25/4/10

Fuera de joda

Discriminar es un verbo delicado. Según el diccionario, el término puede tener dos acepciones: una implica una elección y la otra una degradación.

1. Seleccionar excluyendo.
2. Dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.

La palabra “discriminación”, sin embargo, tiene una utilización (si bien también se interrelaciona con los dos significados) de carácter mayormente negativo. Sabemos, por sentido común, que discriminar está mal. Ahora yo me pregunto (para luego intentar responderme): ¿por qué? La respuesta empieza muy simple y basta con citar un fragmento de la segunda definición: “dar trato de inferioridad”. Nadie se atrevería a discutir que este tipo de conducta para con el prójimo no debería existir. Sin embargo basta con prender la radio o el televisor para descubrir que un gran porcentaje de la gente discrimina (discriminamos), y lo hace asiduamente. El término “negro villero”, es tan violento como repetido. También es usual la segregación respecto de la nacionalidad o la religión. Aquí es donde aparecen comúnmente los estereotipos: los bolivianos son de tal manera, los judíos de tal otra, etc. Ya he hecho mención, en algún artículo anterior, acerca del alto grado de xenofobia que se observa en los estadios de fútbol. Es simplemente una muestra de lo que se vive día a día en nuestra sociedad, ya sea en el trabajo, en la escuela o en el supermercado. Son todos diferentes tipos de discriminación, son todos igual de despreciables.

En este punto me permito hacer una nueva pregunta: ¿si todos estamos de acuerdo en que no se debe discriminar, por qué este “maltrato” está cada día más vigente? Yo creo que sucede, principalmente, por una cuestión de educación. Pero cuidado, no por falta de educación, sino por mala educación. En las clases más altas, y supuestamente con mejor formación (o por lo menos con mayor acceso), se suelen observar nefastos maltratos. Asimismo podemos ver como, en las clases más bajas, los más discriminados también se ponen el traje de “discriminadores”. Lamentablemente, es un mal que nos involucra a todos. Duele reconocerlo, pero tenemos incorporada una impronta discriminatoria de la cual será muy difícil deshacerse.

Dar un trato de inferioridad está mal siempre, no interesa si se da en un contexto informal, sin ánimo de ofender o con motivo de broma. De hecho, es este último uno de los usos más comunes y, por el mismo motivo, una de las principales razones por la cual será muy complicado poner fin a dicho maltrato. Pareciera en ciertas ocasiones, que no es nada grave la degradación, siempre y cuando nos encarguemos rápidamente de aclarar que no se intentaba discriminar, sino que se trataba simplemente de “una joda”. Pues bien, hay determinadas situaciones con las que no se puede joder. Y en este contexto, somos los más grandes los que debemos educar con el ejemplo. ¿O podemos acaso pedirle a un chico que no discrimine, si constantemente ve como sus padres se ríen cuando el resto lo hace? Imposible.

Decidí escribir este artículo porque me descubrí siendo parte. Últimamente me cuesta mucho realizar una de las actividades que más disfruto: ir a la cancha. Para el hincha de fútbol no hay nada más lindo que ser parte de la multitud que grita y canta a viva voz. Pero hay algo que ya desde hace un tiempo, comenzó a hacerme ruido y son las letras de las canciones que se cantan en los estadios. Existe una defensa y reivindicación (tácita o explícita) de la violencia y la xenofobia, de la que fui parte hasta hace muy poco. Reconocerlo me avergüenza y me duele, pero es inevitable si pretendo ser parte del cambio. Hoy ya no puedo disfrutar íntegramente del placer que me significa ir a ver a mi equipo. Por eso estoy aquí sentado y escribiendo. Porque creo que esta es una de las tantas cosas que debemos cambiar en nuestra sociedad. Yo siento que es posible, siempre y cuando el compromiso sea colectivo.

Segregar, degradar, rebajar, humillar, son todos sinónimos del verbo discriminar. Es inaceptable permanecer ajenos. Nos volvería cómplices. Nos reduciría. Nos colocaría en el mismo nivel que las víctimas de la discriminación, con la salvedad de que nosotros somos los victimarios. Reconozco que erradicar este maltrato implica la realización de un esfuerzo, pero creo que no debemos permitirnos que eso sea un impedimento. Hay que dejarse de joder y apostar por la igualdad. No podemos darnos el lujo de seguir discriminando/excluyendo.