21/11/11

Confesionario

Tengo 29 años. Nunca voy a cumplir el sueño de jugar al fútbol profesionalmente, en la primera de un club. Lo tengo muy claro. Sin embargo, siento que jamás dejaré de soñarlo. Terminé de redactar la segunda oración y me dieron ganas de llorar. Lo vivo con dolor, aunque a alguno le pueda sonar exagerado, tal vez con el más legítimo de los dolores. Es difícil de explicar, pero piensen en algo que desean con locura y saben que nunca tendrán. Bien se podría hacer la analogía con un amor no correspondido. Quizá les cueste entenderlo, de hecho no pretendo que lo hagan, escribo en parte para desahogarme. Empecé a pensar este artículo después de leer una nota a Alessandro Del Piero, en un pasaje de la misma le preguntaron cómo hacía para divertirse a los 37 años: “Todavía me dejo llevar por la pasión de esa cosa redonda llamada pelota. Hay momentos en los que hay que saber hacer de todo, incluso tirarse al suelo para recuperar un balón o correr por correr. Es bonito así y yo estoy superfeliz de llevar todo esto dentro. Cuando se muera, ya no tendré nada.”

Profesional es aquel que practica habitualmente una actividad, de la cual vive. Mientras que amateur (o aficionado) es aquel que también lo hace, pero sin recibir un pago a cambio. La pasión no discrimina a unos o a otros. Hay quienes juegan al fútbol apasionadamente y ganan mucho dinero, así como también están los que lo practican con un nivel similar de compromiso sin que exista un beneficio económico de por medio. Hay gente que cree que por ganar millones y ser famosos, los jugadores pierden las ganas de jugar. No quiero pecar de ingenuo, entiendo que eso pueda suceder, pero se que no es la regla. No me interesa polemizar al respecto, hoy quiero hacer hincapié en los que sí experimentamos este sentimiento. Los que como Del Piero, sabemos que sin la pasión por el fútbol, no tendríamos nada.

Somos unos cuantos los que compartimos esta locura. Yo juego todos los sábados en un torneo amateur. Hace un par de fines de semana teníamos un partido muy importante, en el que defendíamos la punta del campeonato. Y a pesar de haber arrancado ganando, nos lo dieron vuelta y estuvimos a pocos minutos de perderlo. Hasta que llegó un centro al área, la pelota cayó en medio del tumulto y Feli tocó corto para el Negro Damián, que con un puntazo de zurda decretó el empate. Repaso ese instante en mi memoria y se me eriza la piel. El festejo fue interminable, desaforado, loco. Tan loco que no me dejó seguir jugando el partido, ya que salí de la montaña humana con un corte en la cabeza y otro en el ojo. Viví los últimos minutos sentado a un costado del campo, con la camiseta manchada de sangre y la impotencia de no poder volver a entrar. Todavía me tienen que sacar los puntos de la cabeza, los del ojo se me salieron el sábado pasado, mientras estaba jugando.

Jugar: Hacer algo con alegría y con el solo fin de entretenerse o divertirse.

Hablamos de diversión e instantáneamente entra en escena también la tristeza. Ganar o perder condiciona el ánimo de toda la semana: ese tiempo muerto que transcurre entre partido y partido. Como no somos profesionales y no jugamos en grandes estadios, vivimos atentos al pronóstico del tiempo, esperando que la lluvia no obligue a suspender las canchas y haya que esperar hasta el sábado siguiente para volver a jugar. Somos seres extraños, vamos por la vida disfrazados: de lunes a viernes es posible que nos descubran haciendo de abogados, médicos, periodistas. Hoy estoy sin trabajo y, cada tanto, cuando alguien me pregunta ‘¿a vos qué te gustaría hacer?’, la respuesta que quisiera dar – pero siempre reprimo para no quedar como un tonto o un loco – es: ser jugador de fútbol.

Una vez, muchos años atrás, jugué un partido amistoso con el club de mi barrio en la cancha de Almagro. Salimos por el túnel, que tiene apenas diez metros de largo y sólo está para unir a los vestuarios ubicados debajo de la platea local con el campo de juego, y con mis botines rojos pisé el césped de un campo de primera. Lo recuerdo con mucha alegría, a pesar de lo intrascendente del partido, para mi fue un día muy especial. En esa época soñaba con ser jugador profesional, lo vivía como una meta posible de alcanzar. El tiempo pasó y muchas cosas cambiaron, sin embargo cada vez que entro a una cancha vuelvo a ser ese chico. Aunque ahora esté acá sentado delante de la computadora escribiendo, con la intensión de conmoverlos, o más no sea entretenerlos durante algunos minutos contando parte de mi historia. No se dejen engañar, ni por mucho que lo intente, ni por más que insista en ponerme el traje de escritor y les hable de la pena de muerte o relate alguna experiencia de viaje. Es sólo una coraza que me protege de este presente que me toca vivir. Si algún día me buscan, es fácil encontrarme: soy ese que corre detrás de una pelota todos los sábados en Pilar.