se hacían cargo, que querían a todas las hinchadas bajo control. Y ahora dicen que no hay nada. ¿Cómo es? Hicimos campaña, metimos gente en los actos y ahora nos lanzan a los leones... al final nos ensuciamos por nada”, declaró uno de los barras de un club de Primera.

Ser barrabrava en el Fútbol Argentino es un gran negocio. Los líderes de las hinchadas no son necesariamente simpatizantes del club. Sin embargo los podemos ver cada fin de semana subidos al para-avalanchas cantando las canciones del equipo de turno. A cambio de su entrega reciben como premio la posibilidad de entrar gratis a cada partido, de viajar por el país siguiendo al club y, un privilegio no menor, suelen ser no casualmente ignorados los hechos de violencia en los que se ven involucrados asiduamente. Todo esto sucede porque hay un claro interés de por medio: dinero. Los dirigentes de los clubes les regalan entradas para revender a los barras, para comprar la paz en su propio estadio. Los violentos le pagan a la Policía para que haga ojos ciegos ante sus constantes desmanes. Los jugadores también brindan su ayuda a la barra, ya sea para que no los insulten o para que no los aprieten luego de un mal resultado. En medio de este desalentador panorama, estamos los hinchas de fútbol. Los que pagamos la entrada para poder ver jugar a nuestro equipo y a cambio de eso sólo pedimos seguridad. Por eso cuando uno se entera que se ha creado una Organización como HUA, que no sólo no va a poner en tela de juicio ninguno de los hechos de violencia que protagonizan los barrabravas, sino que además les significará un privilegio; no me queda más remedio que pensar que para escribir su canción, María Elena Walsh se inspiró en nuestro país. Aquí, queda claro, hacer las cosas mal siempre será bien recompensado. Por más inverosímil que suene, el reino del revés existe, y se llama Argentina.

26/1/10

Para Camilo

Cuando lo normal hubiese sido meterse en la piel de aquel que fue víctima de un asalto, para así comprender el miedo que nos envuelve a los que vivimos en esta ciudad de Buenos Aires plagada de desigualdades; yo quiero hoy, aunque sea por un instante, ponerme en el lugar del (mal llamado, en este caso) otro. Para eso me propuse hacer el ejercicio, difícil e ingrato, de tratar de entender cuáles son las razones por las que un chico, que recién está en edad de comenzar la secundaria, decide salir a robar.

Para los que nacimos, y crecimos, con la contención y el amor de una familia que siempre estuvo presente, acompañándonos, allanando el camino. Para los que tuvimos la suerte de haber recibido una educación digna, que nos ayudó a crecer como personas y a valorar nuestra libertad. Para los que podemos disfrutar de tener un trabajo, ya sea elegido o el que nos toca en suerte, que nos provee de un sueldo a fin de mes y nos permite vivir honradamente. Para todos nosotros, los que estamos de este lado, es mucho más sencillo pensar que el que delinque tiene toda la culpa, que el que viene y nos saca lo que es nuestro es el que define a esta insegura realidad como tal y que como único responsable debe estar preso, porque sólo así podremos volver a recorrer las calles con tranquilidad, sólo así podremos volver a sentirnos libres y seguros.

Pero sucede que la ecuación no es tan simple. Y por eso ahora te quiero hablar a vos, que te sentís totalmente inocente y te creés la única víctima de esta historia. Resulta ser que hay chicos que no tuvieron la fortuna de contar con todos los privilegios con los que vos y yo nos criamos. Resulta ser que ahora, mientras yo escribo estas líneas o mientras vos las estás leyendo, hay miles de chicos que tienen hambre y deambulan por este mundo peleando por sobrevivir. ¿Cómo pedirle a alguno de estos chicos que actúe de acuerdo a nuestros valores morales? ¿Adónde está lo ético si no tengo ni para un plato de comida?

En esta situación, y sin un futuro inmediato demasiado alentador, rodeados de un ambiente que les hace fácil elegir el camino de la delincuencia (al mismo tiempo que les dificulta cualquier otra elección), muchos jóvenes terminan por entregarse al flagelo de la droga y desembocan en el robar como método de vida. Muchas veces lo hacen sólo para no sentirse excluidos de la sociedad de consumo. ¿Qué los lleva a querer ser parte? El sistema en sí mismo. Hoy en día, no estar de moda es bastante parecido a no estar. Y el ser humano tiende, en general, a hacer del formar parte una filosofía de vida. Pero atención, porque esta no es la única causa para converger en la delincuencia. Existen también situaciones más marginales o extremas, en las que uno se puede ver obligado a robar para conseguir algo para comer. Y cuando digo “uno”, lo hago porque estoy intentando ponerme en ese lugar, tan desconocido como indeseado para cualquiera que no haya llegado a ese extremo.

La sociedad toda, como conjunto, discrimina a aquel que se crió o vive en la villa, y ni hablar si a su curriculum le suma el haber estado preso. Si vos creés que es difícil conseguir trabajo, para él puede resultar casi utópico. Imaginá que mañana despertás y descubrís que tu vida no vale nada, ¿qué valor pasaría a tener la de los demás? Para el que sale a robar todos los días, su vida tiene un valor insignificante. Y cuando se llega a ese límite, sólo existen dos opciones: mi vida o la tuya. Y me animo a decir, sin ponerme colorado, que ante semejante disyuntiva la mayoría elegiría la primera opción.

¿Qué nos queda ante tan desalentador panorama? Saltar el muro que separa dos mundos socialmente divorciados, para dejar de darle la espalda a una realidad que nos afecta a todos. “Sólo en la acción hay esperanza”, dijo Sartre. Es responsabilidad de cada uno de nosotros que esta situación cambie. Si no hacemos algo para que todos aquellos que viven en la marginalidad tengan la posibilidad de tener acceso a una educación y un trabajo decentes, como se merece cualquier ser que habita este planeta; entonces nunca podremos dejar de vivir con miedo. Empecemos por despojarnos de la creencia de que son negros villeros, que elijen vivir así y que nunca van a salir porque esa es su esencia. Entendamos de una buena vez, que lo realmente esencial es la educación. Apostemos por recuperar la escuela pública, para que todos los chicos que habitan este país tengan acceso a una enseñanza digna.

Hoy en día todos estamos expuestos a salir a la calle y ser víctimas de un robo. Y la solución no es, de ninguna manera, encerrarnos en un barrio privado para mirar el mundo desde esa gran burbuja. Porque todos tenemos hijos, padres, hermanos, amigos, novios que viven en esta ciudad o en este país. Porque todos – ellos, vos, yo – merecemos una vida de libertad e igualdad. Porque no se puede seguir mirando para otro lado y echándole la culpa al resto. Porque, aunque duela, somos todos igual de responsables, igual de culpables.