23/2/11

Fin del recorrido

“Un hombre se prueba la sombra que otro hombre abandona. Habla, ensaya los gestos del malentendido y camina en sus pasos, los pasos de todos los hombres.” Extranjero, de Nicolás Dorado.

Extranjero es sinónimo de extraño, desconocido, forastero, exótico, ajeno. Para sentirse extranjero no hace falta viajar a otro país. Uno puede experimentar sentimientos afines hasta en su propia casa, hasta en su propia cama. Creo que alguna vez todos lo fuimos, todos los somos. Hoy les quiero contar la historia de alguien que se volvió un extranjero de su propio cuerpo. Se llama Carlos Santos y es – paradójicamente – guía turístico. Hace un año le descubrieron un tumor incurable que lo iba a condenar a morir sufriendo. El decidió ganarle de mano a su propia enfermedad. Hace poco más de dos meses murió dormido en la habitación de un hotel, luego de haber tomado un cóctel letal. Vivir y dejar morir.

Eutanasia: 1. Acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él.
2. Muerte sin sufrimiento físico.


Las dos definiciones aportan datos interesantes. La primera nos brinda la información necesaria para saber de qué hablamos cuando hablamos de eutanasia. La segunda es clara y precisa, habla de evitar el sufrimiento. Ahora, la pregunta que me surge es: ¿por qué es tan difícil hablar del tema? Nacemos, crecemos y vivimos adoptando antiguos preceptos de lo que en algún momento se creyó lo correcto. Y matarse parece que está mal, o estaba al menos. El principal obstáculo que se nos presenta cuando nos proponemos discutir estas cuestiones aparentemente polémicas es la huella imborrable del pasado. Pues bien, basta de eso. Despojémonos de prejuicios y empecemos a pensar en base a nuestra experiencia, pero sin dejarnos influenciar por las creencias históricas. No hacerlo podría volvernos obsoletos.


Ortodoxo: Conforme con doctrinas o prácticas generalmente aceptadas.

Me gusta el final de la definición citada más arriba: generalmente aceptadas. A veces lo necesario es actuar y razonar de forma heterodoxa. No siempre lo políticamente correcto es la única opción válida, ni la mejor. Debemos aprender que cada uno es libre de elegir que camino seguir en su vida, mientras tanto no perjudique a los demás. Y acá es imprescindible abrir un paréntesis: somos egoístas en el momento de elegir. Y está bien. Vivimos en sociedad y no podemos dejar de pensar en los otros ante una toma de decisión. Sobretodo en la gente que queremos, en que ellos no sufran a causa de nuestras elecciones. Pero hay un punto en el que es inevitable que alguien se sienta dolido por una decisión ajena. Y es ahí en donde se vuelve imprescindible una dosis de egoísmo.


Cuando se conoce la noticia de un suicidio, el comentario que generalmente la acompaña es más o menos así: “no fuimos capaces de ver que estaba mal, no logramos ayudarlo a tiempo”. ¿Acaso a nadie se le ocurrió que quizá esa persona no quería que la ayuden? Por más doloroso y contradictorio que suene: ¿está mal pensar que alguien pueda creer que lo mejor para su vida es la muerte? ¿Es muy disparatado pensar que fue una elección que no estuvo regida por la depresión o la tristeza? La definición de suicidarse es: quitarse voluntariamente la vida. ¿Adónde está lo indigno?

Hace un tiempo leí por ahí la frase siguiente: respirar es necesario para vivir pero no es el objetivo de la vida. Más allá de la obviedad que conlleva la reflexión, me permito hacer una pregunta: ¿y cuál es el objetivo? Creo que cada uno debe hacerse cargo de responderse la pregunta, de definir sus propios objetivos. Ahora: ¿qué pasaría si se nos agotan los objetivos? ¿Es posible creer que uno ya cumplió todas sus metas?

Al momento de morir, Santos no tenía ni familiares ni herederos. Un análisis facilista podría sugerir que la razón por la cual decidió no seguir viviendo es que estaba solo. Nada de eso. Carlos amó tanto la vida, que no poder seguir disfrutándola lo hizo tomar una decisión drástica. Cuando le descubrieron la enfermedad le dijeron: "Señor Santos, haga usted testamento vital porque le quedan meses, esto no tiene cura, no hay solución, no hay nada". Pensó en viajar a Estados Unidos, comprar un arma y pegarse un tiro. Su vida ya no era más su vida: “privaciones, privaciones y privaciones”. Pero siempre se consideró un hombre pacífico, ajeno a la violencia. Fue por ello que buscó otra alternativa y así dio con la gente de Derecho a Morir Dignamente, una asociación sin fines de lucro que se dedica a brindar asistencia a personas en su situación. Ellos lo ayudaron a cumplir con su voluntad.

El de Carlos Santos es un caso extremo. Este análisis, disparado a raíz de su historia, es más bien una búsqueda: desentrañar qué lleva a un ser humano a tomar semejante determinación y si existen razones que no tengan su origen en la carencia (de afecto, de compañía, etc.). Partiendo de la base de que no somos todos iguales. Que lo que para mi está bien, para muchos otros puede no estarlo y viceversa. Hay tantas formas de vivir la vida como personas para vivirla. La Iglesia nos ha hecho creer que después de la muerte existen el paraíso y el infierno. Lejos estoy de pensar que es así, pero me permito plantear el siguiente interrogante: ¿y si mi deseo es saber qué viene una vez que el corazón deja de latir?

Mi respuesta ante la decisión de alguien de quitarse la vida siempre ha sido el respeto. El respeto por el prójimo y al mismo tiempo por la decisión. También suele invadirme la curiosidad, quiero saber cuáles fueron las razones (si las hubo) para tomar tal o cual determinación. No con la intención de juzgar, sino por el simple hecho de querer entender porqué pasan las cosas. Este artículo no pretende incentivar la práctica del suicidio, ni mucho menos. Es por el contrario, una reivindicación de la libertad de resolución. Entiendo y acepto el dolor del que pierde a un ser querido, al mismo tiempo que critico al que condena este método por el sólo hecho de lo generalmente aceptado. Después de todo, si imaginamos a la vida como un largo viaje, no suena ilógico pensar que alguno prefiera bajarse del tren antes de llegar a destino.

3/2/11

Ídolos descartables

Niño Torres pasó de Liverpool a Chelsea por una suma aproximada de 58 millones de euros. En la capital beatle la noticia de ver partir a su ídolo no fue recibida de la mejor manera: un grupo de hinchas se acercó a Melwood (campo de entrenamiento del conjunto inglés) y prendió fuego una camiseta con el número 9 del español. La dosis extra de morbo llegará el próximo fin de semana, cuando Fernando Torres debute en su nuevo club enfrentando a su ex equipo. El fútbol es desde hace largo tiempo un negocio majestuoso, sin embargo los fanáticos se rehúsan una y otra vez a aceptar la derrota: a nadie le importa lo que ellos quieren.

Hace algunos años Juan Sebastián Verón hizo realidad su viejo deseo de regresar al club del que es hincha, y de hacerlo todavía en plenitud, con el objetivo de contribuir en el crecimiento de la institución. Como se suele escuchar por ahí, la Brujita será el presidente de Estudiantes algún día. O quizás no. Poco importa en este momento. El hecho relevante, es que los hinchas del equipo platense deberían considerarse privilegiados por ver como se mantiene inmaculada la imagen de su ídolo. Es casi como si nos dieran la posibilidad de seguir creyendo en Papá Noel durante toda la vida.

Lo que viven hoy los hinchas del Liverpool es lo que podríamos considerar actualmente como normal. Los futbolistas son una de las partes que conforman la gran maquinaria que mantiene en movimiento al negocio. Y ante las descomunales cantidades de dinero que se invierten en la compra y venta de jugadores, es difícil (y hasta ridículo) pedirles que tengan en cuenta el sentimiento de los fanáticos.

Traición: Falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener.

Está más que claro que un jugador de fútbol no debe tener lealtad para con sus antiguos clubes, o los aficionados de los mismos. Después de todo, lo suyo pasa por ser partícipe de un juego. Si se tratase de un deporte amateur podrían ser aceptadas – más no sea tácitamente – ciertas reglas morales que tengan que ver más que todo con determinado nivel de caballerosidad. Pero cuando hablamos de fútbol, estamos hablando de un deporte profesional. Por tal razón, quienes se desempañan como futbolistas, lo hacen percibiendo un sueldo por desarrollar su tarea, lo que dicho de otra manera sería: trabajan de. Me tomo el atrevimiento de aclarar semejante obviedad, porque los hechos me demuestran que no todos lo tienen tan claro como parece. Ante negociaciones como la que menciono en el inicio de este artículo, la respuesta de los fanáticos suele ser desmedida. En el caso de Torres hubo quema de camiseta.

En el fútbol nuestro también se dan ejemplos al respecto, el más reciente me toca de cerca: Walter Erviti pasó a Boca en una de las transferencias más rutilantes del verano argentino. Los hinchas de San Lorenzo no se bancaron el desplante. Apenas se conoció la noticia, una de las palabras más escuchadas (sobretodo por el barrio de Boedo) fue la de “traidor”. Sí, para el fanático de un equipo que un jugador querido y considerado ídolo elija jugar en uno de los rivales de turno, es considerado lisa y llanamente: traición. No importan las razones ni que estemos hablando de profesionales. El sentimiento que existe por la camiseta no entiende de contratos y negociados.

Ariel Ortega fue cedido recientemente a All Boys porque no tenía lugar en River. La determinación no pasó por lo futbolístico, sino por una cuestión personal y de salud. Los hinchas riverplatenses respondieron inmediatamente respaldando a su jugador insignia. Guillermo Barros Schelotto volvió al club que lo vio nacer, Gimnasia y Esgrima La Plata, con la decisión de no cobrar un sueldo y con la premisa de sumar su granito de arena a la lucha por no descender de categoría. Los fanáticos del Lobo se lo agradecieron multitudinariamente en cada partido jugado durante la pretemporada.

El hincha tiene un código de valores muy particular. Es capaz de entregarse por completo ante un gesto de amor por su equipo. Pero no entiende de razones cuando se siente traicionado y es, prácticamente, incapaz de perdonar. Es parte de lo que entendemos por pasión, sentimiento que más de una vez me propuse analizar en este espacio. Lo que queda claro es que actitudes como las de Verón o Barros Schelotto son la excepción que confirma la regla. El mundo del fútbol ha hecho todo lo posible para que los futbolistas se transformen en una moneda de cambio, en una mercancía. Visto desde la teoría marxista, la plusvalía que genera un jugador al destacarse con la camiseta de su club – por lo que los hinchas desarrollan un cariño en relación a lo que éste les da en exceso – es apropiada por los dueños del negocio y utilizada para aumentar el ingreso monetario. Podríamos concluir entonces, que en este fútbol capitalista, los ídolos no se venden por docena.