25/6/10

Escala Mundial

Después de una indispensable espera, el día tan añorado llegó y, antes de arribar a mi primer destino – Johannesburgo – la hora de escala que estuve en Ciudad del Cabo fue el preaviso de que este no será un viaje más. Decidí no hacer lo que la mayoría y me quedé esperando a que el avión siguiera su camino arriba del mismo. Mientras el resto aprovechaba para conocer las instalaciones del, según me han contado luego, moderno y bonito Cape Town International Airport, yo viví una experiencia de contrastes arriba de la aeronave. ¿Qué tipo de contrastes?

El vuelo que partió de Ezeiza a las 20:20 del domingo 13 de Junio llegará, once horas después, al O.R. Tambo International, para luego continuar un extenso periplo que lo desembocará en Kuala Lumpur. Por este motivo, era imperioso que las instalaciones del pájaro de metal fueran reacondicionadas para poder recibir a los nuevos pasajeros (para algunos el viaje terminaba aquí en Ciudad del Cabo y para otros tantos, recién comienza). Por tal motivo, subieron a bordo empleados de limpieza del aeropuerto, todos ellos de origen africano, algo que deduje por su incipiente piel negra. Yo, entretanto, aprovechaba para charlar con un chileno que viajó a ver a la selección trasandina, cuando a mi alrededor la escena era por lo menos particular. Mientras los locales empleados de limpieza recibían una notoria reprimenda de una mujer que, por el énfasis de sus indescifrables palabras, adivino sería alguna clase de supervisora; se desarrollaba el cambio de tripulación y los hasta aquí comisarios de abordo – todos de origen malayo, lo cual es bastante lógico volando en Malaysia Airlines – le dejaban su lugar a un conjunto de orientales azafatas. Lo que se dice, un verdadero crisol de razas.

Pasado el momento incómodo del regaño ajeno, yo seguía hablando de fútbol y otras yerbas con el compañero sudamericano. En eso, una empleada de limpieza – la misma que había sido la víctima principal del apercibimiento – se acercó por el pasillo del avión cambiando las fundas de los apoyacabezas y me pasó una para que yo cambiase la mía. Un par de filas más atrás se encontraba un comisario de abordo malayo. Él sonreía simpáticamente y aguardaba a que el avión vuelva a estar en condiciones para seguir viaje. Ella procuraba terminar a tiempo su tarea, dejando caer cada tanto alguna gota de sudor. Cuando se encontraron, el oriental le preguntó si estaba disfrutando la Copa del Mundo, a lo que ella respondió con una sonrisa. Al momento de hacer la pregunta, él no sabía que, minutos antes, a ella la estaban retando. Yo, que presencié la escena completa, llegué a la conclusión de que ella en ese momento, difícilmente estuviese disfrutando. Asimismo, me di cuenta de que todo lo que suceda entre el 11 de Junio y el mismo día del mes siguiente, estará relacionado con el evento deportivo que mira el planeta, todo será, en definitiva, “el Mundial”.

Pero volviendo al tema que precipitó este artículo, hoy quiero hacer hincapié en las relaciones interpersonales y el efecto que tienen en nosotros, ya sea conciente o inconciente. Basta con ir hasta el mercado de la otra cuadra, para entrar en contacto más no sea por un par de minutos, con otra cultura muy distinta a la nuestra: la oriental por ejemplo. Es decir, experimentamos en nuestro día a día lo que podríamos considerar un “intercambio cultural”. Dado el elevado nivel de apuro con que vivimos – sumado a nuestra innata dosis de ansiedad – no es usual que nos tomemos el tiempo para observar qué es lo que está pasando a nuestro alrededor. Y cuando por algún tipo de circunstancia esto sucede, hay muchas chances de sacar algo positivo de esa experiencia. Algo así me pasó durante mi vuelo a Sudáfrica, más precisamente en la hora de escala que el avión hizo en Ciudad del Cabo. Los empleados – tanto malayos como africanos – viven y trabajan con ese apuro al que hacía referencia más arriba. Mientras los que se encargan de la limpieza se esfuerzan por realizar sus tareas a tiempo, los de la aerolínea disfrutan de sus últimos minutos de ocio antes de volver al trabajo. Es en ese momento, cuando algunos de ellos interactúan y, por ende, experimentan ese intercambio cultural que, por la situación y las circunstancias en que se desarrolla, quizá no les signifique nada en ese momento. Yo que estoy empezando mis vacaciones, y por esa razón he desconectado momentáneamente el sistema, observo la situación desde afuera y llego a la conclusión de que inevitablemente esa interacción ha dejado una marca.

Creo que toda relación interpersonal, por más pequeña que sea, genera algo distinto. Y si uno tiene la capacidad de análisis suficiente – y destina algunos minutos de su tiempo para pensar –, ese “algo” puede terminar enriqueciéndonos. Creo que sólo es cuestión de estar más atentos. Esta vez los dejo a ustedes que decidan en qué puede haber sido positivo ese encuentro entre la empleada de limpieza africana y el comisario de abordo malayo. Yo, por mi parte, les confieso que me ha servido como reafirmación de que durante estas próximas semanas que voy a vivir en suelo africano, será importante mantenerme alerta para poder incorporar la mayor cantidad de vivencias respecto de una sociedad que de seguro tendrá costumbres y usos diferentes a los nuestros. He destinado un lugar importante en la mochila para traer conmigo una significativa dosis de curiosidad. Llego a Sudáfrica exultante y deseoso de conocer esta tierra y, más que todo, a la gente que la habita. Para mi este Mundial no serán solamente treinta días a puro de fútbol, la escala en Ciudad del Cabo me lo ha ratificado.