26/1/10

Para Camilo

Cuando lo normal hubiese sido meterse en la piel de aquel que fue víctima de un asalto, para así comprender el miedo que nos envuelve a los que vivimos en esta ciudad de Buenos Aires plagada de desigualdades; yo quiero hoy, aunque sea por un instante, ponerme en el lugar del (mal llamado, en este caso) otro. Para eso me propuse hacer el ejercicio, difícil e ingrato, de tratar de entender cuáles son las razones por las que un chico, que recién está en edad de comenzar la secundaria, decide salir a robar.

Para los que nacimos, y crecimos, con la contención y el amor de una familia que siempre estuvo presente, acompañándonos, allanando el camino. Para los que tuvimos la suerte de haber recibido una educación digna, que nos ayudó a crecer como personas y a valorar nuestra libertad. Para los que podemos disfrutar de tener un trabajo, ya sea elegido o el que nos toca en suerte, que nos provee de un sueldo a fin de mes y nos permite vivir honradamente. Para todos nosotros, los que estamos de este lado, es mucho más sencillo pensar que el que delinque tiene toda la culpa, que el que viene y nos saca lo que es nuestro es el que define a esta insegura realidad como tal y que como único responsable debe estar preso, porque sólo así podremos volver a recorrer las calles con tranquilidad, sólo así podremos volver a sentirnos libres y seguros.

Pero sucede que la ecuación no es tan simple. Y por eso ahora te quiero hablar a vos, que te sentís totalmente inocente y te creés la única víctima de esta historia. Resulta ser que hay chicos que no tuvieron la fortuna de contar con todos los privilegios con los que vos y yo nos criamos. Resulta ser que ahora, mientras yo escribo estas líneas o mientras vos las estás leyendo, hay miles de chicos que tienen hambre y deambulan por este mundo peleando por sobrevivir. ¿Cómo pedirle a alguno de estos chicos que actúe de acuerdo a nuestros valores morales? ¿Adónde está lo ético si no tengo ni para un plato de comida?

En esta situación, y sin un futuro inmediato demasiado alentador, rodeados de un ambiente que les hace fácil elegir el camino de la delincuencia (al mismo tiempo que les dificulta cualquier otra elección), muchos jóvenes terminan por entregarse al flagelo de la droga y desembocan en el robar como método de vida. Muchas veces lo hacen sólo para no sentirse excluidos de la sociedad de consumo. ¿Qué los lleva a querer ser parte? El sistema en sí mismo. Hoy en día, no estar de moda es bastante parecido a no estar. Y el ser humano tiende, en general, a hacer del formar parte una filosofía de vida. Pero atención, porque esta no es la única causa para converger en la delincuencia. Existen también situaciones más marginales o extremas, en las que uno se puede ver obligado a robar para conseguir algo para comer. Y cuando digo “uno”, lo hago porque estoy intentando ponerme en ese lugar, tan desconocido como indeseado para cualquiera que no haya llegado a ese extremo.

La sociedad toda, como conjunto, discrimina a aquel que se crió o vive en la villa, y ni hablar si a su curriculum le suma el haber estado preso. Si vos creés que es difícil conseguir trabajo, para él puede resultar casi utópico. Imaginá que mañana despertás y descubrís que tu vida no vale nada, ¿qué valor pasaría a tener la de los demás? Para el que sale a robar todos los días, su vida tiene un valor insignificante. Y cuando se llega a ese límite, sólo existen dos opciones: mi vida o la tuya. Y me animo a decir, sin ponerme colorado, que ante semejante disyuntiva la mayoría elegiría la primera opción.

¿Qué nos queda ante tan desalentador panorama? Saltar el muro que separa dos mundos socialmente divorciados, para dejar de darle la espalda a una realidad que nos afecta a todos. “Sólo en la acción hay esperanza”, dijo Sartre. Es responsabilidad de cada uno de nosotros que esta situación cambie. Si no hacemos algo para que todos aquellos que viven en la marginalidad tengan la posibilidad de tener acceso a una educación y un trabajo decentes, como se merece cualquier ser que habita este planeta; entonces nunca podremos dejar de vivir con miedo. Empecemos por despojarnos de la creencia de que son negros villeros, que elijen vivir así y que nunca van a salir porque esa es su esencia. Entendamos de una buena vez, que lo realmente esencial es la educación. Apostemos por recuperar la escuela pública, para que todos los chicos que habitan este país tengan acceso a una enseñanza digna.

Hoy en día todos estamos expuestos a salir a la calle y ser víctimas de un robo. Y la solución no es, de ninguna manera, encerrarnos en un barrio privado para mirar el mundo desde esa gran burbuja. Porque todos tenemos hijos, padres, hermanos, amigos, novios que viven en esta ciudad o en este país. Porque todos – ellos, vos, yo – merecemos una vida de libertad e igualdad. Porque no se puede seguir mirando para otro lado y echándole la culpa al resto. Porque, aunque duela, somos todos igual de responsables, igual de culpables.