31/8/09

¿De qué lado estás?

Multitud, disconformidad, tensión, enfrentamiento. Para cualquiera que vive en la ciudad de Buenos Aires, estas son palabras que no sorprenden. La imagen es elocuente: un tipo tirado en el piso, acurrucado, intentando cubrirse de los golpes. A su alrededor otros cuatro tipos le pegan patadas. Unos metros atrás de los agresores, un fotógrafo y un camarógrafo registran el momento. Yo observo lo que sucede por televisión, desde la comodidad de mi casa, y decido poner pausa.

Durante nuestra vida debemos tomar decisiones constantemente. La mayoría son decisiones menores (mate o café) y existen determinadas ocasiones, en las que la elección requiere cierto nivel de análisis previo. Para ello, la herramienta que más utilizamos es la experiencia. Y, basándonos en la experiencia, muchas veces decidimos de forma inconsciente, por ejemplo: sin hacer ningún análisis, yo se que el café con leche me gusta con tres cucharadas de azúcar.

Sinceramente no concibo el ver a un fotógrafo que se desespera por obtener la imagen precisa, el golpe en el momento del impacto, y que no reacciona intentando defender a ese mismo hombre al que está fotografiando. Y ustedes me dirán: su trabajo es sacar fotos y no resguardar la seguridad de sus conciudadanos. A lo que yo respondo: antes de ser fotógrafo, ese hombre con una cámara de fotos en la mano, es un ser humano, igual que el que está siendo golpeado, igual que vos y yo. Y como seres humanos, tenemos poder de decisión.

Para mi no existe ver como cuatro tipos le pegan a otro y no hacer nada. Y menos acercarse para sacar una foto y dejar que le sigan pegando. Quizás alguno de esos que golpeaban, a la noche se avergüencen al verse por televisión. O quizás no. No voy a juzgarlos a ellos. Hoy me propongo cuestionar un accionar que es común en todos nosotros, como parte de una sociedad.

Es entendible no responder al ver como a alguien le roban a punta de pistola delante de nuestros ojos, porque probablemente tiene que ver con poner en riesgo la vida. Pero ahora me detengo ante la imagen que me devuelve el televisor: hace minutos se leyó la primera sentencia en el juicio por Cromañón y los integrantes del grupo Callejeros fueron absueltos. Los familiares de los chicos muertos esa noche están furiosos y lo demuestran ante las cámaras. La zona de tribunales se ve envuelta por el caos. En medio de la muchedumbre enfurecida está el hijo de Omar Chabán. Y es a él a quien le están pegando.

Es la no-reacción del fotógrafo y el cámara lo que me hizo ruido. Esa imagen fue el disparador que me llevó a sentarme a escribir. Creo que es la versión malentendida del rol que uno cumple en la sociedad lo que nos lleva a quedarnos inmóviles ante determinadas situaciones. Yo fotógrafo estoy acá para sacar fotos, y nada más. El resultado es la inacción, como si en determinadas circunstancias se bloqueara nuestra capacidad de análisis. Seguramente ese fotógrafo volvió a su casa luego de una jornada laboral más, se pegó una ducha y se hizo algo de comer, sin cuestionarse en absoluto su accionar de horas antes, sin un dejo de remordimiento por haber visto como golpeaban a aquel hombre y no haber hecho nada para ayudarlo.

Yo me pregunto cuán normal es esto. O mejor dicho, cuán bien está que esto nos resulte normal. Y llego a la conclusión de que no está nada bien, de que estamos fallando en algo si una imagen así no nos genera nada. Es por eso que decidí ponerle pausa a la realidad. Porque de eso se trata este espacio, en el que no sólo voy a escribir comentarios deportivos.

Comencé hablando de tomar decisiones, y creo que lo preocupante en este caso es el hecho de que en ningún momento nos permitimos dudar. En ningún momento nos damos la oportunidad de decidir. El fotógrafo no elije entre ayudar al hombre o sacar la foto. Existe aquí un alto grado de alienación, determinadas situaciones se nos vuelven normales y ni siquiera nos preguntamos si está bien o mal. Pero nunca es tarde para despertar, para demostrarnos a nosotros mismos que somos personas pensantes y que todavía conservamos nuestra capacidad de análisis.

No pretendo condenar al fotógrafo, que después de todo es una muestra de lo que somos todos nosotros como individuos dentro de esta sociedad. Hoy mi objetivo es despertar ese sentimiento dormido, que día a día no nos deja reaccionar ante situaciones en las que estamos en desacuerdo. Porque todos tenemos la posibilidad de elegir. Porque todos podemos poner pausa y decidir de qué lado queremos estar.

15/8/09

Y acá en los tablones

En pleno escándalo post ruptura de contrato entre la AFA y TSC (Televisión Satelital Codificada), en este presente en el que no sabemos en qué canal vamos a poder ver nuestro fútbol casero, aprovecho para proponer la vuelta a las canchas. En tiempos en los que el negocio está más presente que el juego, creo que es un buen momento para reivindicar la pasión.

El fútbol argentino ha sido siempre resaltado por la efervescencia con que se vive cada encuentro desde las tribunas. Es normal escuchar a jugadores que emigraron a jugar en el exterior, decir que extrañan nuestra manera de sentir el fútbol.

Está claro que en este presente mundial multimediático, un deporte tan popular como es el fútbol no puede estar ajeno al gran negocio de la televisión. Hoy nos es posible ver partidos de las ligas más diversas y la oferta es tal que no importa a que hora prendemos el televisor, siempre hay un encuentro para ver. Para el espectador futbolero, es un contexto que roza el ideal. Pero esta posibilidad de ver prácticamente todo lo que pasa, ha alejado a muchos de los estadios. Sin olvidarnos del alto grado de violencia con el que convivimos, podemos plantear un escenario perfecto: fútbol seguro desde el sillón de casa.

En una tribuna se mezclan los sentimientos más diversos y es posible pasar de la tristeza a la alegría en cuestión de segundos. En una tribuna se derraman lágrimas de dolor, pero también de emoción. En un grito de gol se desata la locura y uno se abraza con amigos, pero también con desconocidos a los que nunca volverá a ver ni abrazar. Yo creo que hincha es aquel que domingo a domingo vive los partidos en la cancha. Ese capaz de bancarse horas de cola para conseguir una entrada y que sufre inmensamente si se queda sin la suya. Porque la cargada que más duele es la que gritan miles de tipos desde la otra punta del estadio. Y la más disfrutable es la que cantás vos a la par de tu hinchada. Porque para el hincha no existe momento más sublime, que el festejo de un gol sobre la hora contra clásico rival.

Por eso hoy me siento a escribir sobre los que no entendemos a este deporte sin la tribuna. Sobre los que se sienten incompletos cuando gritan un gol sentados en la frialdad del comedor, sin la chance de abrazarse con nadie, sin sentir la euforia del grito colectivo, sin el inmediato cántico que cada hinchada tiene posterior al festejo de gol. A pesar de que hoy todo debe pasar por la pantalla del televisor para ser real, todavía estamos los que creemos en la familia futbolera. Los que disfrutamos cada fin de semana encontrándonos en ese lugar elegido de la tribuna, ahí donde siempre estamos los mismos. Familias del fútbol, que no se reúnen para navidad ni tampoco en los cumpleaños, pero que sin embargo se extrañan cuando hay que ir de visitante o alguno se pierde un partido porque estaba enfermo.

Quizás algún día entendamos que la televisación de los partidos debe ser un servicio. Y cuando digo “entendamos” estoy hablando de nosotros, los simples espectadores, y también de ellos, los encargados de tomar las decisiones. Porque a pesar de que el fútbol es un negocio que mueve millones, no existiría sin los miles de tipos que cada fin de semana siguen a su equipo. Hoy nos dicen desde el Gobierno que quieren un fútbol para todos pero, lamentablemente, es difícil creerles. Mientras tanto, los Kirchner continúan en su lucha contra el Grupo Clarín y la gente espera ansiosa por su deporte más querido. Ojalá que este momento de cambios que estamos viviendo, nos ayude a entender que el gran negocio del fútbol, en el que la televisión juega un papel preponderante, todavía nos da lugar a los que disfrutamos viviendo los partidos desde la tribuna. Porque no existe un fútbol sin hinchas. Porque nosotros, los hinchas, también somos el fútbol.