8/6/11

Fuera de contexto

“Contextualizar los problemas que cada uno tiene”, siete palabras que fueron el disparador de lo que viene a continuación. Sentado en el asiento 20A del vuelo que une Buenos Aires y Auckland, y mientras ceno, la idea se me viene a la cabeza y me apuro a anotarla en el primer papel que encuentro a mano. La traducción inmediata del pensamiento inicial fue: cada uno vive su propia vida. Una afirmación que no deja mucho lugar para la discusión, por ser demasiado simple: por tanto que uno intente a veces ponerse en el lugar del otro, nos será imposible interpretar cualquier tipo de realidad de la misma manera que lo hace el prójimo. Cada uno de nosotros posee un tamiz diferente e irrepetible – forjado a través de la propia experiencia – que utiliza para decodificar cada suceso, cada evento. Los esquimales, para brindar un ejemplo, llegan a diferenciar entre 30 tonalidades de blanco. Mientras que, por otro lado, aquellos que padecen de daltonismo, ven la misma realidad que nosotros, sólo que pintada de otro color. Son apenas un par de ejemplos de cómo no todos vemos lo mismo, a pesar de que estemos mirando hacia el mismo lugar. Es entonces cuando uno podría bien hacerse la siguiente pregunta: ¿cómo son realmente las cosas?


Ahora escribo algunas líneas desde los 182 metros del café/bar que está en la SkyTower de Auckland, la estructura más alta hecha por el hombre de todo el hemisferio sur. Allá abajo, las luces de la ciudad se van encendiendo lentamente y la gente sale de las oficinas para empezar a disfrutar del fin de semana. Me cuesta pensar en un contexto más descontextualizado – valga la redundancia – que éste para analizar mi realidad, la que quedó allá, a 10.367 kilómetros, en la menospreciada Buenos Aires. Los viajes siempre me ayudan a sacar conclusiones, que no tienen porqué ser definitivas, pero que al fin y al cabo son conclusiones, lo cual ya es algo de por si positivo.

Mientras Kevin Johansen canta: “Me voy porque acá no se puede, me vuelvo porque allá tampoco…”. Mientras cada uno se encuentra inmerso en sus propios problemas, sean pequeños, grandes o irresolubles. Resulta que yo entro a un banco en Nueva Zelanda con la idea de abrir una cuenta y, un buen rato más tarde, salgo con el número de cuenta en un bolsillo de la campera y con la grata noticia de haber conocido a Frank, un empleado de origen hindú que llegó a este país hace ocho años, que tiene un hijo de tres años que nació acá y que se llama Suhan, que se pregunta si Messi es o no mejor que Diego y que me simplificó la existencia pocas horas después de haber pisado tierra maorí. ¿Cómo? Preocupándose por tratar de ayudarme en lo que yo necesitaba que me ayuden. ¿Por qué lo hizo? Porque cuando llegó al país se le hizo muy complicado adaptarse y dar sus
primeros pasos, y hoy está convencido de que lo mejor que puede hacer es devolverle una sonrisa y brindarle su ayuda desinteresada, a aquel que llega en una situación similar a la que él vivió. Durante estos primeros días, han sido varias las ocasiones en que me descubrí haciéndome la siguiente pregunta: ¿qué hago acá? Y he podido darme cuenta que lo más interesante no pasa por buscar una respuesta inmediata, sino por dejarse llevar e ir descubriéndolo sobre la marcha. Para poder así conocer gente como Frank, dispuesta a tomarse el tiempo que sea necesario para darte una mano.

Yo decidí hacer este viaje para poder sentirme fuera de contexto. Para conocer una cultura diferente (y por ende nueva para mi), en la búsqueda de lograr un crecimiento, más que todo desde el punto de vista humano. El primer comentario cuando le contaba a alguien que me iba era (usualmente): “ah, vos si que la pasas mal”.
A lo que probablemente mi respuesta más común haya sido una sonrisa que decía tácitamente: “y, la verdad que no me puedo quejar”. Sin embargo me he dado cuenta que sería falaz pensar que esta aventura sólo tiene como objetivo el disfrute. Estar sólo y a tantos kilómetros de casa implica, inevitablemente, momentos de sufrimiento (porque uno sufre cuando no puede tener lo que necesita), a los que se les puede dar – si uno sabe como – mucha utilidad. Canalizando esos sentimientos, podremos dimensionar con mayor precisión cuáles son los factores a los que debemos darle real importancia en nuestra vida y cuáles a los que no.

Contexto: Entorno físico o de situación, ya sea político, histórico, cultural o de cualquier otra índole, en el cual se considera un hecho.


Pasaron varios días y ya estoy lejos de Auckland. Hoy me siento a escribir las últimas líneas de este artículo en la cocina del hostel, en Christchurch, la ciudad que hace poco más de un año sufrió un terremoto de 6,3 grados de magnitud en la escala de Richter. Hace un rato, mientras caminaba alrededor del cerco gigante que rodea el centro, volví a pensar en el tema del contexto. ¿Cómo es vivir un terremoto? Se me hace simplemente imposible pensar en como sería que el lugar en el que vivo, de un día para el otro, se convierta en ruinas. Miro a mi alrededor y las paredes de la habitación están empapeladas con mapas de todas partes del mundo. Cada tanto entra alguien a prepararse un café o a servirse algo para comer, son muchos los países con representantes que alguna vez dijeron presente en este recinto. Y cada uno de ellos será capaz de contar su propia versión de los hechos.

Vivimos – frecuentemente – preocupados por los contratiempos que nos invaden en nuestra vida cotidiana. Solemos catalogarlos como problemas, pero basta con que alguien cercano nos cuente que le pasó tal o cual cosa, que represente una gravedad de mayor nivel, para que luego de la comparación lleguemos a concluir que no tenemos derecho a quejarnos de nada. Hace un par de días charlaba con un inglés con el que compartí habitación en Wellington y, al comentarle que venía para Christchurch, me dijo: “no hay nada para ver, está todo cerrado”. Ahora que he recorrido esta ciudad, difícilmente pueda estar más lejos de compartir ese pensamiento. Porque, como decía al comenzar, cada uno vive su vida como quiere o puede. Porque bien vale hacer el ejercicio de ponerse en el lugar del otro, pero siempre teniendo en claro que cada uno de nosotros es único, e irrepetible.

9 comentarios:

  1. Te felicito, gracias por compartir el descubrmiento de una nueva cultura, con tu relato inteligente y sensible.

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  2. QUE RELATO sANTIAGO, ya me interné en la cultura Maorí, ahora espero de tu mano conocerla, comprnderla y apasionarme con esta aventura que nos proponés.

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  3. Excelente, Santisgo

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  4. Com la sensibilidad con un costado inteligente, o la inteligencia con un costado sensible, o ambas asimtrías a la vez, hacen que este artículo me haya encantado. Felicitaciones!!!!!!!!!!!!!

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  5. El artículo, como siempre, me encantó. La pregunta "qué hago acá?" es normal y te pasará varias veces durante el tiempo que dure tu viaje, pero lo más importante serán las vivencias que tu alma almacene. Saludo al aventurero, felicito al periodista-escritor que nos regala paisajes que se ven leyéndote.

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  6. Muy bueno el relato, fina pluma para describir con sensibilidad y de muy amena manera experiencias de vida. Felicitaciones

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  7. Pintura de gran sensibilidad pero no exenta de una enorme capacidad narrativa. Muy buen artículo.

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  8. Excelente relato. Gran capacidad descriptiva y una sútil forma de contarlo. Felicitaciones

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  9. Te vengo leyendo desde hace más de un año, y noto con admiración cuánto me atrapan tus artículos, sin importar el tema. Eso sólo me provoca admiración y expectativas por cada uno de los leídos, y por cada uno de los que vendrán. Felicitaciones Santoago.

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