29/7/11

Unipersonal

“Argentina es hermoso y es jodidísimo, y Hawaii es hermoso y es jodidísimo. Ahí te das cuenta que es uno, y no el lugar”. La frase la escuché en un capítulo de Clase Turista, la dijo un argentino que vive en la isla de Maui desde hace ya varios años. Era domingo al mediodía y en ese momento estaba solo, en el living de una casa que comparto con siete integrantes más (checos, mexicanos, chilenos), terminando de almorzar y tomando un vaso/taza de vino. Todos se habían ido a la playa, yo decidí quedarme y descansar un rato adentro, preparándome para el plato fuerte de la jornada: el picado de la tarde. Para mi son fundamentales estos momentos en los que puedo disfrutar en soledad, carente de compañía.

Primer día libre después de la primera semana laboral. Estaba todo arreglado, ellos traían la pelota, nosotros sólo teníamos que preocuparnos por juntar la gente. Suena mi celular, un mensaje de texto, una pregunta. ¿Tienen inflador? Entro súbitamente en pánico, levanto la vista buscando compañía y pego un grito: muchachos, hay un problema, necesitamos inflar la pelota. La respuesta llega de inmediato, el inflador está, lo que hace falta es un pico. Sí, ese insignificante tubito de metal que hace posible que el aire llegue hasta lo profundo de la cámara y el cuero se estire hasta adquirir forma esférica. Devuelvo el mensaje con la noticia del inflador inútil. Ellos también responden, tan sólo un puñado de palabras denotan una infancia sin potrero: “capaz el fin de semana que viene se pueda jugar, nos vemos”. Me invade la indignación, agarro la bicicleta y salgo a recorrer el pueblo en busca de una solución que no encuentro. Cuando vuelvo a la casa alguien me dice que podemos usar el cartucho de tinta de una birome. Meto la mano en el bolsillo y escribo en el celular: “solucionado lo del inflador, nos encontramos 2:30 PM en la cancha de la escuela”. Un par de horas más tarde el sol comienza a caer, el invento de la birome no sirvió de mucho pero el fútbol igual dijo presente. Yo jugué con los franceses, ganamos 14 a 10.

Seis veces a la semana me despierto a las 7 AM, cuando suena por primera vez la alarma del celular. Entreabro los ojos, lo agarro con la mano derecha y presiono “posponer 10 minutos”. En la oscuridad de la habitación puedo ver, gracias a la luz que emite el teléfono, el humito que me sale por la boca al exhalar. Me meto debajo de las sábanas y repito la misma acción dos o tres veces mínimo. Luego tomo coraje y me levanto, hay que considerar que estamos en invierno y que, por ende, nunca es sencillo salir de la cama. Hace frío dentro de la casa y por la mañana el mejor refugio es la cocina, cuanto más cerca del horno mejor.

En el pueblo hay un solo supermercado, bastante pequeño y con una característica que detesto: sensores de movimiento que emiten un sonido agudo y corto, avisando que estás en la góndola de los artículos de limpieza o que acabas de pasar por el rincón adonde descansan los lácteos. Intento realizar el esfuerzo de anticipar el estrépito con el pensamiento y minimizar así ese breve instante de ira, pero es imposible. Para colmo de males, a mi me gusta ir al supermercado y deambular por demás, aunque ya tenga en la mano lo que fui a comprar. Aquí, es una práctica poco recomendable si uno quiere preservar su salud mental.

Algo lindo que tiene esta casa es el living, con los dos televisores uno arriba del otro y la chimenea al lado, que no nos deja sentir el frío del invierno neozelandés. Conseguir leña es una de las tareas fundamentales a realizar un par de veces por semana. Un día de lluvia al regresar del viñedo o (cualquier día) por la noche, son los mejores momentos para hacerlo. Cual grupo comando, la camioneta se detiene a un costado de la ruta y todos corren, juntan unos cuantos pedazos de madera y regresan al vehículo. Me gusta ocuparme de prender el fuego, pero como los troncos son siempre de un tamaño considerable – y necesario, sobretodo si uno quiere disfrutar del calor por al menos un par de horas – hacerlos arder puede ser una tarea complicada. Todo sirve a la hora de empezar la fogata: cajas de cereales, cartones de huevos, hasta las tiritas de papel y alambre que usamos para atar las plantas de vid.

En castellano es Nueva Zelanda, en maorí Aotearoa, coloquialmente traducido como “tierra de la gran nube blanca”. Aunque no siempre sean tan blancas. Para convivir con el invierno kiwi, es necesario acostumbrarse a la lluvia. Pero como el clima es por demás ciclotímico, cada tanto el sol se asoma a saludar y te regala un lindo arcoiris. Coincido con lo que dice la frase con la que comienzo este artículo, es uno, siempre. No importa el adónde. Hoy me toca sentarme en un colchón sin cama – apoyado directamente en el piso – con la computadora sobre las piernas, para poder escribir con cierta tranquilidad. En esta casa la constante es el caos, el desorden. Hay que sacar turno para casi todo: para cocinar, para ducharse, hasta para usar la taza grandota.

Se que estoy de paso, aunque por un momento haya dejado el traje de viajero en el placard. Acá vivo el día a día como uno más, no me siento un intruso que anda espiando la vida del resto, soy parte del paisaje. Eso me obliga a tener que sobrellevar tanto los aspectos positivos como los negativos de mi entorno actual. Guardo la cámara de fotos en la mochila y me calzo las botas de goma para poder caminar por el barro. Le pongo el cuerpo a esta experiencia en la que lo exótico se confunde con lo que comúnmente podríamos entender como habitual. Es hermoso y es jodidísimo. Está en mí el saber sacarle provecho a las distintas vivencias. Desde la charla con los franceses que me invitaron con un par de cervezas en el comedor del motorcamp, hasta el viento helado de la montaña que no quiere entender de camperas ni gorros de lana. Un café con leche caliente después de trabajar, una carcajada que no es necesario traducir. Hoy escribo para mí, para contarle a esa parte mía que siempre dejo en Buenos Aires cómo es vivir acá, 15 horas en offside. Citando a Machado: “Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”. Pues entonces, que el paseo valga la pena.

12/7/11

Sólo un sueño

“Los que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan sólo de noche.” Edgar Allan Poe

Levantando la vista uno se encuentra con el verde de las montañas y el sol de la mañana que ya se empieza a asomar por detrás. Allá en el fondo están por llegar las ovejas, para seguir arrasando con el campo a medida que avanzan en busca de más alimento. Caminando entre las innumerables – pero numeradas – hileras de viña se respira aire de campo, apenas una decena de personas trabajan y en el ambiente reina la paz. Intento mantener la concentración y realizar la fuerza justa para no quebrar la planta al enrollarla en el cable. En ese momento, una idea, más bien un concepto, se me viene a la cabeza: irse por las ramas. Decido dejar para más tarde el ejercicio de profundizar en el análisis, vuelvo mentalmente al viñedo y me dejo llevar por la música de las cañas peleando por desatarse. Así transcurrirá la jornada, tranquilamente.

Rama: Parte secundaria de algo, que nace o se deriva de otra cosa principal.

“Es que a veces no me le animo al niño que llevo dentro…”, cantan a coro los Onda Vaga, y yo sonrío con la certeza de haber hallado una frase que llegó para allanarme el camino en la narración. Los lectores asiduos ya sabrán que acostumbro utilizar definiciones y citas como herramienta en muchos de mis textos. Pues volvamos a ubicar espacialmente al relato en Seddon, un pueblo minúsculo perteneciente a la región de Marlborough, zona plagada de viñedos. Paulatinamente, la mañana le ha dejado su lugar a la tarde, es entonces, y como tantas veces, que la música me ayuda a encontrar el rumbo que me conducirá al destino de lo que quiero expresar. Cuando pienso en el niño que llevamos dentro, inmediatamente lo asocio con la expresión más pura del soñar.

Sueño: 1. Acto de representarse en la fantasía de alguien, mientras duerme, sucesos o imágenes.
2. Cosa que carece de realidad o fundamento, y, en especial, proyecto, deseo, esperanza sin probabilidad de realizarse.

Con respecto a lo que aportan las definiciones, empezando por la primera, se me hace inevitable plantear la siguiente relación: soñar es irse por las ramas. Las imágenes o sucesos se derivan de otras/os a medida que se desarrolla la fantasía. Por otro lado, la improbabilidad sugerida en la segunda definición no me termina de convencer. Para mi los sueños son proyectos, deseos o esperanzas sin lugar a dudas, pero a los que uno puede aspirar. Entiendo que todos nos damos el lujo de soñar con un imposible de vez en cuando, pero también considero que el primer paso para cualquier tipo de proyecto no es concreto, sino que se origina en ese instante en que uno lo sueña. Bien vale primero construir el castillo en el aire, para luego ocuparse de los cimientos.

“Soñar en teoría, es vivir un poco, pero vivir soñando es no existir.” Jean-Paul Sartre

Yo me permito la osadía de no coincidir del todo con el filósofo francés. Me parece que vivir soñando es, en cierto sentido, imprescindible. Es la manera más sana de ir en busca de un objetivo. Me levanto cada mañana para ir a trabajar con el propósito de ahorrar lo necesario para poder seguir viajando. Es importante aprender a desandar el camino para poder sacarle provecho a cada instante, por más insignificante que pueda parecer de antemano. Hacer del vivir soñando parte del objetivo.


“Creo que todavía estoy durmiendo, me siento como en un sueño”. Hace algunos días, el serbio Novak Djokovic logró su mayor anhelo: “Es el día más feliz de mi vida, logré el sueño de ganar Wimbledon”. Fue el primer torneo que vio por televisión cuando era chico, muchos años atrás, cuando su padre todavía pensaba que el pequeño Nole iba a seguir sus pasos. Hasta aquel día de la confesión: “No quiero esquiar, no quiero ser futbolista. Quiero jugar al tenis, quiero ser como Sampras”. Djokovic lidera hoy el ranking mundial de la ATP, nada más y nada menos que en la era de Federer y Nadal. Pero atención, no se trata solamente de querer ser el mejor, sino serían muchos los que por haberse quedado en el camino se sentirían fracasados. Hay sueños de todos los tamaños y colores, para todos los gustos.

“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.” Pedro Calderón de la Barca

Las manos duelen después de haber trabajado todo el día, el sol ya se ha despedido hasta mañana y el frío dice presente en la montaña. Giro la cabeza y levanto la vista hacia el horizonte, el paisaje es majestuoso. No hay un rincón de tierra sin cultivar, para donde mires todo es viña. Jamás soñé con hacer esto, con trabajar en donde estoy trabajando, con vivir está realidad que estoy viviendo. Ese es otro punto a favor que tienen los sueños, a veces vienen sin que uno los busque, simplemente te despertás y descubrís que estás protagonizando una historia sin guión. Es por eso que yo tengo sólo un pedido: si toda la vida es sueño, déjenme dormir entonces, que no me quiero despertar jamás.