29/12/11

La noticia precoz

La información es un bien que, por abundante, se ha desvalorizado en los últimos años. Ante el avance incontenible de las nuevas tecnologías, los diferentes medios tienen más medios – valga la redundancia – para reproducir lo que pasa. Vivimos en la era de la sobreinformación. Ya no importa tanto lo que se dice, sino el sólo hecho de decir algo. En los diarios online abundan los artículos de dos o tres párrafos, una clara demostración de que no se tienen los datos suficientes como para redondear una crónica seria. Lo importante es que la página principal se renueve constantemente, simulando un innecesario y continuo recambio. Aunque suenen a noticias de ayer, el contenido que podemos encontrar en los periódicos en su versión papel suele ser mucho más rico y sustentable. La instantaneidad deja de ser una virtud en el momento en que se vuelve sinónimo de irresponsabilidad. Se prioriza entretener antes que informar, se busca llamar la atención aunque no siempre se sabe qué hacer cuando se la obtiene. Lo precoz como sinónimo de prematuro.

Vértigo: Apresuramiento anormal de la actividad de una persona o colectividad.

Pienso que las consecuencias son lógicas cuando me pongo a analizar las causas: con el advenimiento de las nuevas tecnologías sobrevino un abanico de herramientas hasta hace muy poco tiempo desconocidas. Por ende, son inevitables los tropiezos por tener que caminar en un terreno virgen y extraño. Sería importante comenzar por reconocer y diferenciar cuál es el campo que le corresponde a cada uno. Bien vale aquí el dicho: el que mucho abarca, poco aprieta. Cuando el objetivo es comunicar, la radio es capaz de brindar rapidez, la televisión puede aportar riqueza desde las imágenes y los diarios son el mejor terreno para ahondar en el análisis. Me interesa hacer hincapié en el papel que juegan estos últimos – es decir, la prensa gráfica – y la relación que tienen con internet.

¿Cómo se hace para competir contra la velocidad con que se propagan las noticias a través de twitter? Pues, evitando dicha competencia. Los 140 caracteres son de una gran utilidad para informar (muy) brevemente y con gran rapidez. Pero surge un contratiempo ante tanta instantaneidad, una vez que se ha prendido la mecha es muy complicado apagarla: el usuario quiere saber todos los detalles con idéntico apremio. El cliente no siempre tiene razón. No hace falta alimentar esa ansiedad de información con datos poco precisos o que no fueron verificados. Debe ser virtud de quienes ocupan el rol de comunicadores no sucumbir ante la demanda urgente del público, siendo ellos los que imponen el ritmo, los que marcan el tempo. Sino se corre el riesgo de quedar constantemente en offside, fuera de juego, lo que desprestigia a la profesión y pone en riesgo la credibilidad. Debemos educar con la paciencia, buscando brindar un mejor servicio, si llega rápido bien, pero nunca desechando calidad.

No nos gusta esperar por nada. En un mundo híper conectado, pareciera que lo que llega antes siempre es mejor. Hace no mucho tiempo, me descubrí a mi mismo apretando F5 para actualizar la pantalla del navegador, en busca de un dato más sobre la última noticia, de algún video o una foto aunque sea. Yo, que hace un par de años hice un blog con la propuesta de que vayamos más lento, me sorprendí al verme atrapado por la desesperación de querer saber todo ya, o inclusive antes. Y fue ahí cuando pensé, acá hay algo que no está bien. ¿Por qué estoy tan apurado? ¿De dónde sale tal prisa? He llegado a la conclusión que son los mismos medios los que generan dicha urgencia. Informar se ha vuelto una carrera, gana el que lo dice antes.

Recién hablaba de un desprestigio de la profesión, pero esa no es la única consecuencia de entregar noticias erróneas o imprecisas, hay otra bastante más peligrosa: las reacciones que pueden generarse a raíz de determinada información. Vivimos nerviosos, por momentos la realidad pareciera estar cocinándose adentro de una olla a presión y un titular de un diario puede ser suficiente para destaparla. Es fundamental ser responsables ante lo que se dice, porque es posible que luego no haya tiempo para rectificaciones. Mejor prevenir que curar. Es indispensable tomarse el tiempo que sea necesario para confirmar algún dato, aunque eso signifique abandonar la carrera. No hay ganadores ni perdedores a la hora de comunicar una noticia. Entender que no existe tal competencia, quizá nos enseñe a disfrutar un poco más.

21/11/11

Confesionario

Tengo 29 años. Nunca voy a cumplir el sueño de jugar al fútbol profesionalmente, en la primera de un club. Lo tengo muy claro. Sin embargo, siento que jamás dejaré de soñarlo. Terminé de redactar la segunda oración y me dieron ganas de llorar. Lo vivo con dolor, aunque a alguno le pueda sonar exagerado, tal vez con el más legítimo de los dolores. Es difícil de explicar, pero piensen en algo que desean con locura y saben que nunca tendrán. Bien se podría hacer la analogía con un amor no correspondido. Quizá les cueste entenderlo, de hecho no pretendo que lo hagan, escribo en parte para desahogarme. Empecé a pensar este artículo después de leer una nota a Alessandro Del Piero, en un pasaje de la misma le preguntaron cómo hacía para divertirse a los 37 años: “Todavía me dejo llevar por la pasión de esa cosa redonda llamada pelota. Hay momentos en los que hay que saber hacer de todo, incluso tirarse al suelo para recuperar un balón o correr por correr. Es bonito así y yo estoy superfeliz de llevar todo esto dentro. Cuando se muera, ya no tendré nada.”

Profesional es aquel que practica habitualmente una actividad, de la cual vive. Mientras que amateur (o aficionado) es aquel que también lo hace, pero sin recibir un pago a cambio. La pasión no discrimina a unos o a otros. Hay quienes juegan al fútbol apasionadamente y ganan mucho dinero, así como también están los que lo practican con un nivel similar de compromiso sin que exista un beneficio económico de por medio. Hay gente que cree que por ganar millones y ser famosos, los jugadores pierden las ganas de jugar. No quiero pecar de ingenuo, entiendo que eso pueda suceder, pero se que no es la regla. No me interesa polemizar al respecto, hoy quiero hacer hincapié en los que sí experimentamos este sentimiento. Los que como Del Piero, sabemos que sin la pasión por el fútbol, no tendríamos nada.

Somos unos cuantos los que compartimos esta locura. Yo juego todos los sábados en un torneo amateur. Hace un par de fines de semana teníamos un partido muy importante, en el que defendíamos la punta del campeonato. Y a pesar de haber arrancado ganando, nos lo dieron vuelta y estuvimos a pocos minutos de perderlo. Hasta que llegó un centro al área, la pelota cayó en medio del tumulto y Feli tocó corto para el Negro Damián, que con un puntazo de zurda decretó el empate. Repaso ese instante en mi memoria y se me eriza la piel. El festejo fue interminable, desaforado, loco. Tan loco que no me dejó seguir jugando el partido, ya que salí de la montaña humana con un corte en la cabeza y otro en el ojo. Viví los últimos minutos sentado a un costado del campo, con la camiseta manchada de sangre y la impotencia de no poder volver a entrar. Todavía me tienen que sacar los puntos de la cabeza, los del ojo se me salieron el sábado pasado, mientras estaba jugando.

Jugar: Hacer algo con alegría y con el solo fin de entretenerse o divertirse.

Hablamos de diversión e instantáneamente entra en escena también la tristeza. Ganar o perder condiciona el ánimo de toda la semana: ese tiempo muerto que transcurre entre partido y partido. Como no somos profesionales y no jugamos en grandes estadios, vivimos atentos al pronóstico del tiempo, esperando que la lluvia no obligue a suspender las canchas y haya que esperar hasta el sábado siguiente para volver a jugar. Somos seres extraños, vamos por la vida disfrazados: de lunes a viernes es posible que nos descubran haciendo de abogados, médicos, periodistas. Hoy estoy sin trabajo y, cada tanto, cuando alguien me pregunta ‘¿a vos qué te gustaría hacer?’, la respuesta que quisiera dar – pero siempre reprimo para no quedar como un tonto o un loco – es: ser jugador de fútbol.

Una vez, muchos años atrás, jugué un partido amistoso con el club de mi barrio en la cancha de Almagro. Salimos por el túnel, que tiene apenas diez metros de largo y sólo está para unir a los vestuarios ubicados debajo de la platea local con el campo de juego, y con mis botines rojos pisé el césped de un campo de primera. Lo recuerdo con mucha alegría, a pesar de lo intrascendente del partido, para mi fue un día muy especial. En esa época soñaba con ser jugador profesional, lo vivía como una meta posible de alcanzar. El tiempo pasó y muchas cosas cambiaron, sin embargo cada vez que entro a una cancha vuelvo a ser ese chico. Aunque ahora esté acá sentado delante de la computadora escribiendo, con la intensión de conmoverlos, o más no sea entretenerlos durante algunos minutos contando parte de mi historia. No se dejen engañar, ni por mucho que lo intente, ni por más que insista en ponerme el traje de escritor y les hable de la pena de muerte o relate alguna experiencia de viaje. Es sólo una coraza que me protege de este presente que me toca vivir. Si algún día me buscan, es fácil encontrarme: soy ese que corre detrás de una pelota todos los sábados en Pilar.

31/10/11

Yo soy del 82

Yo nací cuando la dictadura estaba dando sus últimos manotazos de ahogado. Somos, por ende, de la misma generación: fuimos juntos a la primaria y también a la secundaria, pero nos conocimos cuando yo estaba haciendo el CBC en la Universidad de Buenos Aires. Nunca me voy a olvidar de ese día, era domingo por supuesto y yo estaba algo nervioso. Nuestra relación se va afianzando a medida que pasa el tiempo. Hasta ahora fueron seis las veces que nos vimos, casualmente una cada dos años. Yo he aprendido a quererte, defenderte y valorarte, vos estás cada día más linda.

Disfruto del sólo hecho de ir a votar, salir a la calle y encontrarme con la ciudad en situación electoral. El paisaje del domingo difiere del habitual, los estadios de fútbol están cerrados y se abren las puertas de las escuelas. Contrariamente a lo que sucede durante cualquier día de clases, adentro de las aulas reina el silencio, y no por una repentina visita de la directora, sino porque por algunas horas se transformaron en cuartos oscuros. Cuando era chico pensaba que se trataba de una especie de cueva, que uno tiene el privilegio de descubrir recién de grande. Resulta ser, sin embargo, que no existe tal oscuridad y que la única diferencia con el lugar que yo frecuentaba de niño, es que las ventanas han sido cubiertas. ¿Para qué? Para que nuestro voto sea un secreto que compartiremos tan solo, con el pizarrón y los pupitres.

Más allá de los candidatos, más allá de las propuestas, es sano vivir en un país que tiene la posibilidad de elegir. Desde aquel primer gobierno de Yrigoyen y la Ley Sáenz Peña, pasando por la inclusión del voto femenino en el año 1947, la Argentina ha podido elegir a sus representantes. Pero cuidado, porque ese privilegio no ha estado siempre vigente. La historia de nuestro país está manchada con la sangre de las dictaduras militares. Durante muchos años, los habitantes de este suelo no tuvieron la posibilidad de expresar su voluntad. Democracia es sinónimo de libertad. Hoy, y desde hace ya más de 28 años, esta doctrina es un árbol que ha echado raíces y que tenemos el deber de regar constantemente.

¿Qué no te gustan las opciones que hay para elegir? Sucede que no alcanza solamente con meter una boleta en un sobre de tanto en tanto: para que nuestra querida democracia siga gozando de buena salud es imprescindible participar, involucrarse. La militancia política es una de las opciones, pero no la única. Informarse, opinar, comunicar, son todas formas de ser partícipes y de hacer valer nuestro derecho. Al mismo tiempo, es fundamental aprender a convivir con el que opina diferente a nosotros. Democracia es también sinónimo de pluralismo, lo que implica que inevitablemente existirán siempre fuerzas que defiendan otras posturas. No es sano pretender que nuestra creencia es la única opción correcta. Por lo que se vuelve de vital importancia el rol de los opositores, quienes tienen la responsabilidad de fiscalizar las decisiones tomadas por quienes son gobierno.

“La memoria apunta hasta matar, a los pueblos que la callan y no la dejan volar, libre como el viento.” La historia no la escriben los que ganan, la historia la escribimos entre todos. Es imprescindible mantener viva la memoria, recordando con orgullo a todos aquellos que pagaron con su vida por decir siempre lo que pensaban. Valorando y reivindicando su lucha, ejerciendo siempre nuestro derecho. Algunos días atrás, mientras esperaba que vuelva el presidente de mesa para yo poder votar, vi salir de otra de las aulas a una mujer que había ido con sus dos hijos, y sonreí. Es probable que esos chicos nunca tengan la posibilidad de imaginarse el cuarto oscuro como un lugar misterioso y por descubrir. Pero lo que importa realmente, es que cuando crezcan puedan ser ellos los que vayan con sus hijos, y así sucesivamente. Es por esa razón que, luego de introducir mi sobre en la urna, volví a casa caminando despacio, contento por saber que más allá del nombre de quien sea electo, la que gana siempre sos vos.

Democracia: Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno.

24/9/11

La vuelta está en marcha

Para vos, amigo pincharrata.

Setenta y siete días pasaron desde aquel domingo a la tarde en que llegué a Seddon Accommodation, una casa con: tres habitaciones, una cocina, un living-comedor y un baño. En su esplendor hubo ocho habitantes conviviendo al mismo tiempo, dos por habitación y dos que dormían en el living. Lavar los platos antes de usarlos (y no siempre después), bañarse rápido para que nadie se quede sin agua caliente, convivir con porrones de cerveza vacíos desparramados por doquier, son algunas de las incomodidades a las que hubo que acostumbrarse. Sin embargo, esa casa será por siempre mi casa, mi hogar en Nueva Zelanda. Y cada uno de los que compartieron ese techo serán, a su vez, mi familia neozelandesa.

Proceso: 1. Acción de ir hacia delante.
2. Transcurso del tiempo.

La vida es un continuo transcurrir, se trata de un proceso durante el cual nos vemos constantemente en la obligación/necesidad de tomar decisiones. Para ello, algunos somos más fríos, más pensantes y otros nos dejamos llevar por la intuición, vamos atrás de lo que sentimos. Desde mi punto de vista, lo ideal pasa por combinar ambos estados, buscando elegir con una dosis de frialdad y otra de pasión. No siempre es sencillo lograrlo, pero bien vale la pena el intento.

Hace un par de semanas dejé mi casa, casualmente también fue un domingo. Esa mañana me desperté con la felicidad de saber que estaba comenzando mis vacaciones. En el living los que ya estaban levantados charlaban y, por un instante, yo fui el tema de conversación. Escucharlos me hizo recordar, entonces agarré el teléfono y escribí lo que sigue en un mail para mis amigos: “Acá es domingo a la mañana y me acabo de despertar. En general nunca me acuerdo de lo que soñé, hoy no era la excepción. Pero un amigo mexicano que vive en la casa me ayudó a hacer memoria. Anoche grité un gol mientras dormía. Sólo me acuerdo que fue del Pipi Romagnoli y que lo estaba viendo por tele con mi viejo.”

Vuelta: 1. Regreso al punto de partida.
2. Retorno o recompensa.
3. Repetición de algo.

Ahora escribo sentado en la mesa del comedor del ferry que me cruzará de Picton a Wellington. Navegando por Queen Charlotte Sound, entre un puñado de montes tapizados con el verde oscuro de los árboles, comienzo a dejar atrás la Isla Sur. Lo que significa, de alguna manera, empezar a despedirme también de Nueva Zelanda. Ahí abajo quedaron mi casa, mis amigos, mi familia. Nelson, Hokitika, Queenstown, Dunedin, Kaikoura, Picton. Seis ciudades, de norte a sur y viceversa, en menos de dos semanas le di toda la vuelta a la isla. Volví a ser un turista, mezclado entre los miles que llegaron para ver el Mundial de Rugby. Y hay, en ese hecho, un dejo de nostalgia – por más que hoy posiblemente ya no quede nadie – cada vez que en mi memoria vuelva a cruzar la puerta de la casa de Seddon, ahí estarán todos: desparramados por el living, jugando a la playstation, abrigándose con el calor del hogar.

El otro día, leyendo a Villoro, me encontré con un breve parráfo que me hizo sentir identificado: “Durante nueve años contados segundo a segundo, miré por la ventana del salón el patio donde los suéteres marcaban las porterías. Ese rectángulo era la libertad y era mi idioma. Si algo aprendí en la ardua pedagogía del Colegio Alemán es que nada me gusta tanto como el español.” Para él patear una pelota y gritar en su idioma eran lo mismo. La analogía es doble. Disfruto de poder comunicarme en otras lenguas – lo que me permite acercarme a otras culturas – pero ningún idioma me gusta tanto como el castellano, a la vez que coincido en el sentimiento de libertad que experimento dentro de una cancha de fútbol. Volver, significará por ende una recompensa, así como también una garantía: no más gritos afónicos contemplando la pequeña pantalla del celular.

Repetición es sinónimo de rutina, lo que no necesariamente debe verse como algo negativo. Como cuando los que se reiteran son los mails que confirman asistencia al asado de mañana a la noche, o lo rutinario pasa por coordinar cuántos somos y cuántos autos hay disponibles para ir a jugar el sábado. Extraño desde hacer la cola para entrar a la cancha, hasta el indignarme por tener que soportar a tal o cual comentarista mientras miro algún partido por televisión. El punto de partida siempre será Buenos Aires. Regresar es también la certeza de revivir gratos momentos, desencadenados por el reencuentro con todos aquellos que son familia. Valoro la posibilidad que tengo hoy, de decidir no por obligación, sino por voluntad. El viaje de vuelta es largo y comenzó aquel día en que el corazón me dijo que ya era buen momento para volver.

30/8/11

Bajo cero

La temperatura corporal desciende gradualmente, el paisaje comienza a teñirse de blanco y la sensación térmica se ve reflejada en ese movimiento espasmódico e inevitable que uno realiza al temblar. Si el termómetro fuera el ascensor de un edificio, en este momento estaríamos bajando hasta el primer subsuelo probablemente. Puedo contar las veces que he visto nevar con los dedos de una sola mano, desconozco cuántas más serán necesarias para que yo deje de sonreír por el simple hecho de ver los copos cayendo.

Frío: 1. Dicho de un cuerpo: que tiene una temperatura muy inferior a la ordinaria del ambiente.
2. Que, respecto de una persona o cosa, muestra indiferencia, desapego o desafecto, o que no toma interés por ella.
3. Sensación que se experimenta ante un descenso de temperatura.

Soy propenso a experimentar la sensación mencionada en la definición número tres. Definitivamente prefiero el verano antes que el invierno. Me gusta el calor, disfruto de el sólo hecho de no tener que abrigarme. Sin embargo, llegar al viñedo y ver todo pintado de color blanco fue espectacular. Con seis capas de ropa encima, igual me era imposible dejar de temblar. Entre las actividades que realizo a diario en el trabajo, lo mejor es el stripping si uno pretende mantener el cuerpo caliente: se trata de arrancar de entre los cables de acero las ramas sueltas que ya fueron podadas. Suele ser bastante fastidioso, es inevitable recibir cada dos por tres algún que otro latigazo al tirar con fuerza de las que están más enredadas. Bajo la lluvia blanca fueron un par de horas durante las que se podría decir: disfruté de tener frío.

Hace poco más de dos años nacía este espacio, casi de casualidad: una tarde se me ocurrió hacer un blog para poder publicar un artículo que había escrito. Estuve varias horas para decidir cuál iba a ser el nombre del mismo. Del blog, no del artículo. Y no sabía todavía, que al elegir Hacé la pausa estaba al mismo tiempo marcando el camino a seguir. La expresión tiene un origen futbolero y puede ser aplicada con el mismo sentido a cualquier situación de la vida cotidiana.

“Hay quienes sostienen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida del hombre, con sus cosas más esenciales. Desconozco cuánto sabe esa gente de la vida. Pero de algo estoy seguro: no saben nada de fútbol.”, escribió Eduardo Sacheri. Yo juego al fútbol con pasión, se me va la vida en cada partido y vuelvo a renacer con cada pitazo inicial. Se juega como se vive. Cuando me siento a escribir soy igual. El año pasado redacté unos cuantos artículos para un portal de deportes que, en ese entonces, estaba recién dando sus primeros pasos. Un día decidí dejar de hacerlo: me di cuenta que había perdido temperatura, la simpleza del trabajo requerido iba en detrimento de la dosis de pasión necesaria para poder sentirme satisfecho. Se vive como se juega.

Este blog puede tomar diferentes formas, puede ser una bitácora durante algún viaje, así como también un cable a tierra ante una situación o suceso que no es de mi agrado. Siempre haciéndole honor a su nombre, sin precipitaciones. Algunas veces escribo para compartir una experiencia, algunas otras para realizar algún tipo de denuncia. Hoy lo hago con la intención de incomodar.

En el mundo en que vivimos hay museos, hay osos de peluche y también polares, hay wi-fi, hay rascacielos y villas miseria, hay sopas instantáneas, teléfonos celulares, películas de terror y carreras de caballos. Hay también balcones, fronteras, música funcional, orcas asesinas, zapatos con tacos. Hay marihuana y hay guerras. En el mundo en que vivimos hay pisos radiantes, estufas eléctricas, calefacción central. Pero no todos vivimos en las mismas condiciones, hay gente como yo por ejemplo, que un día se puede dar el lujo de trabajar bajo la nieve y disfrutarlo. Mientras hundía mis botas en la alfombra blanca se me vino la imagen de aquel que convive con esa sensación llamada frío todos los días. Y lo sufre.

Empecé con la descripción de una mañana bajo la nieve. No tenía del todo claro hacia donde quería a ir. Me gusta embarcarme en este tipo de relatos en los que me dejo llevar, sin tener la certeza de si voy a llegar a algún destino en particular. Generalmente son los más difíciles de escribir. El hilo conductor de este artículo es el análisis de lo que no necesita ser analizado. Porque de eso se trata hacer la pausa, de tomarse un tiempo de más para pensar – y repensar, las veces que sea necesario – en todo aquello que a simple vista parece simple, valga la redundancia. Resulta muy gratificante darse cuenta de que no fue un tiempo perdido, de que lejos estuvo de estar de más. En el básquet lo llaman tiempo muerto. Yo suelo utilizarlo para buscar en el diccionario, por ejemplo. Una de las definiciones de la palabra pasión dice: lo contrario a la acción. Nada tiene que ver con el uso que le di algunos párrafos más arriba. Sin embargo, la inacción puede ser también la calma que antecede a la tormenta. Porque una buena solución para dejar de sentir frío, podría ser ponernos en movimiento.

29/7/11

Unipersonal

“Argentina es hermoso y es jodidísimo, y Hawaii es hermoso y es jodidísimo. Ahí te das cuenta que es uno, y no el lugar”. La frase la escuché en un capítulo de Clase Turista, la dijo un argentino que vive en la isla de Maui desde hace ya varios años. Era domingo al mediodía y en ese momento estaba solo, en el living de una casa que comparto con siete integrantes más (checos, mexicanos, chilenos), terminando de almorzar y tomando un vaso/taza de vino. Todos se habían ido a la playa, yo decidí quedarme y descansar un rato adentro, preparándome para el plato fuerte de la jornada: el picado de la tarde. Para mi son fundamentales estos momentos en los que puedo disfrutar en soledad, carente de compañía.

Primer día libre después de la primera semana laboral. Estaba todo arreglado, ellos traían la pelota, nosotros sólo teníamos que preocuparnos por juntar la gente. Suena mi celular, un mensaje de texto, una pregunta. ¿Tienen inflador? Entro súbitamente en pánico, levanto la vista buscando compañía y pego un grito: muchachos, hay un problema, necesitamos inflar la pelota. La respuesta llega de inmediato, el inflador está, lo que hace falta es un pico. Sí, ese insignificante tubito de metal que hace posible que el aire llegue hasta lo profundo de la cámara y el cuero se estire hasta adquirir forma esférica. Devuelvo el mensaje con la noticia del inflador inútil. Ellos también responden, tan sólo un puñado de palabras denotan una infancia sin potrero: “capaz el fin de semana que viene se pueda jugar, nos vemos”. Me invade la indignación, agarro la bicicleta y salgo a recorrer el pueblo en busca de una solución que no encuentro. Cuando vuelvo a la casa alguien me dice que podemos usar el cartucho de tinta de una birome. Meto la mano en el bolsillo y escribo en el celular: “solucionado lo del inflador, nos encontramos 2:30 PM en la cancha de la escuela”. Un par de horas más tarde el sol comienza a caer, el invento de la birome no sirvió de mucho pero el fútbol igual dijo presente. Yo jugué con los franceses, ganamos 14 a 10.

Seis veces a la semana me despierto a las 7 AM, cuando suena por primera vez la alarma del celular. Entreabro los ojos, lo agarro con la mano derecha y presiono “posponer 10 minutos”. En la oscuridad de la habitación puedo ver, gracias a la luz que emite el teléfono, el humito que me sale por la boca al exhalar. Me meto debajo de las sábanas y repito la misma acción dos o tres veces mínimo. Luego tomo coraje y me levanto, hay que considerar que estamos en invierno y que, por ende, nunca es sencillo salir de la cama. Hace frío dentro de la casa y por la mañana el mejor refugio es la cocina, cuanto más cerca del horno mejor.

En el pueblo hay un solo supermercado, bastante pequeño y con una característica que detesto: sensores de movimiento que emiten un sonido agudo y corto, avisando que estás en la góndola de los artículos de limpieza o que acabas de pasar por el rincón adonde descansan los lácteos. Intento realizar el esfuerzo de anticipar el estrépito con el pensamiento y minimizar así ese breve instante de ira, pero es imposible. Para colmo de males, a mi me gusta ir al supermercado y deambular por demás, aunque ya tenga en la mano lo que fui a comprar. Aquí, es una práctica poco recomendable si uno quiere preservar su salud mental.

Algo lindo que tiene esta casa es el living, con los dos televisores uno arriba del otro y la chimenea al lado, que no nos deja sentir el frío del invierno neozelandés. Conseguir leña es una de las tareas fundamentales a realizar un par de veces por semana. Un día de lluvia al regresar del viñedo o (cualquier día) por la noche, son los mejores momentos para hacerlo. Cual grupo comando, la camioneta se detiene a un costado de la ruta y todos corren, juntan unos cuantos pedazos de madera y regresan al vehículo. Me gusta ocuparme de prender el fuego, pero como los troncos son siempre de un tamaño considerable – y necesario, sobretodo si uno quiere disfrutar del calor por al menos un par de horas – hacerlos arder puede ser una tarea complicada. Todo sirve a la hora de empezar la fogata: cajas de cereales, cartones de huevos, hasta las tiritas de papel y alambre que usamos para atar las plantas de vid.

En castellano es Nueva Zelanda, en maorí Aotearoa, coloquialmente traducido como “tierra de la gran nube blanca”. Aunque no siempre sean tan blancas. Para convivir con el invierno kiwi, es necesario acostumbrarse a la lluvia. Pero como el clima es por demás ciclotímico, cada tanto el sol se asoma a saludar y te regala un lindo arcoiris. Coincido con lo que dice la frase con la que comienzo este artículo, es uno, siempre. No importa el adónde. Hoy me toca sentarme en un colchón sin cama – apoyado directamente en el piso – con la computadora sobre las piernas, para poder escribir con cierta tranquilidad. En esta casa la constante es el caos, el desorden. Hay que sacar turno para casi todo: para cocinar, para ducharse, hasta para usar la taza grandota.

Se que estoy de paso, aunque por un momento haya dejado el traje de viajero en el placard. Acá vivo el día a día como uno más, no me siento un intruso que anda espiando la vida del resto, soy parte del paisaje. Eso me obliga a tener que sobrellevar tanto los aspectos positivos como los negativos de mi entorno actual. Guardo la cámara de fotos en la mochila y me calzo las botas de goma para poder caminar por el barro. Le pongo el cuerpo a esta experiencia en la que lo exótico se confunde con lo que comúnmente podríamos entender como habitual. Es hermoso y es jodidísimo. Está en mí el saber sacarle provecho a las distintas vivencias. Desde la charla con los franceses que me invitaron con un par de cervezas en el comedor del motorcamp, hasta el viento helado de la montaña que no quiere entender de camperas ni gorros de lana. Un café con leche caliente después de trabajar, una carcajada que no es necesario traducir. Hoy escribo para mí, para contarle a esa parte mía que siempre dejo en Buenos Aires cómo es vivir acá, 15 horas en offside. Citando a Machado: “Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”. Pues entonces, que el paseo valga la pena.

12/7/11

Sólo un sueño

“Los que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan sólo de noche.” Edgar Allan Poe

Levantando la vista uno se encuentra con el verde de las montañas y el sol de la mañana que ya se empieza a asomar por detrás. Allá en el fondo están por llegar las ovejas, para seguir arrasando con el campo a medida que avanzan en busca de más alimento. Caminando entre las innumerables – pero numeradas – hileras de viña se respira aire de campo, apenas una decena de personas trabajan y en el ambiente reina la paz. Intento mantener la concentración y realizar la fuerza justa para no quebrar la planta al enrollarla en el cable. En ese momento, una idea, más bien un concepto, se me viene a la cabeza: irse por las ramas. Decido dejar para más tarde el ejercicio de profundizar en el análisis, vuelvo mentalmente al viñedo y me dejo llevar por la música de las cañas peleando por desatarse. Así transcurrirá la jornada, tranquilamente.

Rama: Parte secundaria de algo, que nace o se deriva de otra cosa principal.

“Es que a veces no me le animo al niño que llevo dentro…”, cantan a coro los Onda Vaga, y yo sonrío con la certeza de haber hallado una frase que llegó para allanarme el camino en la narración. Los lectores asiduos ya sabrán que acostumbro utilizar definiciones y citas como herramienta en muchos de mis textos. Pues volvamos a ubicar espacialmente al relato en Seddon, un pueblo minúsculo perteneciente a la región de Marlborough, zona plagada de viñedos. Paulatinamente, la mañana le ha dejado su lugar a la tarde, es entonces, y como tantas veces, que la música me ayuda a encontrar el rumbo que me conducirá al destino de lo que quiero expresar. Cuando pienso en el niño que llevamos dentro, inmediatamente lo asocio con la expresión más pura del soñar.

Sueño: 1. Acto de representarse en la fantasía de alguien, mientras duerme, sucesos o imágenes.
2. Cosa que carece de realidad o fundamento, y, en especial, proyecto, deseo, esperanza sin probabilidad de realizarse.

Con respecto a lo que aportan las definiciones, empezando por la primera, se me hace inevitable plantear la siguiente relación: soñar es irse por las ramas. Las imágenes o sucesos se derivan de otras/os a medida que se desarrolla la fantasía. Por otro lado, la improbabilidad sugerida en la segunda definición no me termina de convencer. Para mi los sueños son proyectos, deseos o esperanzas sin lugar a dudas, pero a los que uno puede aspirar. Entiendo que todos nos damos el lujo de soñar con un imposible de vez en cuando, pero también considero que el primer paso para cualquier tipo de proyecto no es concreto, sino que se origina en ese instante en que uno lo sueña. Bien vale primero construir el castillo en el aire, para luego ocuparse de los cimientos.

“Soñar en teoría, es vivir un poco, pero vivir soñando es no existir.” Jean-Paul Sartre

Yo me permito la osadía de no coincidir del todo con el filósofo francés. Me parece que vivir soñando es, en cierto sentido, imprescindible. Es la manera más sana de ir en busca de un objetivo. Me levanto cada mañana para ir a trabajar con el propósito de ahorrar lo necesario para poder seguir viajando. Es importante aprender a desandar el camino para poder sacarle provecho a cada instante, por más insignificante que pueda parecer de antemano. Hacer del vivir soñando parte del objetivo.


“Creo que todavía estoy durmiendo, me siento como en un sueño”. Hace algunos días, el serbio Novak Djokovic logró su mayor anhelo: “Es el día más feliz de mi vida, logré el sueño de ganar Wimbledon”. Fue el primer torneo que vio por televisión cuando era chico, muchos años atrás, cuando su padre todavía pensaba que el pequeño Nole iba a seguir sus pasos. Hasta aquel día de la confesión: “No quiero esquiar, no quiero ser futbolista. Quiero jugar al tenis, quiero ser como Sampras”. Djokovic lidera hoy el ranking mundial de la ATP, nada más y nada menos que en la era de Federer y Nadal. Pero atención, no se trata solamente de querer ser el mejor, sino serían muchos los que por haberse quedado en el camino se sentirían fracasados. Hay sueños de todos los tamaños y colores, para todos los gustos.

“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.” Pedro Calderón de la Barca

Las manos duelen después de haber trabajado todo el día, el sol ya se ha despedido hasta mañana y el frío dice presente en la montaña. Giro la cabeza y levanto la vista hacia el horizonte, el paisaje es majestuoso. No hay un rincón de tierra sin cultivar, para donde mires todo es viña. Jamás soñé con hacer esto, con trabajar en donde estoy trabajando, con vivir está realidad que estoy viviendo. Ese es otro punto a favor que tienen los sueños, a veces vienen sin que uno los busque, simplemente te despertás y descubrís que estás protagonizando una historia sin guión. Es por eso que yo tengo sólo un pedido: si toda la vida es sueño, déjenme dormir entonces, que no me quiero despertar jamás.

23/6/11

Sinsentido(s)

“Todo lo tóxico de mi país a mi me entra por la nariz, lavo autos, limpio zapatos, huelo pega y también huelo paco, robo billeteras pero soy buena gente, soy una sonrisa sin dientes”, Canción para un niño en la calle (Mercedes Sosa & Calle 13).

Estaba leyendo recién y una imagen del relato – más bien fue un aroma – me hizo notar algo que no me había llamado la atención hasta ese momento: en Auckland hay mar, pero no hay olor a mar. No se si es que yo estuve toda la semana resfriado (lo hubiese sentido, en menor medida), pero lo cierto es que pasé varios días sin percatarme de que esa fragancia, que tanto me gusta, no estaba en el ambiente por alguna razón. Mientras pensaba en el (no) olor a mar, se me dio por ponerme a buscar otros olores, otros aromas que – por su particularidad – me transportan a un lugar determinado. El hostel en el que me hospedé durante esos días en Auckland por ejemplo, a pesar de no ser un lugar sucio ni nada parecido, te recibía desde el momento en que cruzabas la corrediza puerta de entrada, con un olor singular que no me dejaba estar del todo cómodo. O la semidesierta Christchurch, todavía llena de escombros producto del terremoto, que también tiene un aroma específico que te advierte que estás ahí, es una mezcla de olor a polvo sumado a la ausencia casi total de gente, que produce una suerte de involuntario vacío.

Hace unos días salí a correr por el camino que bordea el lago Wakatipu, en Queenstown, una pequeña ciudad ubicada bien al sur en la Isla Sur de Nueva Zelanda. Mientras trotaba cuesta arriba y barranca abajo, en la boca sentía el olor del aire seco y frío de la montaña, que entraba y salía de mis pulmones. Es probable que en el ambiente hubiese otro aroma característico, posiblemente proveniente de los árboles que decoran ambos costados de la ruta, pero la agitación generada por el ejercicio físico no me dejaba diferenciar con claridad cada fragancia. La imposibilidad de reconocer nítidamente los olores también es, de alguna manera, una forma singular de sentir que nos remite a determinada situación.

Olor a pochoclo es sinónimo de cine, a pólvora de petardos para mi equivale a estar en la cancha, aunque también podría hacer alusión a cualquier jardín durante la última semana de diciembre, ya sea Navidad o Año Nuevo. Pero no es el olfato el único sentido capaz de retrotraernos a un sitio específico. Vista, gusto, audición o tacto, cualquiera de ellos tiene el poder de hacernos saber que – gracias a un recuerdo del pasado – estamos en algún lugar conocido. Cada uno de nosotros sería capaz de reconocer a través del sentido del gusto, y sin la necesidad de recurrir a los otros cuatro, que está sentado en la mesa de su casa. Queenstown, por ejemplo, es una ciudad que se te mete directamente en la retina: la escena que cada mañana al abrir las cortinas, representan el lago y la montaña (los dos protagonistas principales de la obra), te llena los ojos y te invita a almacenar cada imagen en la memoria, ocupando bastante espacio del disco rígido debido a que es recomendable guardarlas en alta calidad.

Sentido: 1. Que incluye o expresa un sentimiento.
2. Proceso fisiológico de recepción y reconocimiento de sensaciones y estímulos que se produce a través de la vista, el oído, el olfato, el gusto o el tacto o la situación de su propio cuerpo.
3. Modo particular de entender algo, o juicio que se hace de ello.
4. Razón de ser, finalidad.
5. Cada una de las distintas acepciones de las palabras.

Empecé hablando de los sentidos, en relación a la segunda acepción de la palabra. Pero luego de hurgar en el diccionario, algunos de los otros significados lograron seducirme. Cuando uno viaja suele sufrir un cambio inconciente en la capacidad natural de sentir. Al alejarse de los lugares comunes de lo cotidiano, nos volvemos más receptivos, lo que hace que todo lo que incluya o exprese algún sentimiento esté potencialmente más próximo a dejar su marca. Pero cada uno de nosotros tiene un modo particular de entender la realidad. Por ende, lo que para mi es fundamental, para otro puede resultar un absoluto sinsentido. Paradójicamente, aunque todo tenga una razón de ser, no siempre será la única.

Hace aproximadamente un año, me sentaba delante de la computadora con el deseo de ponerle palabras a la belleza de una ciudad que me había cautivado. Ahora escribo este artículo con la finalidad de compartir, por medio del relato, algunos de los sentimientos recopilados durante estas semanas de viaje. Con aromas e imágenes como condimento del texto escrito. Porque todo (nos) entra a través de los sentidos. Aprender a diferenciar cada fragancia, implica un ejercicio que es tan natural como gratificante. Cerrar los ojos y dejarse embriagar con el perfume del entorno, siempre será bien recompensado. Y teniendo claro que muchas veces no se trata de cuánto ni cómo ni dónde, sino que lo que realmente importa es con quién. El sólo hecho de compartir un momento con alguien que vale la pena, puede ser la causa que lo haga rebosar de sentido.

8/6/11

Fuera de contexto

“Contextualizar los problemas que cada uno tiene”, siete palabras que fueron el disparador de lo que viene a continuación. Sentado en el asiento 20A del vuelo que une Buenos Aires y Auckland, y mientras ceno, la idea se me viene a la cabeza y me apuro a anotarla en el primer papel que encuentro a mano. La traducción inmediata del pensamiento inicial fue: cada uno vive su propia vida. Una afirmación que no deja mucho lugar para la discusión, por ser demasiado simple: por tanto que uno intente a veces ponerse en el lugar del otro, nos será imposible interpretar cualquier tipo de realidad de la misma manera que lo hace el prójimo. Cada uno de nosotros posee un tamiz diferente e irrepetible – forjado a través de la propia experiencia – que utiliza para decodificar cada suceso, cada evento. Los esquimales, para brindar un ejemplo, llegan a diferenciar entre 30 tonalidades de blanco. Mientras que, por otro lado, aquellos que padecen de daltonismo, ven la misma realidad que nosotros, sólo que pintada de otro color. Son apenas un par de ejemplos de cómo no todos vemos lo mismo, a pesar de que estemos mirando hacia el mismo lugar. Es entonces cuando uno podría bien hacerse la siguiente pregunta: ¿cómo son realmente las cosas?


Ahora escribo algunas líneas desde los 182 metros del café/bar que está en la SkyTower de Auckland, la estructura más alta hecha por el hombre de todo el hemisferio sur. Allá abajo, las luces de la ciudad se van encendiendo lentamente y la gente sale de las oficinas para empezar a disfrutar del fin de semana. Me cuesta pensar en un contexto más descontextualizado – valga la redundancia – que éste para analizar mi realidad, la que quedó allá, a 10.367 kilómetros, en la menospreciada Buenos Aires. Los viajes siempre me ayudan a sacar conclusiones, que no tienen porqué ser definitivas, pero que al fin y al cabo son conclusiones, lo cual ya es algo de por si positivo.

Mientras Kevin Johansen canta: “Me voy porque acá no se puede, me vuelvo porque allá tampoco…”. Mientras cada uno se encuentra inmerso en sus propios problemas, sean pequeños, grandes o irresolubles. Resulta que yo entro a un banco en Nueva Zelanda con la idea de abrir una cuenta y, un buen rato más tarde, salgo con el número de cuenta en un bolsillo de la campera y con la grata noticia de haber conocido a Frank, un empleado de origen hindú que llegó a este país hace ocho años, que tiene un hijo de tres años que nació acá y que se llama Suhan, que se pregunta si Messi es o no mejor que Diego y que me simplificó la existencia pocas horas después de haber pisado tierra maorí. ¿Cómo? Preocupándose por tratar de ayudarme en lo que yo necesitaba que me ayuden. ¿Por qué lo hizo? Porque cuando llegó al país se le hizo muy complicado adaptarse y dar sus
primeros pasos, y hoy está convencido de que lo mejor que puede hacer es devolverle una sonrisa y brindarle su ayuda desinteresada, a aquel que llega en una situación similar a la que él vivió. Durante estos primeros días, han sido varias las ocasiones en que me descubrí haciéndome la siguiente pregunta: ¿qué hago acá? Y he podido darme cuenta que lo más interesante no pasa por buscar una respuesta inmediata, sino por dejarse llevar e ir descubriéndolo sobre la marcha. Para poder así conocer gente como Frank, dispuesta a tomarse el tiempo que sea necesario para darte una mano.

Yo decidí hacer este viaje para poder sentirme fuera de contexto. Para conocer una cultura diferente (y por ende nueva para mi), en la búsqueda de lograr un crecimiento, más que todo desde el punto de vista humano. El primer comentario cuando le contaba a alguien que me iba era (usualmente): “ah, vos si que la pasas mal”.
A lo que probablemente mi respuesta más común haya sido una sonrisa que decía tácitamente: “y, la verdad que no me puedo quejar”. Sin embargo me he dado cuenta que sería falaz pensar que esta aventura sólo tiene como objetivo el disfrute. Estar sólo y a tantos kilómetros de casa implica, inevitablemente, momentos de sufrimiento (porque uno sufre cuando no puede tener lo que necesita), a los que se les puede dar – si uno sabe como – mucha utilidad. Canalizando esos sentimientos, podremos dimensionar con mayor precisión cuáles son los factores a los que debemos darle real importancia en nuestra vida y cuáles a los que no.

Contexto: Entorno físico o de situación, ya sea político, histórico, cultural o de cualquier otra índole, en el cual se considera un hecho.


Pasaron varios días y ya estoy lejos de Auckland. Hoy me siento a escribir las últimas líneas de este artículo en la cocina del hostel, en Christchurch, la ciudad que hace poco más de un año sufrió un terremoto de 6,3 grados de magnitud en la escala de Richter. Hace un rato, mientras caminaba alrededor del cerco gigante que rodea el centro, volví a pensar en el tema del contexto. ¿Cómo es vivir un terremoto? Se me hace simplemente imposible pensar en como sería que el lugar en el que vivo, de un día para el otro, se convierta en ruinas. Miro a mi alrededor y las paredes de la habitación están empapeladas con mapas de todas partes del mundo. Cada tanto entra alguien a prepararse un café o a servirse algo para comer, son muchos los países con representantes que alguna vez dijeron presente en este recinto. Y cada uno de ellos será capaz de contar su propia versión de los hechos.

Vivimos – frecuentemente – preocupados por los contratiempos que nos invaden en nuestra vida cotidiana. Solemos catalogarlos como problemas, pero basta con que alguien cercano nos cuente que le pasó tal o cual cosa, que represente una gravedad de mayor nivel, para que luego de la comparación lleguemos a concluir que no tenemos derecho a quejarnos de nada. Hace un par de días charlaba con un inglés con el que compartí habitación en Wellington y, al comentarle que venía para Christchurch, me dijo: “no hay nada para ver, está todo cerrado”. Ahora que he recorrido esta ciudad, difícilmente pueda estar más lejos de compartir ese pensamiento. Porque, como decía al comenzar, cada uno vive su vida como quiere o puede. Porque bien vale hacer el ejercicio de ponerse en el lugar del otro, pero siempre teniendo en claro que cada uno de nosotros es único, e irrepetible.

16/5/11

Cuestión de piel

- Ley de Registro de Población: clasifica a todos los sudafricanos por razas, siendo el color el criterio decisivo.

Para entender por qué alguien toma una decisión y no otra, para comprender las razones por las que una persona elije un camino y no otro, siempre es imprescindible ponerse en contexto. En 1948 el National Party ganó las elecciones generales blancas en Sudáfrica. Estaba liderado por el doctor Daniel Malan, quien centró su campaña haciendo hincapié en el swart gevaar (peligro negro). En las elecciones se impuso por sobre al United Party, el partido gobernante en ese entonces. Fue un triunfo de los afrikáner por sobre sus antecesores ingleses, hasta allí los principales dominadores de la Sudáfrica de aquellos años. Fue la primera vez en la historia en que el gobierno quedó en manos de un partido exclusivamente afrikáner. La declaración formal de principios políticos que alentaba el partido nacionalista fue conocida como apartheid (segregación). El inglés pasó a ser el segundo idioma, como era lógico si uno tenía en cuenta cuál era el lema del nuevo régimen: “Eie volk, eie taal, eie land” (Nuestra gente, nuestra lengua, nuestra tierra).

- Ley de Servicios Públicos Separados: fuerza la separación del espacio de uso de los servicios públicos, destinándose áreas reservadas a los blancos y otras para los no blancos.

“Yo simpatizaba con la corriente extremista y revolucionaria del nacionalismo africano (su lema era “África para los africanos”). Estaba furioso con el hombre blanco, no con el racismo. Aunque no estaba preparado para echar al mar al hombre blanco, me habría hecho tremendamente feliz que hubiese subido a sus naves y abandonado el continente por su propia voluntad”. Son palabras de un joven Mandela, en esa época integrante de la Liga de la Juventud del CNA (Congreso Nacional Africano), que comenzaba a dar sus primeros pasos en política. Sus inicios nos mostraban a un muchacho rebelde, que no iba exclusivamente en contra de los ataques raciales del gobierno blanco, sino que buscaba defender más que todo a los que consideraba su raza, a los africanos. Se había criado de acuerdo a las costumbres tribales de su gente y su pensamiento era – en un primer momento – acotado.

- Ley de Inmoralidad: considera ilegales las relaciones sexuales entre blancos y personas de otras razas.

Hablamos de retroalimentación, cuando se instaura el odio sólo se debe esperar más de lo mismo. La historia de Mandela es admirable en varios sentidos, para mi uno de los más trascendentes es su capacidad de reconocer que había elegido el camino equivocado – con todo lo que significa hacerse cargo – para luego enderezar el rumbo. No nos podemos dar el lujo de esperar que todos sean Mandela. No sería recomendable pensar que sólo con el paso de los años, cada uno encontrará los medios para dilucidar que, por ejemplo, discriminar está mal. Por eso la clave es alimentar, pensando esta acción a través de sus sinónimos: fomentar el amor por la educación, nutrir el deseo por enriquecer nuestros conocimientos, suministrar las herramientas que nos permitan desarrollarnos.

- Ley de Áreas de Grupo: estipula la existencia de zonas separadas en las ciudades para cada grupo étnico.

La ignorancia y la desigualdad presuponen un riesgo doble: los más necesitados crecen acumulando bronca contra los que tienen lo que yo no puedo tener, mientras que las clases altas tienden a aislarse en pos de resguardar lo que aquellos otros me quieren sacar. Además de lo importante de la educación, creo que también es fundamental trabajar en la integración. Tanto del excluido como del que excluye. Desarrollar la convivencia tendrá como resultado más posibilidades para los que no las tienen y significará al mismo tiempo un descenso en el nivel de miedo generalizado. Bien vale como ejemplo lo que es capaz de generar el deporte, particularmente el fútbol: adentro de una cancha no existen las clases sociales, nadie repara en el color de la piel del que hizo el gol antes de ir a abrazarlo.



- Ley de Nativos: conocida como Ley de Pase, prohíbe a los sudafricanos negros el desplazamiento desde las zonas rurales a las ciudades.

La carencia actúa como un límite. Si miramos el mapa de las grandes ciudades, podremos advertir que en muchas ocasiones en los alrededores de los barrios más pudientes se sitúan las villas de emergencia. El denominador común en ambos territorios es la exclusividad: de un lado están sólo los que no tienen nada y del otro se encuentran únicamente los que pueden pagar la entrada. En la práctica son como dos países limítrofes en los que hay que cumplir determinados requisitos para poder cruzar la frontera. Desde hace tiempo me vengo preguntando cuál es el sentido de que el mundo esté dividido cual rompecabezas. Entiendo que es necesario desde lo organizacional, de otro modo sería muy complicado administrar el territorio. Pero no acepto que sea necesario pedir permiso (y que te lo concedan) para poder ingresar a otro país. Sueño con un futuro en el que las líneas divisorias de cada nación no sean más que la transición hacia una cultura diferente.

“La lucha es mi vida. Seguiré luchando por la libertad hasta el fin de mis días.” Nelson Mandela (1961)

11/4/11

Verde locura

El movimiento mecánico del brazo derecho es casi automático, antes de que las retinas reciban el primer destello de luz, el pulgar derecho busca de memoria el botón indicado del control remoto y el televisor se enciende. Es domingo, minutos después de las tres de la tarde, aunque por unos instantes el desconcierto que nos invade a todos al despertar me obliga a hacer un esfuerzo y chequear por segunda vez la hora en el despertador. Enseguida me vuelvo hacia la pantalla y los canales se suceden hasta llegar a los deportivos. En ESPN está a punto de comenzar la última jornada del Masters de Augusta – el torneo de golf más importante de la temporada – y un pequeño recuadro anuncia que Ángel Cabrera comenzará a jugar a las 15:40, hora de nuestro país. Para mi posterior sorpresa no cambio de canal, me levanto, me lavo la cara, me hago un café con leche y me siento frente a la tele a ver golf. Sí, golf.

Fueron más de cuatro horas durante las que palabras como putt, bogey o águila se escuchaban constantemente y en las que conocí a jugadores como Geoff Ogilvy y Adam Scott, entre otros. Me metí rápido en el personaje y – mientras seguía las acciones en el televisor – me dediqué a contar lo que pasaba vía twitter. Como si fuese el más experto periodista de golf, escribía comentarios como este: “@Santi_Gonzalez: Tremendo putt largo del Pato en el hoyo 4, aseguró el par y sigue -8. Tiger hizo águila en el 8, se puso -10 y lo festejó de lo lindo”. Sin la posibilidad de disfrutar de la imagen en HD por carecer de la tecnología necesaria y aprendiendo de lo que otros opinaban, también en 140 caracteres, el tiempo transcurría sin que se produzca desmedro alguno en mi nivel de atención. Hay que reconocer que la televisación del evento es fantástica, aprovechando los intervalos que se producen en el juego de cada participante – ya sea porque se trasladan de un lado a otro del campo o porque están aguardando su turno – uno tiene la posibilidad de ver en vivo lo que está haciendo cada uno de los que pelean arriba. Cambié de canal un par de veces aprovechando las pausas y así me encontré – casualmente – con el gol que Valeri le hizo a Boca. Pero no estaba interesado en ver fútbol.

Como leía esta mañana en El País, la jornada del domingo fue “una película de suspenso digna del mejor guión de Alfred Hitchcock”. Rory McIlroy, el joven de 21 años que había llegado al último día como líder y con cuatro golpes de ventaja sobre sus escoltas, no tuvo un buen desenlace y luego de un triple bogey en el hoyo 10 se despidió de la pelea por el título. Es probable que la presión le haya jugado una mala pasada como comentaban los expertos, la cuestión es que la debacle del irlandés le abrió la puerta a un nutrido grupo de competidores en la lucha por calzarse el saco verde. Diez nombres desfilaron por la punta a lo largo de una tarde inolvidable que fue derechito a parar a la historia grande del certamen. Acá van un par de tweets como ejemplo de lo cambiante que era el marcador: “@Santi_Gonzalez: Ogilvy está encendido, cinco birdies al hilo en 12-16 para subirse a la punta con -10” y un par de minutos después “@Santi_Gonzalez: Adam Scott quiere ser el primer australiano en ganar Augusta. Está puntero con -11 después del birdie en el 14”. Impredecible, vibrante.


En Buenos Aires caía la noche y con ella se acercaba el momento del desenlace allá en el estado de Georgia. Tiger Woods arrancó el día a siete golpes del puntero, tuvo un gran desempeño en la ida para llegar a ponerse -10 bajo el par de la cancha, lo que hizo ilusionar a sus fanáticos, pero se quedó sin nafta en el final y terminó cuarto y a cuatro del campeón. Sus 67 golpes del día fueron, sin embargo, su mejor marca para un domingo en el Masters. Ángel Cabrera se mantuvo expectante durante toda la tarde. Hizo birdie en el 15 y así llegó a -10, lo que lo dejaba a dos golpes del líder a esa altura. Era el momento de demostrar para qué estaba, pero un bogey en el hoyo siguiente lo dejó sin chances. Terminó con doble par, en el séptimo puesto con -9 y redondeando una buena actuación. Los australianos Adam Scott y Jason Day tuvieron un gran cierre y finalizaron como escoltas a dos golpes del vencedor. El saco verde fue para el sudafricano Charl Schwartzel que totalizó 274 (-14) para consagrarse por primera vez en un major. Con 5 birdies – cuatro en los últimos cuatro hoyos – y un águila fenomenal en el 3, logró recortar los cuatro golpes de más que tenía al comenzar la jornada y cerró con un gran putt que significó un título.

Para mí fue un domingo distinto, en el que pude confirmar – una vez más – que los grandes eventos deportivos cautivan mi atención y me invitan a vivirlos sin despegarme un segundo de la pantalla. El año pasado había seguido atentamente el desenlace de la consagración de Mickelson. Este sábado, mientras hacía zapping, vi como el Pato Cabrera terminaba segundo el tercer día de competencia, lo que le iba a permitir jugar el domingo junto al líder. Ayer me desperté casualmente en el momento que comenzaba la jornada y pude disfrutar de una tarde con el mejor golf del planeta. Pablo Fábregas, productor de Metro y Medio, dejó este comentario en su twitter cuando promediaba la tarde: “@pablitofabregas: Mirando golf y pasándola bien. Mañana voy a buscar los papeles para la jubilación”. Somos unos cuantos los que ésta mañana nos podríamos haber cruzado en la cola para iniciar el trámite.

30/3/11

Estilo catalán

“Disfrutar del fútbol para el público y también para los jugadores. El fútbol es espectáculo; si no, no es fútbol”. Johan Cruyff

Mucho se habla de lo bien que trata el balón cuando tiene la posesión (algo que pasa durante la mayor parte del tiempo), pero también es para admirar el trabajo que realizan todos sus futbolistas por recuperarlo lo antes posible cuando lo pierden: el buen toque nos llena los ojos, pero una presión asfixiante en campo rival es lo que da inicio a cada ataque. Cuando está en una mala tarde, tiene la pelota y genera situaciones de gol. Cuando juega bien – algo que sucede muy a menudo – te pinta la cara. El fútbol es un deporte altamente azaroso, sin embargo este equipo ha logrado cuestionar dicha afirmación. Hay quienes me han dicho que ver los partidos es predecible, y hasta aburrido, porque gana (casi) siempre y en muchas ocasiones por goleada. Juega a otra cosa: la circulación de pelota y la rotación constante de sus protagonistas – las dos condiciones/virtudes fundamentales de este conjunto – suelen dejar en ridículo al más amalgamado sistema defensivo.

El once de lujo, como suelen decir en España, sale de memoria: Valdés, Alves, Piqué, Puyol, Abidal, Xavi, Busquets, Iniesta, Pedro, Messi y Villa. La columna vertebral de sus nacionales son la piedra fundamental de la selección española que ganó la Copa del Mundo en Sudáfrica. No tiene nombres complementarios, todos se destacan en una plantilla plagada de estrellas. Se nutre constantemente de los jóvenes provenientes de La Masía, la fábrica de fútbol que se encarga de sacarle el brillo a sus diamantes en bruto. Y cuando compra lo hace selectivamente, con el objetivo de potenciar lo que ya tiene.

Para los amantes de las estadísticas, aquí van un par de números de este equipo: en el ciclo Guardiola ganó 8 títulos en dos temporadas (2 Ligas, 1 Copa del Rey, 2 Supercopas de España, 1 Champions League, 1 Supercopa de Europa y 1 Mundial de Clubes); en la temporada actual está vivo en las tres competencias que disputa (puntero en Liga, en cuartos de Champions y finalista en Copa del Rey), habiendo jugado 45 partidos, de los que ganó 35, empató 7 y perdió 3; lleva convertidos 121 goles y recibió sólo 26.

El primer año (2009) fue el de la explosión, ganó todo lo que podía ganar, culminando con el pechazo de Messi en la final de Dubai. El año siguiente cayó en semis de Champions frente a un Inter que logró doblegarlo, mientras que en la Liga logró el bicampeonato con el record de 99 puntos. Esta temporada parece haber sido de alguna manera una consolidación, a pesar de que todavía no ha finalizado, el mundo del fútbol se rinde a los pies de este equipo y ya muchos lo consideran el mejor de la historia. Para mi acumula méritos para semejante distinción, por un lado los títulos cosechados dan cuenta del poderío desde lo estadístico, pero eso no es lo más importante, el mayor logro pasa por el nivel futbolístico que muestra en cada encuentro. Es un placer verlo jugar.


En el timón de esta embarcación está Josep Guardiola, hombre de la casa, que llegó al primer equipo luego de un paso por el filial. Pep, como se lo conoce desde que usaba la camiseta número 4 del conjunto blaugrana, encarna la esencia del fútbol culé. Con una clara ascendencia en la filosofía de juego de Johan Cruyff, ha sido capaz de extraer el mejor rendimiento de cada integrante del plantel. Utiliza un sistema táctico con tres delanteros que hacen de la rotación su mejor arma, Pedro y Villa son los extremos y Messi es el delantero centro. Guardiola reinventó a Leo cuando decidió comenzar a utilizarlo como falso nueve y mal no le ha ido: desde que hace un año, el mejor jugador del momento dejó la banda derecha del ataque para situarse entre los centrales y los medios, ha convertido 60 veces, mostrando su cara más goleadora. La Pulga se siente feliz jugando en esta nueva posición, en la que se encuentra más cerca de Xavi e Iniesta, los dos cerebros del mediocampo y que, con el argentino, completan el trío lujoso de este equipo. Párrafo aparte para dos de mis preferidos en la plantilla: Dani Alves, un lateral derecho irrepetible, posee un ida y vuelta constante y es la quintaesencia del 4 brasilero, fundamental tanto en defensa como en ataque; y Sergio Busquets, el 5 inteligente, el hombre que mantiene el equilibrio en el centro del campo y lo hace sin recurrir sistemáticamente al juego brusco, sino a través de su enorme capacidad para entender el juego: “Trato de pensar antes de tener la pelota para encontrar soluciones”, declara mostrando credenciales.

Elegí dos partidos que para mí exhiben lo que es este equipo. El primero muestra lo que es capaz de producir en sus rivales: en la vuelta por los octavos de la Champions venció por 3-1 a Arsenal en el Camp Nou, ese día el conjunto inglés se traicionó a sí mismo y, después de haber ganado como local, salió a defenderse sin la pelota, lo cual es casi lo mismo que haberse entregado. El segundo es el mayor baile futbolístico que yo haya visto: el 29 de Noviembre de 2010, Real Madrid se llevó un 5-0 en contra de su visita a Cataluña, luego de haber sido borrado de la cancha durante los 90 minutos. Esa noche el equipo de Mourinho llegaba como una peligrosa amenaza al Camp Nou, pero se fue con las manos vacías y ridiculizado por su clásico rival. El primer ejemplo expone a un entrenador como Wenger (Arsenal), que vio tambalear sus convicciones a tal punto que le pidió a su equipo que se olvide de lo que mejor sabe hacer – tener la pelota y atacar – para intentar un planteo conservador que nunca utiliza. El segundo ejemplo fue – simplemente – una demostración de fútbol en su máxima expresión, nada menos que ante un rival con la jerarquía del Madrid, que no pudo oponer resistencia alguna.

Esa frase de Cruyff, extraída de su libro “Me gusta el fútbol”, es casi una declaración de principios para este equipo: juega al fútbol porque está en su ADN y porque sus jugadores no entienden otro idioma. Este artículo es un pequeño homenaje a la contemporaneidad de un plantel que quedará en la historia. Sin misterios, pero sin nombrarlo, he intentado repasar y reivindicar estos últimos años de uno de los grandes de España. Quizá dentro de un par de meses – cuando finalice la temporada actual – ningún trofeo tenga impreso su nombre, sin embargo creo que a esta altura nadie pone en duda que si hablamos de fútbol, estamos hablando del Barça.

23/2/11

Fin del recorrido

“Un hombre se prueba la sombra que otro hombre abandona. Habla, ensaya los gestos del malentendido y camina en sus pasos, los pasos de todos los hombres.” Extranjero, de Nicolás Dorado.

Extranjero es sinónimo de extraño, desconocido, forastero, exótico, ajeno. Para sentirse extranjero no hace falta viajar a otro país. Uno puede experimentar sentimientos afines hasta en su propia casa, hasta en su propia cama. Creo que alguna vez todos lo fuimos, todos los somos. Hoy les quiero contar la historia de alguien que se volvió un extranjero de su propio cuerpo. Se llama Carlos Santos y es – paradójicamente – guía turístico. Hace un año le descubrieron un tumor incurable que lo iba a condenar a morir sufriendo. El decidió ganarle de mano a su propia enfermedad. Hace poco más de dos meses murió dormido en la habitación de un hotel, luego de haber tomado un cóctel letal. Vivir y dejar morir.

Eutanasia: 1. Acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él.
2. Muerte sin sufrimiento físico.


Las dos definiciones aportan datos interesantes. La primera nos brinda la información necesaria para saber de qué hablamos cuando hablamos de eutanasia. La segunda es clara y precisa, habla de evitar el sufrimiento. Ahora, la pregunta que me surge es: ¿por qué es tan difícil hablar del tema? Nacemos, crecemos y vivimos adoptando antiguos preceptos de lo que en algún momento se creyó lo correcto. Y matarse parece que está mal, o estaba al menos. El principal obstáculo que se nos presenta cuando nos proponemos discutir estas cuestiones aparentemente polémicas es la huella imborrable del pasado. Pues bien, basta de eso. Despojémonos de prejuicios y empecemos a pensar en base a nuestra experiencia, pero sin dejarnos influenciar por las creencias históricas. No hacerlo podría volvernos obsoletos.


Ortodoxo: Conforme con doctrinas o prácticas generalmente aceptadas.

Me gusta el final de la definición citada más arriba: generalmente aceptadas. A veces lo necesario es actuar y razonar de forma heterodoxa. No siempre lo políticamente correcto es la única opción válida, ni la mejor. Debemos aprender que cada uno es libre de elegir que camino seguir en su vida, mientras tanto no perjudique a los demás. Y acá es imprescindible abrir un paréntesis: somos egoístas en el momento de elegir. Y está bien. Vivimos en sociedad y no podemos dejar de pensar en los otros ante una toma de decisión. Sobretodo en la gente que queremos, en que ellos no sufran a causa de nuestras elecciones. Pero hay un punto en el que es inevitable que alguien se sienta dolido por una decisión ajena. Y es ahí en donde se vuelve imprescindible una dosis de egoísmo.


Cuando se conoce la noticia de un suicidio, el comentario que generalmente la acompaña es más o menos así: “no fuimos capaces de ver que estaba mal, no logramos ayudarlo a tiempo”. ¿Acaso a nadie se le ocurrió que quizá esa persona no quería que la ayuden? Por más doloroso y contradictorio que suene: ¿está mal pensar que alguien pueda creer que lo mejor para su vida es la muerte? ¿Es muy disparatado pensar que fue una elección que no estuvo regida por la depresión o la tristeza? La definición de suicidarse es: quitarse voluntariamente la vida. ¿Adónde está lo indigno?

Hace un tiempo leí por ahí la frase siguiente: respirar es necesario para vivir pero no es el objetivo de la vida. Más allá de la obviedad que conlleva la reflexión, me permito hacer una pregunta: ¿y cuál es el objetivo? Creo que cada uno debe hacerse cargo de responderse la pregunta, de definir sus propios objetivos. Ahora: ¿qué pasaría si se nos agotan los objetivos? ¿Es posible creer que uno ya cumplió todas sus metas?

Al momento de morir, Santos no tenía ni familiares ni herederos. Un análisis facilista podría sugerir que la razón por la cual decidió no seguir viviendo es que estaba solo. Nada de eso. Carlos amó tanto la vida, que no poder seguir disfrutándola lo hizo tomar una decisión drástica. Cuando le descubrieron la enfermedad le dijeron: "Señor Santos, haga usted testamento vital porque le quedan meses, esto no tiene cura, no hay solución, no hay nada". Pensó en viajar a Estados Unidos, comprar un arma y pegarse un tiro. Su vida ya no era más su vida: “privaciones, privaciones y privaciones”. Pero siempre se consideró un hombre pacífico, ajeno a la violencia. Fue por ello que buscó otra alternativa y así dio con la gente de Derecho a Morir Dignamente, una asociación sin fines de lucro que se dedica a brindar asistencia a personas en su situación. Ellos lo ayudaron a cumplir con su voluntad.

El de Carlos Santos es un caso extremo. Este análisis, disparado a raíz de su historia, es más bien una búsqueda: desentrañar qué lleva a un ser humano a tomar semejante determinación y si existen razones que no tengan su origen en la carencia (de afecto, de compañía, etc.). Partiendo de la base de que no somos todos iguales. Que lo que para mi está bien, para muchos otros puede no estarlo y viceversa. Hay tantas formas de vivir la vida como personas para vivirla. La Iglesia nos ha hecho creer que después de la muerte existen el paraíso y el infierno. Lejos estoy de pensar que es así, pero me permito plantear el siguiente interrogante: ¿y si mi deseo es saber qué viene una vez que el corazón deja de latir?

Mi respuesta ante la decisión de alguien de quitarse la vida siempre ha sido el respeto. El respeto por el prójimo y al mismo tiempo por la decisión. También suele invadirme la curiosidad, quiero saber cuáles fueron las razones (si las hubo) para tomar tal o cual determinación. No con la intención de juzgar, sino por el simple hecho de querer entender porqué pasan las cosas. Este artículo no pretende incentivar la práctica del suicidio, ni mucho menos. Es por el contrario, una reivindicación de la libertad de resolución. Entiendo y acepto el dolor del que pierde a un ser querido, al mismo tiempo que critico al que condena este método por el sólo hecho de lo generalmente aceptado. Después de todo, si imaginamos a la vida como un largo viaje, no suena ilógico pensar que alguno prefiera bajarse del tren antes de llegar a destino.

3/2/11

Ídolos descartables

Niño Torres pasó de Liverpool a Chelsea por una suma aproximada de 58 millones de euros. En la capital beatle la noticia de ver partir a su ídolo no fue recibida de la mejor manera: un grupo de hinchas se acercó a Melwood (campo de entrenamiento del conjunto inglés) y prendió fuego una camiseta con el número 9 del español. La dosis extra de morbo llegará el próximo fin de semana, cuando Fernando Torres debute en su nuevo club enfrentando a su ex equipo. El fútbol es desde hace largo tiempo un negocio majestuoso, sin embargo los fanáticos se rehúsan una y otra vez a aceptar la derrota: a nadie le importa lo que ellos quieren.

Hace algunos años Juan Sebastián Verón hizo realidad su viejo deseo de regresar al club del que es hincha, y de hacerlo todavía en plenitud, con el objetivo de contribuir en el crecimiento de la institución. Como se suele escuchar por ahí, la Brujita será el presidente de Estudiantes algún día. O quizás no. Poco importa en este momento. El hecho relevante, es que los hinchas del equipo platense deberían considerarse privilegiados por ver como se mantiene inmaculada la imagen de su ídolo. Es casi como si nos dieran la posibilidad de seguir creyendo en Papá Noel durante toda la vida.

Lo que viven hoy los hinchas del Liverpool es lo que podríamos considerar actualmente como normal. Los futbolistas son una de las partes que conforman la gran maquinaria que mantiene en movimiento al negocio. Y ante las descomunales cantidades de dinero que se invierten en la compra y venta de jugadores, es difícil (y hasta ridículo) pedirles que tengan en cuenta el sentimiento de los fanáticos.

Traición: Falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener.

Está más que claro que un jugador de fútbol no debe tener lealtad para con sus antiguos clubes, o los aficionados de los mismos. Después de todo, lo suyo pasa por ser partícipe de un juego. Si se tratase de un deporte amateur podrían ser aceptadas – más no sea tácitamente – ciertas reglas morales que tengan que ver más que todo con determinado nivel de caballerosidad. Pero cuando hablamos de fútbol, estamos hablando de un deporte profesional. Por tal razón, quienes se desempañan como futbolistas, lo hacen percibiendo un sueldo por desarrollar su tarea, lo que dicho de otra manera sería: trabajan de. Me tomo el atrevimiento de aclarar semejante obviedad, porque los hechos me demuestran que no todos lo tienen tan claro como parece. Ante negociaciones como la que menciono en el inicio de este artículo, la respuesta de los fanáticos suele ser desmedida. En el caso de Torres hubo quema de camiseta.

En el fútbol nuestro también se dan ejemplos al respecto, el más reciente me toca de cerca: Walter Erviti pasó a Boca en una de las transferencias más rutilantes del verano argentino. Los hinchas de San Lorenzo no se bancaron el desplante. Apenas se conoció la noticia, una de las palabras más escuchadas (sobretodo por el barrio de Boedo) fue la de “traidor”. Sí, para el fanático de un equipo que un jugador querido y considerado ídolo elija jugar en uno de los rivales de turno, es considerado lisa y llanamente: traición. No importan las razones ni que estemos hablando de profesionales. El sentimiento que existe por la camiseta no entiende de contratos y negociados.

Ariel Ortega fue cedido recientemente a All Boys porque no tenía lugar en River. La determinación no pasó por lo futbolístico, sino por una cuestión personal y de salud. Los hinchas riverplatenses respondieron inmediatamente respaldando a su jugador insignia. Guillermo Barros Schelotto volvió al club que lo vio nacer, Gimnasia y Esgrima La Plata, con la decisión de no cobrar un sueldo y con la premisa de sumar su granito de arena a la lucha por no descender de categoría. Los fanáticos del Lobo se lo agradecieron multitudinariamente en cada partido jugado durante la pretemporada.

El hincha tiene un código de valores muy particular. Es capaz de entregarse por completo ante un gesto de amor por su equipo. Pero no entiende de razones cuando se siente traicionado y es, prácticamente, incapaz de perdonar. Es parte de lo que entendemos por pasión, sentimiento que más de una vez me propuse analizar en este espacio. Lo que queda claro es que actitudes como las de Verón o Barros Schelotto son la excepción que confirma la regla. El mundo del fútbol ha hecho todo lo posible para que los futbolistas se transformen en una moneda de cambio, en una mercancía. Visto desde la teoría marxista, la plusvalía que genera un jugador al destacarse con la camiseta de su club – por lo que los hinchas desarrollan un cariño en relación a lo que éste les da en exceso – es apropiada por los dueños del negocio y utilizada para aumentar el ingreso monetario. Podríamos concluir entonces, que en este fútbol capitalista, los ídolos no se venden por docena.

18/1/11

Yo jugué el Abierto de Australia

Me desperté 5:30 AM, tenía sed y calor. Había dormido algo más de cuatro horas. Me levanté, fui hasta la cocina y tomé un vaso de agua. Prendí el ventilador y me volví a acostar, pero ya no pude volver a conciliar el sueño.

Empatía: Identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro.

Prendí el televisor y la imagen en la pantalla me transportó instantáneamente a Melbourne. Mientras Chela luchaba contra el talento del francés Llodra e igualaba el partido en un set por lado en la Cancha N°2, Clijsters dejaba en ridículo a Safina en la Central y, en apenas 44 minutos, la borraba del cuadro con un doble 6-0. Ese resultado nos obligó a apurar la entrada en calor.

Vamos a poner en contexto de que se trataba el partido. La historia se remonta a Vancouver, Canadá, en el año 1997. Se jugaba la Copa Davis Junior y el equipo argentino (integrado por Nalbandian, Coria y Massa) se encontró con una inesperada derrota inicial frente a Venezuela que lo relegó a pelear en ronda de perdedores, entre el noveno y decimosexto lugar. De regreso en el hotel, y con la bronca lógica post caída, comenzaron a sentir “gritos extraños desde el balcón de enfrente”, según recuerda Gustavo Luza, capitán del equipo. “Sin ninguna razón, vemos que Hewitt sale con un cartel hecho en el momento, que decía: Argentina 9/16”, cuenta Massa. “Miré a David sin poder creer lo que pasaba. Y él me dijo: yo lo mato”, agrega Yayo. El tiempo pasó y el odio entre argentinos y Lleyton sumó más capítulos a la historia: Chela escupió cerca en un cruce, cansado de que festejara sus errores; David casi se agarra a trompadas y Coria se tomó los genitales, insultándolo.

Minutos después de las 6 de la mañana argentina, se puso en marcha el encuentro más atractivo en la previa, de la primera ronda de Australia. Y el partido arrancó complicado en el estadio Rod Laver: primer set para Hewitt que logró quebrar una vez y quedarse con el parcial por 6-3. En el segundo set Nalbandian salió a jugar con más agresividad y emparejó el trámite con un 6-4 a favor. A miles de kilómetros de distancia y con 14 horas de diferencia en el reloj, yo decidí levantarme de la cama (adonde vi los primeros dos sets) y puse el agua para el mate.

Mientras tanto David intentaba aprovechar el envión anímico y luego de un quiebre tempranero, sacaba ventaja de 2-0 en el tercer parcial. Sin embargo Lleyton tenía otros planes para el set: luego de recuperar rápidamente el quiebre, ganó cinco games en fila para ponerse 5-2 arriba y se quedó con la manga por 6-3. El peor momento del cordobés en el partido. Mentalmente perdido, llegó a sacar 1-3 y 0-40 en el quinto game del cuarto parcial, pero se levantó a tiempo y se volvió a meter en el partido logrando una ventaja de 5-3. Sacando para forzar un quinto set no pudo sostener el servicio y fue necesario llegar hasta el tie-break: 7-1 para Nalbandian y otra vez sets iguales. Partidazo en Melbourne Park. Desde Buenos Aires yo lo vivía en el borde de la silla.

La última manga fue a puro drama: sacando 5-6 abajo, el argentino salvó dos match points, mantuvo el saque y logró empardar en seis. A continuación, ambos sostuvieron su servicio para quedar 7-7 (no hay desempate en el quinto set). El decimoquinto juego del último parcial, con Lleyton sacando, fue todo de Nalbandian que con un passing shot de revés a la carrera se puso 0-40. Hewitt cometió una doble falta carísima y le dio la chance al argentino de sacar para el partido. Doscientos ochenta y ocho minutos después de comenzado el encuentro, David tiró un globo fantástico de derecha y sentenció el pleito, ganando el set por 9-7. A 11.661 Km. de distancia yo me arrodillaba en el piso festejando eufórico la victoria y buscando descargar algo de la tensión acumulada.


Les puedo asegurar que viví (y sufrí) el partido a la par de Nalbandian. No podía haber sido diferente. La pasión que me generan eventos deportivos de esta magnitud me subyuga. Durante el tiempo que dura un encuentro, siento que yo también soy parte del mismo. Y me encanta que sea así. Ahora, no me pidan que lo disfrute. Los nervios que me genera vivir en tiempo real, ya sea un partido de fútbol o en este caso de tenis, hacen que sólo haya espacio para el placer una vez consumado el triunfo. Entiendo que no lo entiendan, y lo acepto. Pero no puedo, ni quiero, vivirlo de otra manera. Para mi el sufrimiento es también una forma de disfrutar, como he intentado graficar en algún artículo anterior. Una forma bastante particular, sin dudas, pero que no cambio por nada del mundo.

Con la victoria en el bolsillo, decidí salir a correr con la intención de liberar un poco de adrenalina. Antes del mediodía, y después de un par de vueltas al lago, estaba de vuelta en casa, listo para pegarme una ducha. Consumado el baño, me hice algo para comer y me tiré a dormir la siesta. Es imperioso descansar, no nos olvidemos que, en segunda ronda, vamos contra el lituano Berankis.